El día que el primer enviado de ABC llegó a el Prat en un biplano inglés
El viaje de Fernando Luque en un frágil biplano fue registrado en dos sabrosas crónicas

El aeropuerto de El Prat , el mismo que el gobierno desea ampliar ahora con una inversión de 1.700 millones, apenas llevaba abierto un par de meses cuando, el 17 de mayo de 1919, un biplano Handley Page pilotado por un oficial británico se posó en la verde pradera junto a la desembocadura del río Llobregat. El aparato procedía de Madrid, el viaje le tomó cuatro horas y media, y trasladó a once pasajeros, uno de los cuales era Fernando Luque, redactor de ‘Blanco y Negro’, quien se enorgullecía en las páginas de ABC de haber elaborado «la primera información literaria aérea que se hace en España».
El hecho quedó registrado en dos crónicas descubiertas por Federico Ayala , jefe del Archivo de ABC. La primera es un despacho de Pedro Pujol, corresponsal en Barcelona, incluido en un texto de la Redacción que daba cuenta del «arriesgado vuelo». Su autor no ahorraba en retranca a la hora de referirse a Luque: «Arriesgado no para Mr. Darley (el piloto británico), sino para la neófita águila humana, el distinguido ejemplar plumífero que comparte con nosotros las tareas del entrañable colega gráfico».
A las tres menos cuarto despegó del aeródromo de Cuatro Vientos el Handley Page, «obediente al sobrio gesto británico de Mr. Darley», escribe. «En el avión ocuparon asiento los señores duques de Durcal, conde de Albiz, comandante y tenientes del Ejército inglés Sanday, Vilbourne y Murray; médico primero y piloto aviador Pérez Muñoz; tres sargentos ingleses, el redactor de ‘La Correspondencia de España’ Sr. Baquerizo y nuestro compañero D. Fernando Luqe, poseído de una grata sensación de vida nueva , estremecido por un fuerte escalofrío de inmortalidad, de transmutación ornitológica, acaso con la fingida vitalidad del cóndor... Llevaba el aeroplano varios ejemplares de ABC y algunas cartas».
Luque se queda sordo
«El enorme pájaro mecánico, al elevar su vuelo en Cuatro Vientos, dio una vuelta sobre Madrid y en seguida tomó el rumbo de Guadalajara y Zaragoza. De esta última capital comunicaban a las cuatro y cuarto que el Handley Page pasaba a tres kilómetros a dicha hora, con un tiempo espléndido y una temperatura gratísima». La crónica concluye: «Anoche, a primera hora, recibimos el siguiente radiograma de nuestro compañero, despacho expedido desde Prat de Llobregat: ‘A las siete en punto, en alas del Handley Page hemos llegado a Barcelona felicísimamente. Saludos. Luque’».
Enseguida, el texto daba paso a un despacho de Pujol: «Ayer tarde, a las siete, apareció volando sobre Barcelona el aeroplano gigante... que salió de Madrid a las dos y cuarenta y cinco. El enorme aparato volvió sobre sus pasos y se orientó buscando el aeródromo, y al cuarto de hora aterrizó entre una salva de aplausos del numeroso público allí congregado. Sin dejarlos apenas saltar a tierra, salimos a saludar a Luque.
–¿Qué tal ese viaje de maravillas?
Luque nos miraba un poco asombrado y comprendimos que no nos oía, aunque le hablábamos a gritos; pero salimos de nuestro asombro al ver que intentaba hablar y había perdido la voz.
Por fin, y muy bajito, pudo decirnos:
–Bien, muy bien».
Dos días después, Luque, que llegó a ser un autor teatral de éxito y fallecería aún joven, en enero de 1927, publicará sus impresiones en ABC. Empieza describiendo el avión, «magnífico en su quietud» que «parece que duerme en el campo de aviación». «Duerme, descansa... Es un ave gigantesca. Tiene 20 metros de longitud, siete de alto y 38.5 de ancho; pesa 14.850 kilos. Es admirable».
«De improviso el monstruo se despierta, se estremece... Resopla y desencadena un huracán; ruge y siembra el espanto en nuestro sencillos corazones y en el público que nos rodea... Es que funcionan los motores, es decir, que se han puesto en marcha los 1.500 caballos de su fuerza».
«Al elevarse sobre la tierra más bien parece que es la tierra la que desciende y se hunde a nuestros pies», escribe Luque. «Lo único desgradable es que no podemos cambiar impresiones. No nos oímos ni aunque hablásemos con ametralladora. Nos reducimos a comunicarnos por escrito. ‘¿Qué ciudad es esa?’ pregunto a uno de mis compañeros en un papel. ‘Guadalajara’, me responde en una hoja de su carnet».
«El paisaje varía muy lenta, lentamente. Las poblaciones grandes y chicas parecen deshabitadas. Nuestra vista no alcanza a ver los seres humanos. Los ríos son como trazos de lápiz azul y de los árboles sólo vemos la sombra. Un tren es un juguete... Pasamos sobre Zaragoza sin que el ambiente haya variado. El Moncayo nos envía un saludo de viento frío. Entramos al fin sobre los campos de Lérida y su fertilidad nos alegra».
«Poco después nos lleva hasta 2.200 metros sobre el nivel del mar. Nos sobrecogemos. A nuestros pies los colosos montes del monasterio de Montserrat aparentan el tamaño de panecillos franceses. ...Descubrimos el mar ¡al fin...! Seguimos algún rato sobre la costa, siempre rodeados de nubes y poco después volamos sobre Barcelona. El coronel Sanday, que ha llevado el timón del aparato, agita un brazo y nos sonríe. ElHandley Page empieza a descender con su majestad inalterable sobre un campo muy verde entre la ciudad y la costa. Gira como un cóndor que va a caer sobre su presa. Y lenta, muy lenta y flemáticamente, como buen inglés, aterriza.
Son las siete.
Hemos volado cuatro horas y media sin el menor accidente. esto es grande. ¡Ave, aviación!».