El español ninguneado por revelar el mayor misterio geográfico desde el descubrimiento de América
Aunque se ignoró durante siglos, en parte promovido por la historiografía británica, empeñada en ensalzar a sus propios héroes, Pedro Páez Jaramillo fue el verdadero descubridor de las Fuentes del Nilo Azul, el enigma geográfico que tardó más de 2.000 años en ser revelado
Israel Viana
Un buen ejemplo de cómo han sido sepultadas, omitidas o menospreciadas las hazañas de algunos viajeros y exploradores españoles en la historiografía anglosajona es Pedro Páez Jaramillo . Casi nadie conoce hoy en día a este sencillo misionero jesuita, nacido en Olmeda de las ... Fuentes (Madrid), en 1564, cuya vida parece sacada de una gran novela de aventuras. Algo así como el Robinson Crusoe de Daniel Defoe o el capitán Acab de ‘Moby Dick’, pero con la proeza de haber descubierto, un siglo y medio antes de lo que se creía, las famosas fuentes del Nilo Azul.
Tal y como apuntó en «El Nilo Azul» (Hamish Hamilton, 1962) Alan Moorehead, corresponsal de guerra y autor de algunos de los libros de aventuras más notables del siglo pasado, «ni siquiera la cara oculta de la luna ha ejercido tanta fascinación como el misterio de las Fuentes del Nilo. Durante 2.000 años fue el secreto geográfico más grande desde el descubrimiento de América ».
Para José Antonio Crespo-Francés, que publicó un artículo sobre el personaje en la revista ‘Atenea’ en 2009: «El descubridor de las fuentes del Nilo Azul ha sido falseado por la tradición anglosajona. De hecho, Páez Jaramillo ya fue olvidado por quienes le enviaron hacia territorios desconocidos y por quienes se han interesado en la memoria histórica de España. Pese a que muchos expedicionarios regresaron como héroes y sus trabajos fueron estudiados y divulgados, Páez y su formidable obra cayeron en el olvido. Incluso escribió tres tomos sobre Etiopía, pero no se editaron hasta 1945 y tampoco en español, sino en portugués, pese a su enorme valor».
Proselitismo
Las expediciones de este misionero madrileño estuvieron cimentadas sobre su labor de difusión de la doctrina católica, tal y como le ocurrió a la mayoría de los viajeros durante la época de los descubrimientos. Eso le hizo pasar gran parte de su vida viajando por África, entre los años finales del siglo XVI y los primeros del XVII. Su primer periplo, de hecho, no estuvo exento de peligros, ya que fue capturado y encerrado durante siete años en el actual territorio de Yemen, después de haber sido engañado y capturado por un comerciante local que le había prometido un pasaje a Etiopía.
En 1595 fue rescatado y decidió regresar a Goa para, ocho años después, iniciar de nuevo su viaje hacia Fremona, la ciudad etíope donde se encontraba la base jesuita. Se cuenta que durante el viaje, el Rey de aquel país le ofreció una «extraña bebida», convirtiéndose en el primer europeo en probar el café. Aunque lo más importante de aquellas primeras expediciones fue, quizá, que al entrar en contacto con el emperador Za Dengel consiguió que este abandonase la Iglesia ortodoxa y se convirtiera al catolicismo. Para persuadirle, aprendió el amárico, lo que provocó una guerra civil que nuestro protagonista presenció desde la distancia en su base de Fremona.
En aquella época, y desde la Antigüedad, se sabía que el Nilo Azul y el Nilo Blanco confluyen para formar el río más largo del mundo. Sin embargo, había una pregunta a la que los africanos no sabían contestar, de la misma forma que no habían sabido tampoco los egipcios, los griegos y los romanos durante miles de años: ¿dónde nacía? Durante mucho tiempo, los exploradores y ejércitos supieron llegar a la unión de ambos cursos, pero nunca más allá, por las cataratas, cañones y accidentes geográficos que había en el camino. Ni siquiera les sirvió el mapa que Ptolomeo había dibujado, con precisión, de 6.700 kilómetros de él, 150 menos que el total.
El reto
A lo largo de los siguientes siglos, fueron muchas las sociedades geográficas que pretendieron identificar los orígenes del gran río y trazar su recorrido, pero fracasaban una y otra vez ante los innumerables accidentes que se encontraban en el camino, imposibles de franquear. Las fuentes del Nilo Azul se convirtieron, pues, en uno de los retos más importantes para los exploradores. Veían en ellas un lugar legendario en cuyos márgenes había florecido la civilización de los faraones, una de las más destacadas de la historia de la humanidad.
Todos aquellos que se aventuraban hacía aquella región, no lo hacían movidos por el hecho de llegar al origen del río más largo del mundo, sino por intentar controlar aquella fuentes. Quien lo consiguiera, pensaban, dominaría todas y cada una de las regiones que regadas por sus aguas. Una extensión de miles de millones de kilómetros de tierras fértiles en un continente mayoritariamente seco y con pocas lluvias. Quizá por eso James Bruce , un naturalista, explorador y geógrafo británico, se autoproclamó en 1770 el gran descubridor del Nilo Azul en Etiopía. En 1862, el oficial del ejército John Hanning Speke , también británico aunque afincado en la India, se atribuyó el descubrimiento de la fuente del Nilo Blanco, en Uganda.
Sin embargo, casi dos siglos antes, Páez Jaramillo ya había salido de España camino de África, sin saber que jamás regresaría a su país ni que en el camino realizaría uno de los mayores hallazgos de la geografía mundial, tan solo superado por Colón 96 años antes. Partió en 1588 y se dirigió a Goa, continuó hasta Etiopía , fue capturado por los árabes y vendido como esclavo a los turcos. «Nos tenían con cadenas muy gruesas al cuello y en lugares debajo de la tierra muy oscuros y calientes», contaba en una carta de 1596. Mientras estaba cautivo, cruzó caminando el desierto de Hadramaut, al sur de Yemen, del que apenas existía información entonces ni la hubo hasta mediados del siglo XIX. Aquella odisea fue como soltar a un invidente en un laberinto, que incluyó también el desierto de Rub’al Khali en la península Arábiga.
De vuelta a Etiopía
Tras ser rescatado, regresó gravemente enfermo a Goa siete años después. Pero seguía empeñado en evangelizar Etiopía y volvió a partir hacía allí en 1603. Esta vez consiguió asentarse, aprender el idioma y las costumbres y ganarse el corazón del pueblo. «Su fino sentido diplomático y simpatía espontánea, así como una impecable formación como arquitecto y políglota, le llevó a ser amigo y consejero de los emperadores Za Dengel y Melec Segued III, a los que también convirtió al catolicismo. A raíz de ello logró la alianza entre Roma y España», apunta Crespo-Francés.
En uno de sus interminables viajes en 1618, Páez Jaramillo llegó sin pretenderlo a las ansiadas Fuentes del Nilo Azul, pero no clamó a los cuatro vientos su descubrimiento, tal y como hizo Bruce un siglo y medio después. A este sencillo y humilde misionero no le invadió la vanidad y tan solo dejó escrito como testimonio la siguiente frase: «Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el Rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César ». No le dio más importancia y se dedicó a levantar una iglesia en Górgora y un palacio de dos plantas a orillas del lago de Tana, en el oeste de Etiopía, así como a escribir su «Historia de Etiopía», que no fue publicada hasta hasta 1945 y en portugués.
En las últimas tres décadas, algunos autores se han interesado por Páez Jaramillo, haciendo un esfuerzo documental evidente por iluminar las sombras de su vida, ya que las referencias que se hacen de él en libros y cartas son escasas y muy dispersas. En 2001, Javier Reverte escribió una biografía del misionero titulada «Dios, el diablo y la aventura» (DeBolsillo), donde se sintió atraído, según declaró en ABC, por su capacidad para unir la reflexión con la acción y su habilidad diplomática para convertir al catolicismo al mismísimo emperador de Etiopía.
Pero allí acabaron sus aventuras, tras 19 años de estancia en Etiopía. Murió en 1622, con 58 años, y fue enterrado precisamente cerca del nacimiento del Nilo Azul, en la capilla principal de la antigua iglesia de Górgora que hoy está abandonada. Se encuentra en tan mal estado que podría desaparecer entre la maleza, como el recuerdo de nuestro protagonista y su gran aventura, sepultada por las proezas de los exploradores británicos tan bien promocionadas por los historiadores ingleses.
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