Gloria, caída e injusticia de un virrey de Felipe II que gobernaba sobre millones de kilómetros cuadrados
María Vicens Hualde recupera del olvido en su obra 'De Castilla a la Nueva España' (Albatros Ediciones) la vida del Marqués de Villamanrique, asombroso virrey de la Nueva España entre 1585 y 1590
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Iniciar sesiónLos virreyes, alter ego de los monarcas, constituyeron la columna vertebral de la Monarquía Católica, y permitieron hacer copartícipe a la nobleza española de la empresa «imperial» y evitar que se arruinara por completo a consecuencia de la inflación que se vivía en España. ... Mecenas, militares, gobernantes y pequeños monarcas embadurnados de opulencia, la lista de grandes virreyes, tanto en América como en Italia, es tan larga y gloriosa que las biografías de muchos talentos han terminado perdidas en los pliegues del tiempo.
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Es el caso d el Marqués de Villamanrique , virrey de la Nueva España entre 1585 y 1590, cuya vida la especialista en Historia Moderna María Vicens Hualde ha recuperado en su obra 'De Castilla a la Nueva España' (Albatros Ediciones). El libro sirve de excusa para rescatar del olvido a una figura mayúscula, eclipsada por sus hermanos «sin haber recibido hasta ahora atención la asombrosa trayectoria que se marcó para cambiar su destino de segundón sin recursos y escalar posiciones hasta convertirse en virrey», un personaje «denigrado por sus émulos y despojado de sus logros» por sus sucesores y enemigos. «Su sucesor, Luis de Velasco el joven, quien recién llegado a la Nueva España en 1590 presentó y vio reconocidos como propios dos éxitos que en justicia deberían atribuirse a Villamanrique, como son la instauración del Juzgado General de Indios y la paz de la guerra chichimeca».
Un gigante en América
Más allá de un personaje con nombre y apellido, 'De Castilla a la Nueva España' sirve la oportunidad a María Vicens Hualde para hablar de la práctica de gobierno en tiempos de Felipe II y de los retos que conllevaba gestionar una potencia gigantesca, muy lejos de Madrid, sin apenas medios y hasta ciertamente autónoma como era Nueva España, con una superficie catorce veces más grande que la España actual y veintitrés veces el Imperio azteca.
«La razón de ser de su cargo era hacer presente la monarquía en América. Teniendo en cuenta que los Reyes españoles nunca visitaron sus reinos en Indias, era misión del virrey hacer que los súbditos se identificaran con su monarca. Para conseguir este objetivo se utilizaba el ceremonial y los rituales como recurso escénico en ese 'teatro público', para que los espectadores pudieran identificar su imagen con la del Rey», explica en una entrevista con ABC Vicens Hualde.
Álvaro Villamanrique de Zúñiga pertenecía a un gran linaje, pero tenía demasiados hermanos por delante suyo. Que acabara nombrado virrey por Felipe II fue algo que se ganó por sus méritos, y no por herencia . El sevillano llegó a Nueva España en un momento complicado donde las audiencias, que eran las instituciones principales, se encontraban en una situación de inestabilidad porque los jueces estaban bajo el escrutinio del visitador general y muchos de ellos habían sido apartados de sus cargos. Asimismo, el arzobispo de México había conseguido en medio del caos reunir en sus manos todo el poder, tanto eclesiástico como político.
«A ello hay que añadir los ataques de los corsarios ingleses sobre las costas de Nueva España, tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Y sobre todo la guerra chichimeca, un larguísimo conflicto con los indios nómadas del norte, que llevaba años esquilmando las arcas de la Real Hacienda y mantenía en permanente alarma la región», relata esta doctora en Historia Moderna.
El marqués de Villamanrique creó un cuerpo de milicias de voluntarios para rechazar cualquier desembarco de los filibusteros, armó dos buques para combatirlos en alta mar, protegió a los indígenas y recuperó el poder que el Arzobispo de México había hurtado al Rey
Al poco de llegar, el marqués de Villamanrique creó un cuerpo de milicias para rechazar cualquier desembarco de los filibusteros , armó dos buques para combatirlos en alta mar, protegió con «paternalismo» a los indígenas y recuperó el poder que el Arzobispo de México había hurtado al Rey. Esto último le costó que el Tribunal de la Inquisición de México abriera varios procesos contra él acusándole de interferir en sus labores y que a la corte madrileña llegara una gran cantidad de quejas por parte de sus enemigos. Su breve pero exitoso paso por el virreinato concluyó, como era costumbre en aquel periodo, con un juicio de residencia donde se juzgaron sus actuaciones más controvertidas y se le dibujó como alguien codicioso que se había lucrado gracias a su cargo.
El juicio
El proceso, controlado por sus rivales, terminó con el embargo de sus bienes libres antes de permitírsele regresar a España deshonrado y arruinado. Entre las penas que se le impusieron, estaba la del exilio de la corte y la prohibición de ocupar cualquier tipo de cargo público en el futuro.
«Considerar si Felipe II fue justo o no con Villamanrique podría ser una valoración personal que no debe hacerse sin corroborar con datos. Para ello es imprescindible remitirse a la información de que disponía el Rey en ese momento, quién se la proporcionaba y qué propósito había detrás. Teniendo en cuenta todos estos factores (y con la ventaja que da la distancia en el tiempo) creo que esa información era interesada y en parte sesgada, pero era la que manejaba el Rey. En mi opinión lo peor para él fue el sentimiento de indefensión, el hecho de que no se le permitiera conocer los cargos con la suficiente antelación para construir su defensa o la apelación», señala la autora de 'De Castilla a la Nueva España', quien no considera «exclusivo» de Felipe II el rasgo de ingratitud hacia sus servidores, a pesar de la fama legendaria de desconfiado que aún hoy le acompañada: «Recordemos la desconfianza y el desapego que mostró también el Emperador Carlos V hacia Hernán Cortés , que había puesto en sus manos los reinos más ricos y extensos de la monarquía».
Por real cédula de 29 de marzo de 1599, el siguiente Rey, Felipe III, le perdonó la condena en que había incurrido el marqués por su oficio de virrey de la Nueva España y lo habilitó de nuevo para ocupar oficios. Murió solo cinco años después sin haber alcanzado la resolución del Consejo de Indias que ordenaba alzar el embargo de sus bienes libres.
–Mucho se ha escrito sobre los juicios de residencia, ¿eran mecanismos efectivos para combatir la corrupción y los abusos de poder?
–La clave de esta pregunta está en la palabra «efectivo». En principio diría que sin duda lo eran y de hecho estuvieron vigentes hasta el siglo XIX. En primer lugar, por su carácter disuasorio. La certeza de saber que iba a ser sometido a examen y juicio al finalizar el ejercicio de su cargo disuadía al funcionario de algunas tentaciones y, al menos en teoría, hacía que respetase los límites de sus atribuciones. Sin embargo, los abusos y corruptelas se sucedieron a lo largo de los siglos. Por tanto, se puede afirmar que era una herramienta válida, aunque no siempre resultase efectiva.
–¿Las acusaciones de codicia personal contra el noble eran fundadas?
–Digamos que Villamanrique no era inmune a la tentación del dinero. Hay que entender el modo de pensar del siglo XVI, en que los cargos se veían como merced del Rey en agradecimiento por la prestación de un servicio. A ello hay que añadir que las Indias se veían como un territorio de posibilidades económicas . El hecho de que los ministros reales tuvieran prohibidas algunas actividades, como el comercio o la compraventa de propiedades, no impidió que la mayoría de ellos las practicaran. Y parece probado que tanto el virrey como sus criados tomaron parte en empresas comerciales no permitidas. Por otra parte, en los juicios de residencia de casi todos los virreyes se repiten algunos cargos de modo recurrente, como el que los criados cobrasen por dar acceso al virrey, conseguir joyas u objetos suntuarios por debajo de su valor, adjudicar cargos y empleos a los allegados, entre muchas otras, lo que nos hace pensar que eran prácticas habituales. En cualquier caso, parece que sí existió un enriquecimiento ilícito, por encima de lo que cabría esperar desde el sueldo de virrey.
–Antes de llegar a México, en España ya había tenido problemas con la Inquisición por su acercamiento a ciertos reconciliados y otros disidentes religiosos, ¿cuál era su postura contra este tribunal religioso?
–El enfrentamiento de Villamanrique con la Inquisición no es un incidente aislado, sino que se repite en México y Sevilla. Lo que aparece claramente es una oposición explícita de don Álvaro tanto a las formas como al contenido de las acusaciones y a los métodos utilizados por el Santo Oficio. Esto le lleva a cuestionar en México abiertamente las atribuciones de la Inquisición para juzgar otro tipo de delitos que no sean los de herejía. De paso aprovecha para desprestigiar a la institución poniendo en entredicho el comportamiento de los familiares de la Inquisición.
En lo que se refiere al apoyo a algunos reconciliados aparece más bien como muestra de lealtad personal hacia quienes formaban parte de su círculo cercano, en este caso en el cabildo de Sevilla. El hecho de que fuesen o no reconciliados no le frena en su apoyo, aunque deba pagar el precio de ser visto con recelo, como sospechoso de frecuentar amistades dudosas.
–¿Mostró interés en las ideas reformadas?
–En ningún caso expresó simpatía por ellas, por el contrario, son frecuentes sus expresiones en contra. El último episodio en que se ve involucrado por la Inquisición de México fue cuando acusaron a los franciscanos de querer instaurar una iglesia local con el virrey como cabeza, «que es herejía luterana». Pero este argumento resultó muy forzado, difícilmente defendible y el expediente no consiguió salir adelante.
–¿Qué se esperaba de un noble en la corte de Felipe II?
–Si hubiera que elegir una palabra que englobara todo lo que se esperaba de un noble creo que sería «servicio». La nobleza castellana se estableció y tuvo su razón de ser a partir del servicio al Rey que, a su vez, la recompensaba con su liberalidad. El monarca se servía de la nobleza tanto en la corte, como en la diplomacia, la milicia o la economía. En este servicio iban implícitos otros conceptos como la lealtad y quedaba sobreentendida la retribución en forma de mercedes.
–¿Cuál fue la política del virrey respecto a la población indígena?
–Villamanrique mostró hacia los indios una actitud protectora, no exenta de cierto paternalismo, insistiendo siempre en que debían ser tratados como lo que merecían por su condición de vasallos del Rey. No hay que olvidar que por su formación fue muy influido por la Escuela de Salamanca, donde siguió sus estudios. Las ideas humanistas de Francisco de Vitoria afirmaban el derecho natural, innato y común a todos los pueblos y los derechos de los naturales. Al mismo tiempo daba pie a una cierta infantilización del indio, su condición de «miserable» y por tanto necesitado de defensa y protección. Estos conceptos los asumió Villamanrique y los aplicó en sus ordenanzas, especialmente en lo que se refería a las condiciones de trabajo de los indios en los obrajes de paños o en las minas y, sobre todo, en su firme lucha contra la esclavización de los indios por parte de los soldados en territorio chichimeca. Hasta sus últimos años defendió las medidas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los indios, cuando formó parte de la junta instituida por el Duque de Lerma, reinando ya Felipe III.
«Durante mucho tiempo la historiografía americanista en general, no solo la mexicana, ha centrado su atención en los movimientos revolucionarios independentistas, dejando relegada la época virreinal como si no tuviera interés real»
–Uno de sus logros es la estrategia contra los piratas, ¿cuáles fueron las claves para combatirlos?
–Bueno, en realidad este es un punto en el que sus esfuerzos no se vieron del todo recompensados. Es cierto que tras el ataque de Francis Drake a Santo Domingo, el virrey puso todo su empeño en esta lucha, derivando hombres, armas y avituallamiento para defender Santo Domingo y Cuba, además de retrasar el envío de flotas hasta estar seguro de que los piratas habían abandonado esas aguas y evitar su apresamiento. Intentó además reforzar la precaria fortaleza de Acapulco y, sobre todo, la de San Juan de Ulúa. Pero no recibió recursos para este proyecto y hubo de hacerlo con los escasos medios de que disponía, teniendo incluso que recurrir a la artillería que llevaban los navíos para ubicarla en el fuerte y reforzar precariamente su defensa. Además, durante su mandato sufrió el que seguramente sería el mayor revés de la historia del Galeón de Manila, cuando en 1586 Cavendish consiguió apresar la nao Santa Ana frente a las costas de la Baja California, haciéndose con un fabuloso botín.
–¿Por qué México parece no querer reivindicar como propia la historia del periodo virreinal?
–Durante mucho tiempo la historiografía americanista en general, no solo la mexicana, ha centrado su atención en los movimientos revolucionarios independentistas, dejando relegada la época virreinal como si no tuviera interés real. Y cuando se estudió, fue fijándose sobre todo en aspectos económicos y sociales, despreciando la cultura política del siglo XVI que hizo posible la institución virreinal, como elemento imprescindible en la administración del imperio.
Por otra parte, el término 'virrey' a menudo evocaba imágenes negativas en la historiografía tradicional, especialmente la del siglo XIX, inmersa en el discurso de autoafirmación nacional independentista. Esto ocurre con frecuencia cuando los conceptos se sacan de su contexto histórico y se analizan desde perspectivas contemporáneas.
–Siguiendo la retórica de López Obrador y sus peticiones de disculpas anacrónicas, ¿debe pedir España perdón por lo que Manrique de Zúñiga hizo en América?
–No tiene ningún sentido. Es como exigir a los italianos que pidan perdón a los españoles por la conquista romana de la península ibérica, o a los franceses por el sometimiento de la Galia. O que lo hagan los árabes por los ocho siglos de ocupación de Al-Ándalus. Creo que este es un caso claro de utilización de la historia como argumento falaz para alimentar una política populista.
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