El paraíso comunista contra la prosperidad capitalista: el gran dilema que enfrentó al mundo en el siglo XX
En esa lucha entre estas dos ideologías, la información que se ofrecía a los ciudadanos soviéticos fue siempre sesgada, para que no pudieran comparar los diferentes modos de vida entre la URSS y las potencias occidentales

En ‘Cartas desde el gulag: Julián Fuster Ribó, un español en la Unión Soviética de Stalin’ (Alianza editorial, 2020), Luiza Iordache Carstea cuenta la historia de este cirujano catalán —al que el Premio Nobel de Literatura Alexander Soljenitsin ya mencionó en ‘Archipiélago Gulag’ —, ... que se fue llenó de ilusión a Rusia para disfrutar del «paraíso comunista» y acabó descubriendo el «infierno», según sus palabras. Tras varios años preso por una falsa acusación de robo, decidió entonces marcharse a Cuba, pero allí el desengaño también fue terrible. Sus críticas a Fidel Castro no fueron bien recibidas y terminó viajando al Congo con la Organización Mundial de la Salud, para regresar finalmente a España en 1959.
Poco antes, en 1936, la escritora rusa Ayn Rand publicaba su primera novela, ‘Los que vivimos’, en la que contaba, a través de un relato con trasfondo autobiográfico, protagonizado por una estudiante de ingeniería de espíritu independiente, cómo el comunismo le había prometido ese mismo «paraíso» y acabó instaurando algo muy distinto. Más de 500 páginas reeditadas el año pasado en España, por la editorial Deusto, en las que la autora quiso dejar claro que tanto los ideales que vendió como su puesta en práctica eran negativas, por ese dominio absoluto del Estado. Y eso que solo hacía 14 años que había nacido la URSS.
Un asunto que ABC no solo trató durante el régimen franquista, con artículos como ‘La fantasía del comunismo y los hechos’ (1963), sino también en plena Segunda República: ‘¿Hacia el paraíso comunista?’ , se preguntaba un titular de 1932, donde se afirmaba que «los fundadores de esta República se niegan todavía a creer en el peligro comunista, a pesar de las huelgas y los numerosos conflictos revolucionarios que han ensangrentado ciudades y aldeas desde hace un año». Una visión optimista en aquellos años en los que Madrid rendía homenaje a la Unión Soviética y cubría la Puerta de Alcalá con gigantescos retratos de Stalin, Litvinov y Voroshilov, además de letreros donde se leía «Viva la URSS».
Las denuncias clandestinas
En esa lucha que el comunismo libró contra el capitalismo a lo largo del siglo XX, y que dividió al mundo entero antes y después de la Segunda Guerra Mundial, la información que se ofrecía fue siempre sesgada. La comparación entre ambos modos de vida era prácticamente inexistente, y tan solo llegaban al lector a través de las denuncias que se filtraban, por ejemplo, de algunos ciudadanos soviéticos, cuyo Estados era por entonces la principal potencia del bloque socialista.
En 1933, por ejemplo, ABC publicaba en exclusiva una carta de Alexandra Tolstoi (1884-1979), hija y principal confidente del famoso autor de ‘Guerra y paz’ y ‘Ana Karenina’, que dos años antes había huído de la URSS a Nueva York por la persecución a la que fue sometida por sus ideas políticas. «¿Es posible que todavía haya quien crea que la sangrienta dictadura de unos cuantos hombres destructores de la cultura, la religión y la moral pueda llamarse socialismo?», se preguntaba la misiva sobre el opaco régimen soviético, del que añadía: «Cuando en 1908, el Gobierno zarista condenó a muerte a algunos revolucionarios, un grito salió de la boca de mi padre: ‘¡No puedo callarme!’. El pueblo ruso, unánime, se unió al grito de protesta contra aquel asesinato. Ahora, cuando millares de seres humanos en el norte del Cáucaso son fusilados o desterrados, siento yo la imperiosa necesidad de elevar mi débil voz contra las ferocidades bolcheviques».
Como apunta Enrique Miguel Sánchez Motos en ‘Historia del comunismo’ (Sekotia, 2021): «La diferencia entre el próspero capitalismo y las carencias económicas del comunismo fueron, poco a poco, siendo mejor conocidas por los ciudadanos de la URSS. Los medios de comunicación de masas que existían en la época del golpe de Estado de Lenin, periódicos y telégrafo, permitían un conocimiento muy limitado de la realidad internacional. Si a ello añadimos que la población de Rusia era básicamente rural, la información sobre las naciones extranjeras, incluso europeas, era muy escasa».
Tras la Segunda Guerra Mundial
El gran terror de Stalin no ayudó a que, después de la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos de la URSS mostraran el más mínimo interés por averiguar lo que pasaba en el resto del mundo. En los años 50, tras la llegada de Nikita Kruschev al poder, el desarrollo de la radio, el teléfono y la televisión y, sobre todo, la flexibilización de la censura, hicieron posible que la población soviética pudiera tener más noticias sobre la vida en los países no comunistas, aunque fuera de forma muy limitada limitada.
Durante el gobierno de Breznev , entre 1964 y 1982, la censura se reforzó de nuevo por ocultar toda información extranjera o difundir cualquier crisis interna. A los ojos del mundo y del propio gigante comunista todo debía ser perfecto, aunque el desarrollo de los medios de comunicación jugara en su contra. Algunos periódicos y cadenas de radio del régimen se fueron constituyendo, poco a poco, en la ventana que hacía posible ver o escuchar un poco del exterior. Y, de hecho, las emisoras de onda corta, como la BBC, la Voz de América y Europa Libre, emitían programas en ruso que daban información a los oyentes con mucha prudencia y miedo.
La televisión empezó, poco a poco, a emitir películas occidentales. Todo ello aportaba más información sobre la realidad socio económica de los países capitalistas, a pesar de la intensa propaganda y censura oficial. La televisión oficial, la única que existía, en sus noticiarios solo presentaba informaciones que ponían de manifiesto la «verdadera realidad del capitalismo», apunta Sánchez Motos en su libro. « Es decir, crímenes, injusticias sociales e incluso accidentes . De lo que ocurría en la propia Rusia nada de nada. Silencio total», continúa. Tampoco de lo que sucedía por aquellos años en otros países del bloque socialista, como la República Democrática Alemana (RDA), de donde huyeron 143.000 ciudadanos en 1959 . Al año siguiente, en 1960, la cifra de fugitivos ascendía a 199.000 y, a principios de 1961, la media mensual de «deserciones» mensuales era de 30.000. En la primera quincena de agosto el ritmo se incrementó a un promedio de 1.500 a 2.000 deserciones diarias. Pero de eso nadie supo nada, ni cuando en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, las autoridades comunistas reclutaron por la fuerza a más de 52.000 hombres y levantaron el Muro de Berlín .
El corresponsal de ABC en la zona la calificó como la «obra de albañilería más criticada de la historia reciente», la cual dio pie no solo a que fueran desalojadas muchas familias cuyas casas se encontraban en la línea de construcción de este, sino a que 136 ciudadanos murieran en un intento desesperado por cruzarl o. Aproximadamente la mitad a causa de los disparos, mientras que los otros ahogados, tras sufrir accidentes o suicidándose al ser descubiertos. Pero de esto no llegaban noticias a la URSS.
La Rusia comunista sin robos
Cuenta Félix Bayón, uno de los corresponsales que informaban desde Moscú entre 1981 y 1984, que la Gran Enciclopedia Soviética decía que «el robo es una característica intrínseca del capitalismo». Por tanto, en la Rusia comunista los robos no podían existir. Añade que también había una absoluta censura de noticias relativas a catástrofes naturales o simples accidentes en los periódicos de la URSS. Sin embargo, en sus últimos minutos de la noche, el programa de televisión ‘Vremia’ solía recoger cualquier suceso llamativo, que hubiese ocurrido en el otro lado del mundo, desde un tifón en Florida hasta el incendio de un gran hotel en Tokio. Mientras, en la Unión Soviética nunca sucedía nada grave, aparentemente.
«Ninguna información crítica era autorizada, salvo sobre temas menores; los grandes errores o corrupciones soviéticas no cabían en las noticias. Así, el derribo del avión coreano con 269 pasajeros por cazas soviéticos, el día 1 de septiembre de 1983, fue silenciado por Pravda en tiempo de Yuri Andropov . Igualmente, ya bajo el gobierno de Gorbachov, la catástrofe de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, tardó quince días en reconocerse públicamente . Los periódicos y las revistas no publicaban, salvo de forma muy ambigua y maquillada, datos estadísticos económicos de producción, presupuestos, inflación etc. No se hacían públicos para no dar información al ‘enemigo capitalista’. Esa era la justificación de un largo y extenso silencio informativo», explica el autor de ‘Historia del comunismo’.
Las informaciones sobre la realidad económica y social de países denostados como EE.UU., Gran Bretaña y Francia fueron penetrando y el mensaje que recibieron los rusos fue demoledor: el nivel de vida y las libertades parecían muy superiores a los de la URSS
A medida que se acercaba la caída del Muro de Berlín y la desmembración de la URSS , las emisoras extranjeras y, poco a poco, los medios de comunicación internos, fueron poniendo cada vez más información al alcance del ciudadano soviético, tanto sobre la realidad exterior como la interior. También se incrementaron los viajes y estancias en el extranjero, y no solo las del personal diplomático, sino también las visitas e intercambios militares, científicos, académicos, culturales y deportivos, que fueron una importante fuente de información.
Las informaciones sobre la realidad económica y social de países como Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia fueron penetrando, aunque lentamente, en la sociedad soviética. Y el mensaje que recibieron los rusos fue demoledor para ellos, pues en aquellos países largamente denostados el nivel de vida y las libertades parecían muy superiores a las de la Unión Soviética, en aquella larga batalla entre el paraíso comunista y la prosperidad capitalista.
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