Gulag: la pesadilla de vivir en el Auschwitz de Stalin donde «morían reos a millones»
Yoann Barbereau, autor de «En la prisión de Siberia», desvela los pormenores de las prisiones soviéticas y narra a ABC cómo fueron los 71 días que pasó en una cárcel acusado por el FSB de un delito que, dice, no haber cometido

Como en Auschwitz , donde un cartelón exponía aquello de «El trabajo os hará libres» («Arbeit macht frei»), en uno de los muchos campos de concentración de Kolimá también se invitaba a los reos a dejarse la vida en las minas de ... Rusia mediante un mensaje grabado en la entrada: «El trabajo en la URSS es una cuestión de honradez, gloria, valor y heroísmo» . En ambos casos era una falsedad. El centro, como otros tantos en los que miles de enemigos de los bolcheviques primero, y de Iósif Stalin después, pertenecía al Gulag (Dirección General de Campos de Trabajo); una institución cuyo origen se remonta a los tiempos de Lenin y que buscaba encerrar, maltratar y aprovecharse de cualquiera que el Camarada Supremo considerara un disidente.

Yoann Barbereau , autor de «En la prisión de Siberia» (Principal, 2020), sabe que el calvario que ha vivido no es equivalente al de aquellos reos. Sin embargo, no puede evitar rememorar lo acaecido aquellos años cuando narra su triste historia. Exdirector de la Alianza Francesa de Irkutsk (Rusia), fue arrestado el 11 de febrero de 2015 en su propia casa por un grupo de hombres encapuchados del FSB , el servicio secreto del país. Entre gritos de su hija de 5 años, y frente a su mujer, los agentes se lo llevaron y le interrogaron durante horas. Le acusaban, afirma, de un delito que no había cometido. Pasó 71 días en una prisión en la que recibió vejaciones y palizas. Luego, fue trasladado a un hospital psiquiátrico.
Según explica en la obra, donde narra de forma pormenorizada esta historia, consiguió escapar tras ser puesto bajo arresto domiciliario. Desesperado, llegó a la embajada francesa en Moscú, donde se escondió hasta que le informaron de que, si se quedaba en el país, pasaría quince años en prisión. «Estaba a las puertas de un campo de trabajo» , desvela. Por ello, una vez más, huyó en un alocado viaje a través de bosques y lagos helados hasta Europa. Hoy reside en Douarnenez, donde todavía es blanco de las autoridades. Como defensa, dice haber iniciado procedimientos legales contra el gobierno ruso en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, así como los juzgados galos.
Mientras, le queda tiempo para estudiar sobre los campos de concentración de Stalin y hablar sobre una época que, de forma irremediable, le viene a la cabeza cuando piensa en todo lo que le ha sucedido...
Nace el Gulag
El primer tercio del siglo XX sacudió las columnas de la Rusia que, hasta entonces, conocía Europa. En 1917, una ola revolucionaria derrumbó el primer pilar cuando el zar, Nicolás II , se vio obligado a abdicar. Poco después, en octubre de ese mismo año, el Gobierno Provisional de Aleksándr Kérenski , que había suplido en el poder a la familia real, fue también derribado; aunque, en este caso, por los bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov , más conocido como Lenin. Con él arribó, como bien explica la periodista e historiadora Anne Applebaum en «Gulag», el ala más extrema de la izquierda, pero no la tranquilidad. Ni política, ni militar.
A pesar de la imagen que todavía perdura, la realidad es que el respaldo popular a los bolcheviques no era todo lo férreo que debería. La solución que planteó Lenin fue la que, a la postre, perduró en la Unión Soviética durante ochenta años: la persecución indiscriminada de un nuevo adversario, el «enemigo de clase» . A saber, cualquiera que estuviera a la derecha del gobierno y que, en sus palabras, trabajara de forma abierta o secreta para destruir la revolución. El problema fue que ese abanico incluía a demasiada gente. Desde campesinos burgueses (apelativo que podía ser aplicado a discreción por la Cheka ), hasta, como explica la historiadora, «una persona que viajara sin billete en el tranvía».

Las consecuencias no tardaron en dejarse notar. Las cárceles se llenaron de reos -muchos, considerados enemigos del estado- y los diarios señalaron que la Guardia Roja «arrestaba a cientos de personas todos los días y después no sabían qué hacer con ellas». La falta de espacio físico obligó a reconvertir sótanos y viejos edificios en prisiones, aunque eso no palió la falta de medicinas, comida e higiene. Por si fuera poco, la política del Terror Rojo (las detenciones masivas orquestadas por Lenin entre septiembre y octubre de 1918) acabó de saturar el sistema penitenciario. ¿Qué hacer para solucionar estos problemas de un solo golpe?
La triste solución consistió en crear, allá por la década de los veinte, diferentes campos de concentración apartados de la civilización, para evitar miradas indiscretas. El primero, fundado en 1923 por la sucesora de la Cheka (la OGPU , o Dirección Política Estatal Unificada ), se ubicó en el archipiélago de Slovki, en el mar Báltico. Un triste preludio de otros tantos centros de muerte que, en 1930, pasaron a integrar la Dirección Principal de Campos de Trabajo Correccional y Asentamientos Laborales o GUITLTP . Una institución que, por motivos de practicidad, fue renombrada con el acrónimo Gulag (Dirección General de Campos de Trabajo) poco después.

Según los datos recogidos por Álvaro Lozano Cutanda en «Stalin, el tirano rojo», ya en 1930 el Gulag reunía, en sus múltiples centros de reclusión, hasta un total de 169.000 prisioneros . Número que aumentó hasta 510.307 en 1934 y 1.300.000 en 1940 , ya durante la Segunda Guerra Mundial . Las cifras son igual de sorprendentes en lo que se refiere a los campos de concentración. «Se estima que entre 1929 y 1953 existieron 476, aunque las cifras son engañosas, ya que en la práctica contenían otros más pequeños», añade el autor español en su obra.
Tenían, eso sí, una diferencia con sus equivalentes nazis: no estaban ideados para aniquilar de forma sistemática , sino para que los reos trabajasen para el estado en tareas tan rudas como la extracción de oro o la construcción de vías férreas y canales. Trabajos que llevaban a cabo bajo temperaturas gélidas. Valga como ejemplo que en la región de Kolimá, donde se ubicaba el llamado Auschwitz soviético de Iósif Stalin, los presos podían estar sometidos a temperaturas de entre -40ºC y -70ºC. «Kolimá, maravilloso planeta, doce meses de invierno, el resto es verano», decía una de las rimas más famosas de los condenados.
Horror y muerte
El horror del Gulag comenzaba en el mismo momento en que los reos eran capturados y trasladados hasta los campos de concentración. La mayoría viajaban en trenes de carga, sin ventanas , sin calefacción , sin comida y sin posibilidad de asearse . Los trayectos, que podían durar meses debido a la ingente cantidad de territorio ruso que había que transitar, eran infrahumanos. Incluso los vehículos más «lujosos» (si es que puede llamarse así a aquellos equipados con literas) eran cargados hasta la extenuación.
Al llegar a su destino, las enfermedades ya se habían extendido entre los pasajeros. Desde una ceguera transitoria provocada por el escorbuto , hasta la diarrea . Así lo corrobora un documento fechado en 1933 y enviado a la atención de Stalin:
«Las condiciones de transporte eran indignantes: la poca comida que había disponible era incomible y los deportados estaban hacinados en un espacio casi sin aire. El resultado fue la muerte diaria de 35 a 40 personas. Estas condiciones de vida, no obstante, resultaron un lujo en comparación con lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino … La isla de Nazino es un lugar despoblado, sin ningún asentamiento … No había herramientas, ni granos, ni alimentos. Así comenzó su nueva vida. Al día siguiente de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, comenzó a nevar otra vez, y se levantó el viento. Muertos de hambre, consumidos por meses de comida insuficiente, sin cobijo y sin herramientas … estaban atrapados».
Lo mismo pasaba cuando el transporte se hacía a través de navío. Al llevarse a cabo bajo estricto secreto, no era extraño que la tripulación dejara morir a los presos en las tripas de los bajeles cuando estos se iban a pique. En ambos casos, sin embargo, había otros peligros además del hambre y el frío. Uno de ellos eran los reos más violentos. Llamados « urkas », solían robar las prendas de abrigo y el dinero a sus compañeros, además de violar a las mujeres. Lozano narra casos estremecedores a través de testimonios de primera mano como el de Janusz Bardach , un joven reo polaco:

«Varios hombres asaltaban a una mujer. Pude ver sus blancos cuerpos retorciéndose. Las mujeres los golpeaban enérgicamente con las piernas y les clavaban las uñas en la cara. Mordían, gritaban y aullaban. Los violadores les respondían a golpes. Cuando se quedaron sin mujeres, algunos de los más robustos se volvieron a las literas en busca de hombres jóvenes. Estos adolescentes fueron incluidos en la carnicería y yacían boca abajo, sangrando y gritando en el suelo».
Aunque la verdadera pesadilla llegaba una vez arribaban a los campos de concentración y trabajo. En Kolimá, por ejemplo, un oficial del NKVD les recibía con palabras desalentadoras:
«¡Convictos, esto es Kolimá! La ley es la taiga y el fiscal el oso. Están aquí para trabajar duro. Deben pagar con sudor y lágrimas los crímenes perpetrados contra el pueblo y el Estado soviético».
Después, como sucedía en sus equivalentes nazis, eran divididos en dos grupos: aquellos fuertes y sanos eran puestos a trabajar, mientras que al resto se les otorgaba un período de cuarentena para asegurarse de que no tenían enfermedades contagiosas. Aquello, en buena medida, significaba ser condenado a la muerte. Así lo confirma Lozano en su obra.
Puede que, como escribió la actriz soviética Tatiana Okunevskaya, cada campo tuviese «su propio carácter» y fuese «un mundo en sí mismo». Eso es innegable. Pero todos y cada uno contaban con una serie de características comunes. A nivel oficial, el estado se hacía cargo de la manutención de los reos a cambio de que estos trabajaran a destajo para mejorar la economía del país. En la práctica, no obstante, los mandos corruptos robaban y manipulaban sin medida el dinero que llegaba desde los estamentos superiores. Por descontado, las exigencias de la Segunda Guerra Mundial limitaron todavía más su modo de vida y les granjearon más y más horas de trabajo inmisericorde.

Los ejemplos se cuentan por cientos. La autora narra, por ejemplo, el caso de los presos que lavaban oro en las minas de Kolimá y, en un día, estaban obligados a acarrear una media de 150 carretillas. Los desafortunados que no cumplían sus objetivos debían, sencillamente, quedarse hasta terminar. A veces, hasta media noche. Solo disponían de un día libre por cada diez de trabajo. Y eso, en teoría. La realidad es que los más suertudos disfrutaban de uno al mes. Así narró un reo su día a día una vez que fue liberado:
«A las seis teníamos que estar en la fábrica. A las diez teníamos un descanso de cinco minutos para fumar un cigarrillo, para lo cual teníamos que correr a un sótano que estaba a unos 180 metros de distancia, el único lugar del local de la fábrica donde esto estaba permitido. El incumplimiento de esta regulación era punible con dos años extra de prisión. A la una había un descanso de media hora para comer. Con la escudilla de barro en la mano, teníamos que ir como un rayo al comedor, ponernos en la larga cola, recibir unas repugnantes habichuelas que a todo el mundo le sentaban mal, y a todo correr volver a la fábrica donde los motores comenzaban a trabajar. Después de eso, sin dejar nuestro lugar, nos sentábamos hasta las siete de la noche».
La pesadilla de Yoann Barbereau
-¿Cómo recuerda sus meses de estancia en aquella primera prisión rusa?, ¿qué fue lo peor que tuvo que soportar?
Lo peor que he tenido que soportar fue lo de la noche de 14 de febrero. Los guardias decidieron divertirse. Bebían y sacaban a los prisioneros uno a uno y yo fui uno de ellos. Esta experiencia de tortura no puedo contarla; creo que lo que no se puede hablar hay que escribirlo. Aparece en el libro en el capítulo “San Valentín entre rejas”. Mis recuerdos de la primera cárcel los guardé gracias a pequeños cuadernos verde opalino en los que anoté todos los días. Logré salvarlos. En cada una de las celdas donde estuve encerrado hubo el mayor dolor, violencia y miseria de la vida humana, pero también la más alta fraternidad, a veces la belleza. Todo entrelazado.
-Sé que es difícil, pero… ¿podría resumir su viaje hasta Europa?
¿El resumen de la película o novela en la que viví? Un hombre ama con pasión la gran literatura rusa. Sueña con el lago Baikal. Se instala en Irkutsk, capital del este de Siberia, ama, vive feliz. Quiere sentirlo todo y en todos los sentidos se ocupa de un centro cultural francés. Una mañana, hombres encapuchados lo arrestan frente a su esposa y su hija de cinco años. Pasa 71 días en prisión, tres semanas en un hospital psiquiátrico. Intenta comprender. ¿Por qué? ¿Por qué yo? “¿Qué pie pisaste para activar esta máquina infernal?”, pregunta su abogado. Finalmente fue liberado, pero bajo arresto domiciliario y bajo control de brazalete electrónico. Fuera, los hombres del FSB (ex-KGB) lo miran. Arriesga durante años en un campo de régimen severo.
«Antes de la experiencia en prisión yo pasé años maravillosos en Rusia»
Un año después, en medio del juicio, cuando está a punto de ser sentenciado, se escapa. Ha preparado cuidadosamente su escape, los amigos rusos lo ayudarán, una mujer en particular, una heroína. Cruza toda Siberia, se siente locamente libre. Llega a Moscú, a la Embajada de Francia. Se quedará allí un año más, observando la debilidad e impotencia de la diplomacia francesa. Entonces, por su honor, por su hija que ha crecido y que no ha tenido padre durante casi tres años, vuelve a escapar. Frustra el sistema de seguridad de la embajada, recorre los 800 km que lo separan de la frontera europea.
Atraviesa un bosque en Estonia, se encuentra con un lobo benevolente. Se pierde en un pantano, cree que se está muriendo. Entonces recita un poema de François Villon, palabras que tienen más de cinco siglos. Esta brujería de las palabras ha sido su fuerza desde el principio. Ya está escribiendo la novela que está viviendo. Camina por una atalaya, cruza la frontera. Él es libre.
-Violencia, lagos helados… Su vida parece propia, en efecto, de una novela de espías. ¿Qué le diría a la gente que considere su viaje como una exageración?
Sugeriría que me lean atentamente. Algunos, como mi librero, sospechan que no he dicho todo, otros me imaginan como un oficial de inteligencia francés. Mis maestros son Anton Tchekhov, Mikhaïl Bulgakov, Molière o François Villon, así que uso las armas de la literatura, las aprovecho para remover el fantástico caldo de sensaciones e ideas. Creo que es por tomarnos muy en serio el hecho de escribir que realmente conocemos las miserias y las bellezas humanas, pero el pacto que hago con el lector es inequívoco, lo repito varias veces en el libro: «No invento nada, nunca romance».

-¿Cree que la Rusia de Putin está muy alejada de la URSS de Stalin?
Son dos épocas distintas y aunque podemos estar preocupados por los acontecimientos recientes en Rusia y podemos desear, como yo, que Putin sea expulsado del poder que ha ocupado durante más de veinte años, la vida de los rusos bajo Stalin era muy diferente de la que levan hoy. Antes de la experiencia en prisión yo pasé años maravillosos en Rusia. Allí hice amistades muy fuertes y tuve amores verdaderos. Mi libro también es una historia de amor con Rusia y tal vez una especie de aprendizaje.
-¿Cree que la vida en los gulags de Stalin puede equipararse a las penurias que usted sufrió en la primera prisión?
No. Conozco los escritos del gulag de Chalamov (las Historias del Kolyma son para mí las más fuertes), de Solzhenitsyn o de Guinzburg y no me atrevo a hacer una comparación. En esos campos de trabajos forzados los prisioneros murieron por millones entre 1930 y 1991. Yo he conocido y descrito la realidad de una prisión central en Siberia en el siglo XXI, para estar luego encerrado en un hospital psiquiátrico. Este es un nivel bastante significativo de violencia y sufrimiento, pero no es un campo de trabajo. Me sentenciaron a quince "campos de régimen duro" y hui antes de tener que pasar por esta prueba. Y aunque lo hubiera sufrido, no creo que compararía con el gulag, mucho menos con los peores gulags, que existieron bajo Stalin.
-¿Qué recuerdo existe en Rusia de aquellos gulags?, ¿se estudia por qué fueron creados?
Los historiadores están trabajando en esta cuestión que está en gran parte oscurecida por el poder. Pero aún así, un historiador como Yuri Dmitriev, conocido por su investigación sobre los desaparecidos del terror estalinista, fue recientemente arrestado y sentenciado a quince años en un campo de régimen severo, sobre la base de acusaciones fabricadas que son estrictamente las mismos que las usadas en mi contra. El gobierno ruso y el FSB no tienen imaginación cuando se trata de deshacerse de los visitantes no deseados.
«El gobierno ruso y el FSB no tienen imaginación cuando se trata de deshacerse de los visitantes no deseados»
-¿Conoce el caso de algún preso de los gulags soviéticos que le haya estremecido particularmente?
Te respondo con una lectura: Récits de la Kolyma, de Varlam Chalamov.
-¿Cómo definiría a Putin?
Llevaría mucho describir a Putin. Se ve a sí mismo como el "salvador conservador de Europa" (esta frase se encuentra en la prensa que sirve al poder). En él se entrelazan la herencia soviética, un liberalismo fingido, un sueño imperial inspirado por los pensadores de Eurasia- todo mezclado con la intolerancia de la iglesia- así como los métodos de la KGB donde fue entrenado y toda una camarilla mafiosa que están al frente de grandes empresas públicas y privadas y al mismo tiempo que los principales ministerios. La ideología de Putin es híbrida, cambiante, fácilmente "pragmática", ya que también depende de un clan dispar.
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