Terror en la República: un general comunista narra el camino de asesinatos y muerte a la Guerra Civil

Manuel Tagüeña, famoso por su intervención en la Batalla del Ebro, describió en sus memorias los años de pistolerismo, las revueltas y los asesinatos previos al conflicto fratricida

Tagüeña, uno de los oficiales más conocidos de la Guerra Civiles ABC

El perfil de Manuel Tagüeña se hizo casi tan famoso como el de Manuel Azaña durante la Guerra Civil . Aunque, si el uno se daba cierto aire de Alfred Hitchcock por su peso y su traje, el ... que llegara a comandante del XV Cuerpo de Ejército parecía más bien un intelectual. Gafillas redondas, pómulos marcados y barbilla escasa. Tras la contienda continuó sus ya iniciados estudios en ciencias (era un alumno de sobresaliente), colaboró con el Instituto de Investigación de Brno y publicó una pila de dossiers de investigación. Esa fue su faceta más desconocida, como también lo fue un violento paso por la Federación Universitaria Escolar (FUE) de ciencias más propio del ‘Far west’ estadounidense.

Aunque si algo tuvo el madrileño fue mano para la pluma. Sus memorias, ‘ Testimonio de dos guerras ’, son capaces de absorber al lector tanto por su valor histórico, como por su narrativa ágil. También sorprenden por la sinceridad del autor, ya que Tagüeña no niega ni su colaboración en la violencia que se desató en la capital, ni los altercados que los grupúsculos comunistas protagonizaron contra la Guardia de Asalto . Muchos de ellos, armas de fuego en mano. De su testimonio se desprenden dos cosas: que la llegada de la Guerra Civil solo era cuestión de tiempo y que a los diferentes gobiernos que ascendieron a la poltrona les resultó imposible apaciguar a los extremistas de uno y otro lado.

Otro golpe de estado

Tagüeña era un joven estudiante de 18 años cuando se levantó la tricolor bajo promesas de mejora social. Pero el advenimiento de la Segunda República el 14 de abril 1931 no calmó los ánimos políticos. Más bien exacerbó una tensión social que se rumiaba en el ambiente. Por si fuera poco, las reformas planteadas por el nuevo gobierno en los dos años siguientes (entre ellas, la carga frontal contra el ejército) fueron el equivalente a arrojar sobre un fuego vivo una lata de gasolina. La escalada de tensión entre los altos mandos militares, los sucesos de Casas Viejas y la ‘ Sanjurjada ’ (el fallido golpe de estado del general Sanjurjo ) fueron tres guindas para un pastel explosivo que derivó en la dimisión de Manuel Azaña.

Aquella decisión fue, en palabras Tagüeña, un antes y un después para el devenir del país. « La caída del gobierno de Azaña eliminaba el único posible obstáculo al avance incesante de la polarización en dos extremos irreconciliables, que llevarían a España a la guerra civil abierta. Con todos sus defectos y bajo una bandera izquierdista, Azaña representaba el centro del equilibrio real». En sus palabras, ni siquiera los socialistas apostaban entonces por una moderación que, más bien, brillaba por su ausencia en el abanico de partidos. «Irritados por la marcha de los acontecimientos, no solo dejaron de ser un freno para la demagogia, sino que, en muchos casos, se disponían a encabezarla»

A través de los ojos del madrileño es posible dibujar el panorama político del momento. Siempre desde la perspectiva de un comunista convencido. En sus palabras, al centro derecha se hallaba Alejandro Lerroux y su Partido Republicano Radical. Más a su extremo diestro «se hallaba el carlismo, con la Comunión Tradicionalista» y su brazo armado: los requetés. «El panorama político se complicaba con la aparición de nuevos partidos. La Confederación Española de Derechas Autónomas ( CEDA ) de orientación católica; un partido abiertamente fascista ( JONS ) y otro agrario defensor de los terratenientes; y hasta los partidarios de Alfonso XIII entraron en acción con Renovación Española », explica Tagüeña en sus memorias.

La conclusión es que se abrió la veda para el desmadre político. Tras la marcha de Azaña, el ascenso a la poltrona del Partido Republicano Radical provocó que la tensión entre los partidos de izquierdas aumentara. Valgan como testimonio de ello que, según Tagüeña, tras aquel baile político se presentó en una de las sedes de la FUE un alto cargo comunista para informarles de un curioso plan. «Nos anunció que se preparaba un golpe de estado con Azaña y los socialistas, apoyados por los guardias de asalto. Nos comunicó la consigna del partido: ni con Azaña , ni con Lerroux , organizar los sóviets». Todos quedaron estupefactos, aunque no volvieron a saber nada del tema.

Violencia extrema

La tensión se precipitó todavía más cuando, en las elecciones generales de noviembre de 1933 , las derechas, unidas, obtuvieron la victoria. «Todo el mes de diciembre la vida española fue sacudida por una ola de huelgas y actos terroristas , desencadenados por la CNT, sobre todo en Aragón». Al otro lado, el nuevo gobierno, encabezado por Lerroux, se propuso acabar con los grupos exaltados ligados al comunismo. A nivel universitario sucedía otro tanto, pues la FUE de Tagüeña luchaba a brazo partido para evitar que la recién fundada Falange , de valores tradicionalistas, arrebatara miembros a su organización amprándose en cierta ambigüedad política. Lo que, sobre el papel, debía ser la sede del saber se convirtió en un campo de batalla.

«En el ambiente y en el ánimo de todos estaba claro que se avecinaban días de lucha y nos preparábamos para ello. En cada asociación, organizamos grupos de choque armados con porras, llaves inglesas y algunas pistolas, dispuestos a defenderla», dejó sobre blanco Tagüeña. La lucha empezó a librarse en las calles. Y no solo a puñadas, que diría aquel, sino a golpe de pistola. El entonces estudiante escribió que, en una ocasión, fueron recibidos a tiros por unos miembros de las JONS ( Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista ) cuando trataron de impedirles que vendieran su revista. «íbamos armados y contestamos con algunos disparos. En cuestión de segundos, la calle estaba limpia de gente. Había empezado la ‘ dialéctica de las pistolas ’».

«A veces nos reunían durante la noche y en una ocasión me tuvieron hasta la madrugada con un rifle Winchester en la azotea de la Casa del Pueblo, que se temía fuera asaltada»

Tagüeña recoge en sus memorias una extensa lista de altercados en los que los chicos de la FUE se valieron del plomo para poner en guardia a sus enemigos. «A veces nos reunían durante la noche y en una ocasión me tuvieron hasta la madrugada con un rifle Winchester en la azotea de la Casa del Pueblo , que se temía fuera asaltada». Aquello lo permitía una serie de gabinetes sobrepasados y que no duraban tanto en la silla de mando como para dedicarse a llevar el orden a las calles. Y es que, solo entre 1933 y 1935 hubo hasta nueve gobiernos de la coalición radical-cedista primero, y centrista después.

No se puede decir que el extremo contrario apostara por el apaciguamiento. Más bien todo lo contrario. En un discurso declamado en el teatro de la Comedia ese mismo octubre, José Antonio Primo de Rivera , fundador de Falange, instó a sus seguidores a valerse de todo lo que estuviera en su mano para expulsar del poder a sus enemigos: «Si [nuestros objetivos] han de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho […] que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables?». Por entonces valía una llamada al policía adecuado para salir de la cárcel después de haber protagonizado un tiroteo.

Primo de Rivera no negó aquella jornada que «la dialéctica es el primer instrumento de comunicación», pero insistió en que había que abandonarla cuando se superaban determinadas barreras. «No hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria », afirmó. Y no se detuvo en ese punto. En los párrafos siguientes afirmó que la atmósfera política «estaba turbia» y que, aunque se presentaría como candidato a las elecciones que arribaran, su objetivo era otro. «Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas».

Revolución

Tagüeña dedica también una parte extensa de sus escritos a describir la ‘ Revolución de octubre ’ y sus orígenes. Aunque el germen de la misma está cristalino. La victoria de las derechas. Según explica el historiador Mariano García de las Heras en ‘La revolución de Asturias, ¿primer acto de la Guerra Civil?’, que el Partido Republicano Radical y la CEDA sobrepasaran al PSOE en las elecciones generales de noviembre hizo entender a parte de los socialistas que solo les quedaba radicalizarse para recuperar la importancia política. De esta guisa, Largo Caballero (que apostaba por presentar batalla a través de la violencia) se hizo con las riendas del grupo y clamó por asir las armas en el caso de que, tras la rueda de encuentros habitual entre dirigentes, se formara un «gobierno fascista».

Todo este barril de tensiones explotó el 4 de octubre de 1934 cuando, en palabras de García de las Heras, se publicó la lista que configuraba el nuevo gobierno de la República . «La CEDA había entrado por primera vez en el Gobierno con tres ministros. El hecho de que el partido acariciara el poder propició la excusa perfecta a los defensores de la revolución: había llegado el momento de frenar el avance fascista», explica. La reacción fue contundente en Asturias y tibia en Madrid , León y Palencia . Pocas regiones más secundaron la huelga general a la que se había llamado desde hacía semanas. Aunque, en el caso del norte, fue la crónica de una muerte anunciada, como explicó el mismo Lerroux meses después: «Cuando el gobierno tomó posesión, se anunciaba inmediatamente un estallido».

El 5 de octubre la violencia se generalizó cuando miles de obreros tomaron las calles. En la capital, Tagüeña participó, como era de esperar, al mando de una compañía de milicias ubicada en el Círculo Socialista de la Prosperidad . De madrugada, recibió órdenes de asaltar el cuartel de la Guindalera , sede del famoso grupo motorizado. «Comencé a repartir armas explicando su manejo», escribió. Sin embargo, su misión se vio truncada cuando un camión descubierto de guardias de asalto arribó, fusil en mano, a su escondrijo. Los revoltosos no se amilanaron, recibieron a las autoridades a tiros y acabaron con un agente. Pero, después, cometieron el error de encerrarse en el edificio.

«La mayor parte de los milicianos eran chavales que, por primera vez, tocaban un fusil»

«Habíamos caído en una ratonera y en pocos minutos nuestros enemigos recibieron refuerzos y fuimos cercados, sin dejarnos la menor posibilidad de escapar». Para más inconveniente, la mayor parte de los milicianos eran chavales que, por primera vez, tocaban un fusil. « Combatientes improvisados, no nos decidimos a salir de allí en los primeros segundos cuando, aun a costa de grandes pérdidas, podríamos habernos abierto paso. Allí encerrados nos limitamos a disparar rabiosamente durante una hora, mientras el fuego de los fusiles de los sitiadores caía sobre nosotros desde todas partes, indicándonos que estábamos bien rodeados». Unas horas después, se rindieron. Tagüeña dio entonces con sus huesos en la cárcel, aunque la ingente cantidad de reos atrapados hizo que no pasara más de unas semanas entre rejas.

Llega el Frente Popular

Tras su salida de prisión, Tagüeña pasó un año curioso. Para empezar, solicitó una plaza como profesor en un pueblo cercano. El objetivo: alejarse de la capital y de la persecución por parte de las autoridades. Poco después pasó por el servicio militar con cierto miedo, pues varios medios de comunicación citaron su apellido como dirigente de un grupo violento. Por suerte para él, no le sucedió nada más allá de que le impidieron hacer carrera en el ejército. Mientras, la situación no se tranquilizó a nivel político. De hecho, se sucedieron los gobiernos de Joaquín Chapaprieta y Manuel Portela Valladares . Todos ellos, más breves que el tiempo que se tarda en fumar un pitillo.

La solución que aportó la izquierda fue presentar una candidatura conjunta a las elecciones generales de febrero de 1936. «El 15 de enero se firmó el pacto del Frente Popular por la mayoría de los partidos republicanos, el socialista y el comunista. Aunque los anarquistas y los sindicatos de la CNT estaban fuera del acuerdo, se podía contar con su neutralidad benevolente. La campaña electoral tomó en seguida grandes vuelos y las izquierdas destacaron en su programa la amnistía para los presos políticos, que cumplían condena por la revolución de octubre de 1934», explicó nuestro protagonista en sus memorias. Él, por su parte, se afilió a las Juventudes Socialistas porque, consideraba, se habían desplazado a la izquierda.

El mismo Tagüeña afirma que fue una sorpresa la victoria del Frente Popular , pero así fue: 250 diputados y el apoyo de socialistas y comunistas le entregaron el gobierno, de nuevo, a Manuel Azaña. Otro nuevo giro político que, esta vez, soliviantó a los partidos más cercanos a la derecha. Poco más queda que decir más allá de que medidas como amnistiar a los rebeldes de octubre, enviar a los generales sospechosos a Canarias y Baleares ( Franco y Goded ) y clausurar los locales de falange volvieron a provocar el enésimo aumento de la violencia. «Por todas partes se organizaban grupos de acción, ya que el ambiente era muy tenso y nadie quería que lo tomaran desprevenido».

En las semanas siguientes, Tagüeña dirigió la instrucción de los milicianos tras la unión de las juventudes socialistas y comunistas. Sabía que solo era cuestión de tiempo que una chispa hiciera saltar todo por los aires. Y esa centella fue el asesinato del coronel Castillo, de la Guardia de Asalto, por parte de extremistas de derecha el 12 de julio. Poco después, la izquierda respondió con la detención masiva de falangistas y la muerte de José Calvo Sotelo, que abogaba por el regreso de la monarquía. «Una camioneta […] había ido a detener a Calvo Sotelo , a su domicilio. Iban a llevarlo a la Dirección General de Seguridad , pero en el camino uno de los acompañantes había disparado a quemarropa sobre él, matándolo». El resultado es el que todos conocemos: el inicio de la Guerra Civil.

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