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Fernández Aguado: «Todos los que intervinieron en la disolución de los jesuitas eran masones»

El director de la Cátedra de Management Fundación Bancaria la Caixa en IES Business School extrae en «Jesuitas, liderar talento libre» las principales enseñanzas de la Compañía aplicables a la actualidad.

San Ignacio de Loyola (1620-1622) por Pedro Pablo Rubens,
César Cervera

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La Compañía de Jesús fue un instrumento fundamental de la Iglesia católica en la mayor crisis de su historia, una arma nacida en el sur para combatir el cisma surgido en el norte. Javier Fernández Aguado , director de la Cátedra de Management Fundación Bancaria la Caixa en IES Business School, cuenta con una larga colección de libros de carácter histórico en los que analiza cómo han gobernado distintos líderes a lo largo de los tiempos, desde los romanos y los griegos a la actualidad. Tras desglosar en su anterior libro las claves de la Revolución rusa , Fernández Aguado extrae ahora en «Jesuitas, liderar talento libre» las principales enseñanzas de la Compañía aplicables en la actualidad.

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–¿Qué tiene de original la Orden jesuita respecto a otras?

Portada del libro

–Fue una innovación de lo que se venía viviendo en las instituciones religiosas. Empezando porque no tenían un hábito diferente, sino que se vestían como los sacerdotes del área en el que estaban actuando. Además, la eliminación del coro, con lo cual no hay un compromiso de ir varias veces a la Iglesia en el mismo día; y luego hay libertad en los proyectos que puede realizar cada miembro. Son libres de realizar labores fuera de su convento.

–Tiene un ADN español, pero también vocación internacional casi desde su fundación.

–El fundador es español y los primeros generales de la orden también, pero pronto el Papa afirma que no quería más españoles a la cabeza. Deseaba una orden de carácter internacional, con sede en Roma y no en España. Es por ello que, a pesar de sus orígenes españoles, hoy se encuentran difundidos por medio mundo. Se los puede encontrar en distintos países, de China a Colombia, sin que su relación con España sea algo crucial. Queda así poco del carácter español y, sin embargo, mucho de Ignacio de Loyola, cuya vida era en sí de vocación internacional.

–No hemos reivindicado mucho en España la aportación que fue para el mundo.

–Forma parte de ese complejo de inferioridad tan característica de los españoles. La Leyenda Negra y nuestra tendencia a lanzar piedras contra nuestro propio tejado confluyen en una autocrítica constante. La mayoría de órdenes y movimientos que son hoy referente a nivel mundial son españoles y es algo que no valoramos ni reivindicamos.

–¿Cómo era Ignacio de Loyola como líder?

Hay una reflexión que me gusta mucho citar de Juan Alfonso de Polanco, digamos su jefe de gabinete, que daba tres motivos para explicar el éxito de Loyola. Fue audaz en el emprender, prudente en el decidir y constante en el actuar. Son tres aspectos que resumen a la perfección el éxito de la orden.

«La expansión internacional sí la tiene en todo momento en la cabeza, porque incluso cuando son solo once ya estaban pensando en ir a Portugal y en viajar a la Indias»

–¿La orden evolucionó hacia lo que él imaginó en su fundación?

–Como toda empresa es algo que va repensándose constantemente. Por ejemplo, inicialmente Loyola no piensa en dedicarse a la enseñanza, pero con la ocasión del colegio napolitano ve que hay un nicho importante. La expansión internacional sí la tiene en todo momento en la cabeza, porque incluso cuando son solo once ya estaban pensando en ir a Portugal y en viajar a la Indias. El carácter expansivo lo tenían claro, porque, como en el caso del fundador de los dominicos, sabía que cuando el trigo se queda en grupo se pudre y hay que tirarlo para que de fruto.

–¿Hallaron en su fundación la hostilidad de otras órdenes?

En todos los sectores hay competencia, como Movistar la tiene con Orange, o el BBVA con Santander… En las órdenes religiosas pasa lo mismo. Los jesuitas se propusieron ocupar un espacio que hasta entonces había sido patrimonio de otras órdenes y encontraron rivalidad. La competencia es la competencia, incluso en labores humanitarias.

–Destaca usted en el libro que Lenin y Hitler admiraban, por distintas y retorcidas razones, a los jesuitas.

–Tanto Hitler como Lenin eran dictadores, que buscaban la obediencia rendida y no comprendían la esencia de la Compañía. Lenin decía que si él hubiera tenido un grupo de jesuitas la Revolución hubiera llegado de forma más rápida, pero no por el fondo de la Revolución, que era perversa y atea, sino porque él quería rodearse de gente que no le llevara la contraria. En el caso de Hitler pasa lo mismo. A Himmler le decía que era su pequeño San Ignacio, cuando le estaba preparando la Gestapo. Visiones muy empequeñecidas de la Orden, entre otras cosas, porque la obediencia de los jesuitas es para con Dios, no para con dictaduras nazis y comunistas.

–¿Cuáles son las principales enseñanzas que nos transmite la orden?

–Hay montones de enseñanzas empresariales. Entre ellas, que hay que buscar a los mejores, hay que formarles, y hay que gestionales en libertad, porque el talento ni se desarrolla ni se reproduce en cautividad. Además de asumir el riesgo de que genialidad y locura son paredañas. Los mediocres suelen ser más sumisos, pero a la gente más preparada hay que gestionarla de forma distinta, más hoy en día que el talento es imprescindible. Los jesuitas no son gente a la que se le indica exactamente lo que tiene que hacer. De hecho, San Ignacio de Loyola decía que más que vivir protegido por un convento cada uno debe ser un convento en sí mismo y su alma protegerle de los enemigos.

Ilustración que muestra a un grupo de jesuitas siendo embarcado para su expulsión

–En el libro presentas los claros y también los oscuros de la Orden, ¿cuáles son estos defectos que arrastran los jesuitas?

–Los panegíricos de las personas son peligrosos. Cuando se hable de alguien o de una organización sin defectos, resulta irreal. Las organizaciones están llenas de luces y de sombras. En el caso de los jesuitas es, por una parte, la falta de humildad colectiva. Los jesuitas se saben y se consideran superiores intelectualmente al resto de órdenes y, en vez de llevarlo con humildad, lo pregonan sin problema con cierta soberbia. No es casualidad que cuando fueron disueltos, en 1773, hasta 40 obispos españoles aplaudieran la decisión. Algo mal estaban haciendo... Otro defecto es que en ocasiones les falta austeridad. Desde el principio sucedió que buscaron subterfugios para vivir mejor que los demás, como burgueses.

–¿Por qué son disueltos y expulsados de países como España?

–Hay múltiples razones tras la expulsión. Económica: los paulistas, que sí dependen de Portugal, querían esclavizar a los guaraníes y ocupar el espacio de los jesuitas en Sudamérica. Ideológica: la masonería conspiró contra los jesuitas, a modo de ataque contra el Papado. De hecho, todos los que intervienen en la disolución de los jesuitas eran masones, incluido el propio Marqués de Pombal, que iban a por ellos. Y un tercer aspecto: la cabezonería de los monarcas y los obispos por tener sometido a todo el mundo, en tanto, los jesuitas tenían exención en el pago de los diezmos.

Todos estos elementos hacen que se cree un caldo de cultivo propicio para la disolución. En España, uno de los detonantes es que los ministros de Carlos III difundieron un documento falso, que atribuía a los jesuitas la afirmación de que el Rey era un bastardo. Aquello sacó de quicio al Monarca.

«Los ministros de Carlos III difundieron un documento falso, que atribuía a los jesuitas la afirmación de que el Rey era un bastardo»

–Sin embargo, en España y en la América española la expulsión tendrá pésimas consecuencias.

–Es catastrófico. El desastre a nivel cultural, intelectual y también a nivel de defensa de los guaraníes es brutal. Y contribuye a la emancipación de las colonias americanas, aunque hay que aclarar que a veces se habla de los indígenas como si se hubieran independizado de España, y eso no es así. Lo que hay en América es una guerra civil entre españoles que quieren la independencia y los que no. Los indígenas están en medio.

–¿Cómo lograron sobrevivir a la persecución?

–Sobreviven en algunos países, haciendo que la disolución no fuera absoluta. Una de las razones fue económica, porque en algunos países pensaron que si los expulsaban de los colegios alguien debía hacerse cargo de aquel gasto público en enseñanza. Pero también hay una motivación de independencia frente al papado, algunos países se negaron a obedecer una orden extranjera.

En cuanto a la restauración de la orden, hay una motivación política. Tras la caída de Napoleón, hubo un intento de vuelta al Antiguo régimen y los jesuitas formaban parte de ese mundo. Si bien no fue un resurgir de la nada, sí fue un replantearse la orden. La expansión a partir de entonces fue brutal en muy poco tiempo, hasta llegar a su momento de su máxima expansión con 36.600 jesuitas en el mundo. Ahora son la mitad.

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