El verdugo de los corazones solitarios
Este año se cumple el centenario de la ejecución en la guillotina de Henri Landru, condenado por seducir, estafar y asesinar a diez mujeres cuyos cadáveres nunca aparecieron
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Iniciar sesiónEran las seis y diez de la mañana de un día frío y despejado: el 25 de febrero de 1922, hace ya un siglo. Henri Désiré Landru atravesó el patio de la prisión de Versalles, escuchó sin pestañear las bendiciones del sacerdote y colocó su ... cabeza bajo la guillotina. Tenía 52 años. Dicen los que asistieron a la ejecución que permaneció imperturbable hasta el final.
Landru, el Barba Azul francés , nunca reconoció la acusación del fiscal de haber asesinado a diez mujeres, cuyos cadáveres jamás aparecieron. Ironizó en los 23 días que duró el juicio sobre la falta de pruebas y la imposibilidad de demostrar su culpabilidad. En el último momento, antes de abandonar la celda, su abogado Vincent de Moro Giafferi pidió a los guardianes que le dejaran solo con su cliente. Giafferi le dijo que necesitaba saber la verdad. Landru respondió: «Ese secreto, querido amigo, me lo llevo a la tumba».
Landru fue detenido por la Policía el 11 de abril de 1919 en su piso del número 76 de la rue Rochechouart de París. Un inspector de policía había dormido en la escalera toda la noche hasta poder practicar el arresto. No estaba totalmente seguro porque quien allí vivía era un tal Lucien Guillet, uno de los 87 nombres que había utilizado en los últimos cinco años. Landru pernoctaba ocasionalmente en ese domicilio para mantener relaciones con Fernande Segret, su amante. La llamada de la policía le despertó y abrió la puerta en pijama. Cuatro agentes se abalanzaron sobre él y se lo llevaron esposado. El único testimonio incriminador que hallaron fue una agenda en su chaqueta. La instrucción duró dos años y medio en los que los investigadores no lograron obtener más que dos pruebas: esa agenda negra y restos humanos en la casa que había alquilado en Gambais.
Landru se convirtió en un mito en una Francia sumida en una grave crisis moral y económica tras la firma del Pacto de Versalles.
Tras ser buscado infructuosamente durante muchos meses, el inspector Jules Belin logró una pista que le llevó a su domicilio de Rochechouart. Marie Lacoste, que había visto a una amiga desaparecida junto a Landru en varias ocasiones, le llamó por teléfono. Le dijo a Belin que se había topado con el sospechoso en una tienda de loza en el centro de París . El agente se dirigió al comercio, que le facilitó la dirección donde debía ser entregado el pedido.
Tras su arresto, Landru se convirtió en un mito en una Francia sumida en una grave crisis moral y económica tras la firma del Pacto de Versalles. Los periódicos le dedicaban sus portadas con noticias muchas veces inventadas o exageradas. Después de su ejecución, no faltó quien aseguró que se le había visto en Argentina. En prisión recibió más de 8.000 cartas, mientras le llegaban frecuentes peticiones de matrimonio. Se convirtió en una leyenda.
Un siglo después de su ajusticiamiento, pocas dudas cabe albergar que Landru fue responsable del asesinato de diez mujeres, a las que sedujo y estafó. Pero lo que jamás se pudo establecer es el número real de crímenes, que algunos elevaron a más de 200. En su agenda, los investigadores pudieron verificar que había contactado con 283 potenciales víctimas, cuyos nombres y direcciones estaban anotados. Más de un centenar declararon en el juicio. Algunas de ellas elogiando su caballerosidad y su buen carácter.
Orígenes humildes
Landru había nacido en París en 1869. Su padre trabajaba en una fundición y su madre era costurera. Ambos le inculcaron la fe católica y una estricta moral que marcó su adolescencia. Fue un buen estudiante, aunque sus compañeros le consideraban distante y solitario.
Cuando había cumplido los 20 años, se casó con una prima llamada Marie Catherine Rémy, a la que había dejado embarazada . A lo largo de su matrimonio, que se mantuvo hasta su muerte, tuvo cuatro hijos. Se ausentaba durante semanas del domicilio familiar, pero siempre volvía para entregar parte del dinero de sus estafas a su esposa. Decía que sus negocios le obligaban a viajar.
Tras su boda, se ganó la vida como fontanero, vendedor de muebles, contable, vigilante de un garaje y cartógrafo . Era muy ambicioso y aseguraba a sus amigos que se haría rico. Pero sus ingresos eran muy reducidos y tenía dificultades para sostener a su familia. En 1903, amargado por sus constantes fracasos y por su baja condición social, comenzó a realizar pequeñas estafas.
Ideaba todo tipo de engaños para sacar dinero a la gente mediante su facilidad de palabra y, en ocasiones, a través de anuncios en los que prometía un bien remunerado trabajo. En esa época empezó a estafar a mujeres y viudas a las que manipulaba con imaginarias expectativas amorosas. Era un maestro en recurrir a falsas identidades: empresario, militar, agente secreto, juez, abogado o cualquier papel que exigiera el guion. Vestía con elegancia, cuidaba el lenguaje y se hacía pasar por un afable caballero.
En el periodo comprendido entre 1903 y 1908, fue detenido y condenado a tres penas de cárcel por delitos menores de estafa. Se le impusieron castigos benévolos, pero no pudo eludir varias estancias en prisión. Su madre murió en una de ellas y su padre, avergonzado de su conducta, se ahorcó en el Bois de Boulogne.
Landru se vio en verdaderos apuros cuando fue detenido en 1909 por engañar a Jeanne Izoret, una viuda a la que contactó a través de un anuncio. La hizo la corte y la prometió matrimonio. Antes de la boda, Jeanne le confió 20.000 francos invertidos en títulos. Tras desaparecer, Landru fue localizado y arrestado. El juez le condenó a tres años de cárcel, de los que cumplió dos.
Evitar la reincidencia
El timador aprendió la lección y sacó una conclusión que guiaría en adelante sus acciones: la necesidad de recurrir a falsas identidades y no dejar pistas, de cambiar de escenario y de no revelar ningún dato sobre su pasado. Era necesario extremar las precauciones porque el Código Penal francés castigaba con una sanción mucho mayor a los reincidentes. Si le atrapaban, podía ser condenado a una pena de más de doce años de cárcel.
Ésta y no otra es probablemente la razón que le llevó a asesinar a sus víctimas. Tenía la necesidad de borrar las huellas y cualquier testimonio incriminatorio. Las seguía captando a través de anuncios en los periódicos en los que decía que era un viudo de posición acomodada, de unos 40 años de edad, que buscaba compañía femenina. Cientos de mujeres se tragaron el anzuelo.
Landru pudo actuar con impunidad gracias a que Francia se hallaba en guerra con Alemania, lo que provocó la muerte de 1,4 millones de compatriotas en el conflicto. Miles de familias cambiaron de domicilio en una situación de caos y de desaliento social. Era imposible conocer el destino de muchas personas.
Su primera víctima fue Jeanne Cuchet, asesinada en febrero de 1915 en Vernouillet. Era una viuda de 39 años . Landru se presentó como un industrial del norte llamado Raymond Diard. Ella se despidió de sus amigos y les dijo que se había enamorado y que iba a casarse con un empresario. Jamás la volvieron a ver. Tras desplumarla, Landru mató también a su hijo André. Sus restos jamás fueron hallados.
En los cuatro años siguientes, siguió asesinado a sus víctimas con el mismo modus operandi . La segunda fue Marie Guillin, tan sólo unas semanas después. Y luego mató a otras ocho. La última fue Marie Thérèse Marchadier, que, según el sumario, fue asesinada el 28 de diciembre de 1918.
«¿Acaso, señor juez, usted conoce el paradero de todas sus amantes?».
Landru, durante el juicio
Los diez casos fueron documentados por las anotaciones de su agenda, por los testigos que dieron fe de su relación con Landru y por algunos objetos personales que se encontraron en su casa de Gambais, a 60 kilómetros de París. Pero la Justicia no pudo hallar ninguna prueba fehaciente de su culpabilidad. Todo indica que asesinó a más mujeres, pero es imposible establecer un número.
Tampoco fue posible determinar el método que utilizó . Es probable que las envenenara, pero es una mera suposición. Las últimas víctimas perdieron su vida en el chalé de Gambais, un lugar solitario junto a una carretera y con un amplio jardín. Los vecinos de quejaban del mal olor del humo que salía de la chimenea.
Semanas después de su detención, el juez ordenó el registro de la casa. La policía encontró un kilo y medio de cenizas en el horno de la cocina. Y halló restos de huesos incinerados al excavar en el cobertizo. Un informe forense determinó que eran huesos humanos. Landru reconoció que había enterrado perros y gatos en el lugar, pero negó haber cometido acto violento alguno.
Dudas en el juicio
Hoy existen muchas dudas del veredicto del forense, clave en la sentencia, porque al parecer el método de análisis no era demasiado científico. Pero el tribunal lo dio por valido y basó su condena en la agenda , en la que había una minuciosa contabilidad de las cantidades estafadas. Ante la evidencia, Landru reconoció que había conocido a las diez mujeres, pero que nunca las había asesinado. Entre sus anotaciones, había una serie de personas sin nombre, numeradas del uno al siete. Eran su esposa, sus cuatro hijos, su amante y otra desconocida.
En un determinado momento del proceso, el presidente del tribunal le interpeló y le pidió que facilitara el paradero de las víctimas. Landru sonrió y respondió: «¿Acaso, señor juez, usted conoce el paradero de todas sus amantes?». La respuesta provocó carcajadas en la sala.
El juicio comenzó el 7 de noviembre de 1921 y concluyó el 30 de noviembre con una pena de muerte, que sería ejecutada tres meses después. El tribunal de apelaciones desestimó el recurso de su abogado y, horas antes de ser conducido a la guillotina, el presidente de la República se negó a conceder el indulto. Landru acogió con serenidad la noticia.
Desde esas fechas , no ha habido ningún juicio que en Francia levantara tanta expectación como el del asesino de Gambais . Había largas colas para acceder a la sala y los periódicos enviaron a sus mejores redactores a cubrir el proceso. Colette, contratada por 'Le Matin', fue una de las reporteras. Esto es lo que escribió: «Siempre correcto. Seductor, faunesco, verlaniano. Ni genio ni lerdo. Por encima de las delgadas vertebras de su cuello, su cráneo es atractivo y deja traslucir inteligencia o incluso amor».
En un último intento por sembrar las dudas en el jurado, el abogado Giafferi aseguró que iba a demostrar que una de las víctimas estaba viva . Apuntó a la puerta y dijo que esa mujer iba a hacer aparición en la sala en ese momento. Todas las miradas se giraron hacia la dirección que señalaba. Entonces el abogado afirmó que el gesto evidenciaba que muchos creían que el acusado no había matado a nadie. Pero Landru no movió la cabeza, lo cual no se le escapó al fiscal.
Durante las tres semanas de las sesiones, Landru nunca perdió los nervios, aunque hacía gestos de desaprobación cuando no le gustaba lo que decían los testigos. Su letrado, uno de los mejores de Francia, basó toda su estrategia de defensa en la ausencia de los cadáveres: «No podemos condenar a este hombre por meras suposiciones». La agenda, según Giafferi, sólo permitía deducir unas meras relaciones comerciales.
El alegato del fiscal se centró en resaltar los aspectos perversos de su personalidad. Subrayó su falta de escrúpulos y su crueldad. Y apeló a los testimonios que le habían visto con las víctimas y a la agenda que demostraba que era un estafador. Los objetos hallados en la casa y los restos carbonizados eran suficiente prueba del asesinato y descuartizamiento de las diez mujeres y el hijo de Madame Cuchet.
El jurado, todos ellos hombres, dictó su veredicto tras ocho horas de deliberación: culpable. Consideraron probadas las alegaciones del fiscal. Landru no pestañeó al escuchar la sentencia tras insistir en que él era inocente. La policía elevó el número de víctimas a 117, una especulación con poco fundamento y difícilmente creíble.
El fallo jue ejecutado en la cárcel de Saint Pierre de Versalles por un verdugo llamado Anatole Deibler. No formuló ningún deseo la noche anterior. Y esperó serenamente el amanecer de su último día tras decidir llevarse los secretos a su tumba. Su cuerpo descansa en el cementerio de Gonnards, cercano a Versalles, pese a que, durante décadas, algunos creían que gracias a sus poderes parapsicológicos había resucitado o había logrado evadir la guillotina. Un siglo después, Landru sigue siendo un mito , amplificado por las decenas de libros y las películas que se han hecho sobre su vida, entre ellas las de Chaplin y Chabrol. Y no falta quien aprecia en su macabra figura una encarnación de las contradicciones de una sociedad desgarrada por una guerra y una crisis moral que desangró a Francia.
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