El ocaso de la generación de hispanistas que contó otra Historia
La extinción por razones de edad del brillante grupo de historiadores extranjeros que llegó a España durante la posguerra coincide de forma paradójica con una reforma de la ley educativa que desvirtúa el estudio del pasado nacional y pone en cuestión todo el camino andado en el último medio siglo
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Iniciar sesiónJohn Huxtable Elliott aprovechó unas largas vacaciones de verano en 1950 para viajar a España con unos amigos subido a una furgoneta destartalada. El por entonces estudiante de Cambridge no sabía casi nada sobre el país, ni entendía una palabra, pero se enamoró súbitamente de ... España y de su solera contemplando en el Museo del Prado el retrato del Conde-Duque de Olivares y, sobre todo, charlando con sus gentes. «Lo que más me sorprendió fue la enorme dignidad y generosidad de unas personas que vivían en condiciones bastante lamentables , sobre todo en el sur. Fue mi primer contacto con la pobreza extrema», rememoraba años después. Durmió en pensiones de mala muerte y sobrevivió gracias a la comida que la gente le regalaba, un gesto que nunca olvidó el autor de algunas de las obras de Historia más importantes del siglo XX español.
Una generación de jóvenes historiadores extranjeros como él, sobre todo franceses, estadounidenses y británicos, inició el mismo éxodo hacia la Península en esas fechas. A la vez que Elliott, el también desaparecido Raymond Carr, apodado por muchos como el «maestro de los hispanistas», viajó a Torremolinos de luna de miel para convencerse, como San Pablo al caer del caballo, de que debía cambiar su ámbito de estudio desde la Historia de Suecia a la de España. El país de Don Quijote provocaba una irresistible atracción entre los especialistas debido al exotismo de la última Europa antes de África, la herida supurante de la Guerra Civil, la gran cantidad de mitos que la rodeaban y las infinitas posibilidades de unos archivos indómitos.
«El trabajo en los archivos españoles era difícil, con la catalogación muy primitiva y sin saber lo que podías encontrarte. Era tierra virgen ante nosotros. Tuvimos una oportunidad única de movernos y buscar descubrimientos », aseguraba Elliott en una entrevista concedida a ABC poco antes de su fallecimiento el pasado 10 de marzo. «Hallamos auténticos tesoros en una historiografía donde había grandes vacíos debido a la falta de interés de los profesores españoles en casi todos los episodios de su pasado. Un problema que era anterior a Franco y afectaba sobre todo a los hechos previos al siglo XIX», señala Henry Kamen, otro destacado miembro de esa generación. Los historiadores patrios no realizaban grandes esfuerzos para llegar al gran público y escribían en términos comprensibles solo para los suyos y no para el lector medio.
Para los británicos, además, ese flechazo con España respondía a cuestiones nacionales vinculadas con un imperio en avanzado estado de descomposición y con la necesidad de mirar hacia otros mundos. « A los ingleses nos ha atraído desde hace siglos la cultura de la Península . En contra de la idea de que siempre hemos estado en conflicto, somos dos países con muchas cosas en común y un interés mutuo. Además, cuando yo estudiaba en Oxford los grandes centros de investigación estaban dedicados a profundizar en la cultura de América Latina, y por tanto en España, debido a razones comerciales», apunta Kamen.
«Me enseñaron que la historia de este país es como la de cualquier otro moderno, con sus propias experiencias y vivencias históricas»
El resultado de todo ello fue una revisión profunda y crítica, sin mitos ni vicios nacionales, de la Historia de España por parte de prestigiosos profesores de Harvard, Oxford, Princeton o Stanford. Una parte de estos historiadores (Henry Kamen, John Elliott, Joseph Pérez , Geoffrey Parker, entre otros) se centró en el Siglo de Oro español, tan cargado de Leyenda Negra , mientras que otro grupo igual de resonante (Stanley Payne, Paul Preston, Hugh Thomas, Ian Gibson, Raymond Carr) puso su foco en la Guerra Civil y enseñó a los españoles que las turbulencias de su siglo XX eran muy parecidas a las del resto de Europa. En contra del lema turístico de Manuel Fraga, España no era diferente. No era un agujero negro de maldad.
Raymond Carr, uno de los tres hispanistas premiados con el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales junto con Elliott y Pérez, detestaba que le llamaran hispanista precisamente por su negativa a considerar España una anomalía: «Me enseñaron que la historia de este país es como la de cualquier otro moderno, con sus propias experiencias y vivencias históricas». Kamen directamente niega la existencia del concepto con su particular acento catalán de resortes británicos: «No sé qué significa. Es una terminología inventada por unos cuantos españoles… pero yo me considero, simplemente, historiador e investigador del pasado europeo».
Bienvenido Mr. Hispanista
Algunos historiadores locales, con Jaume Vicens Vives a la cabeza, acogieron con los brazos abiertos a los autores extranjeros y los ayudaron a no perderse entre la escasez de medios, la censura y los numerosos problemas que minaban la investigación en España. Elliott, que bajo el consejo del gran maestro evitó publicar sus primeros artículos de la Rebelión catalana en castellano, llegó a sufrir la censura durante una intervención en un programa de Radio Barcelona. El británico hizo un chiste irónico sobre el dudoso placer producido por la lectura del Quijote en traducción inglesa que sería eliminado de la versión final.
Vicens Vives fue, literalmente, la primera persona que el estadounidense Stanley Payne, especialista en la Guerra Civil, vio a su llegada a España en 1958. «Su recepción y la de su familia fue extraordinaria», afirma este profesor emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. Casi ninguno de ellos dominaba el español y todos venían de un entorno donde se podía investigar casi sobre cualquier aspecto, por lo que el choque cultural fue de envergadura y requirió remangarse: «Poco a poco me encontré desafiando mis ideas establecidas, pero mi procedimiento era sencillo y humilde. La respuesta del mundo político y académico desde el principio no era totalmente negativa, pero tampoco muy positiva », confiesa Payne, que recuerda que cinco años antes de su llegada Franco había estrechado lazos con EE.UU, lo que facilitó el aterrizaje de jóvenes norteamericanos como él.
Por otro lado, los hispanistas gozaron de las ventajas de quien no era profeta en su tierra ni necesitaba serlo… Cuando el británico Hugh Thomas se propuso escribir en la década de los sesenta un libro sobre la Guerra Civil incluyendo la visión de ambos bandos, muchos aquí se llevaron las manos a la cabeza y le advirtieron de los peligros de remover heridas demasiado recientes. Lo que no preveían es que él, por su categoría de extranjero y con el sonido de un apellido con ecos de lord, contaba con cierta patente de corso que los españoles no obtendrían hasta décadas después para hablar de temas tan sensibles. « No ser español libraba al investigador de ciertas sospechas sobre a quién representaba o qué buscaba, lo que le daba así mayor libertad y una recepción más positiva», opina Payne.
El fin de una era
Una vez que volvían a casa tras superar los lances de su investigación, los extranjeros tenían la posibilidad de escribir lo que quisieran y de publicarlo en sus países. «El problema para los autores españoles no era que estuviesen inhibidos por el dolor del recuerdo de la Guerra Civil, sino que su trabajo estaba obstaculizado por la censura », advierte Paul Preston, que llegó por primera vez a la Península en los años sesenta y se vio obligado a tirar de memorias y de consultas en la hemeroteca municipal y la Biblioteca Nacional con tal de evitar los laberínticos trámites que el régimen exigía para acceder a «la profusa documentación que ahora está en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca» sobre la guerra.
La llegada de la Transición cambió las reglas y abrió por completo las puertas del país, pero los hispanistas nunca llegaron a marcharse . Algunos se quedaron a vivir en España, se casaron, se compraron casas de verano y siguieron publicando el fruto de sus investigaciones ya sin las limitaciones de una dictadura. Solo por razones de edad, los grandes autores viven hoy el final de una era. Raymond Carr falleció en 2015; Hugh Thomas le siguió dos años después; Joseph Pérez, en 2020; hace tres meses, Jonathan Brown, gran experto en el Prado, y el pasado mes John Elliott, de 91 años. Los que sobreviven de aquella generación bordean y hasta superan los ochenta años de edad. Muy pocos siguen publicando y menos investigando en archivos españoles.
«Hay españoles estudiando por todo el mundo. Ahora la investigación es más internacional»
El hispanismo se encuentra hoy en proceso de extinción, sin relevo en las universidades anglosajonas donde ha decaído el interés hacia España y, especialmente, hacia su guerra fratricida. «Es lógico que el interés de la Guerra Civil no sea lo que era. Cuando yo empezaba mi carrera como profesor, el gran interés versaba sobre el siglo XIX y la Gran Guerra. En los años sesenta, comenzar a hablar de la guerra española parecía muy osado y atraía mucho a los estudiantes, pero luego vinieron otros temas. Hoy en día, un investigador de este acontecimiento se enfrenta con grandes dificultades para conseguir un puesto como profesor», observa Preston, uno de los autores de referencia sobre este periodo. La disminución en los estudiantes que eligen por todo el mundo la Historia como su carrera tampoco ayuda a que se produzca un cambio generacional.
A todas estas razones exteriores se suma el gran salto que ha vivido la historiografía patria en las últimas décadas, un avance que está amenazado por la reforma de la ley educativa, que convierte la asignatura en una suerte de cajón de sastre llena otra vez de ideología. El aumento de becas y una profesionalización de los historiadores han impulsado estudios para los cuales antes solo tenían recursos los de fuera. En los departamentos de Historia de las grandes universidades del mundo hay muchos españoles gracias, en parte, a la invitación de los hispanistas que un día hicieron de pioneros. «Hay españoles estudiando por todo el mundo. Ahora la investigación es más internacional », coincide Kamen, afincado en Barcelona. El hispanismo no ha muerto tanto por viejo como de éxito.
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