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El Cid, el «enemigo aborrecido» que España y hasta sus enemigos árabes convirtieron en un mito

La obsesión por convertir en leyenda a Rodrigo Díaz de Vivar comenzó antes incluso de que muriera en 1099. Desde entonces son miles los escritores, poetas e historiadores que han alimentado la ficción por encima de la realidad de sus gestas

Ilstración de Rodrigo Díaz de Vivar WIKIPEDIA

I. Viana

En el «Mercurio Histórico y Político» de 1743 encontramos noticias de Rodrigo Díaz de Vivar. Y también en «El Pensador» en 1762 y en el «Semanario Económico» en 1767. En 1784, el «Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid» le dedicó un amplio reportaje titulado «Vida y muerte de El Cid». Al famoso líder militar castellano que conquistó el Levante de la Península Ibérica y lo gobernó como un estado independiente, a finales del siglo XI, se le atribuyen tantos éxitos en la guerra y en la política que no es de extrañar la atención que ha recibido por parte de los más diversos escritores a lo largo de los último mil años.

Ese interés ha ayudado, sin duda, a construir un mito entorno a El Cid Campeador a lo largo no solo de la Edad Media, sino también de la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, hasta el punto de que a día de hoy resulta prácticamente imposible distinguir en su biografía lo real de lo imaginario. Esta obsesión por Díaz de Vivar se transmitió, incluso, a la historiografía de los árabes, sus grandes enemigos. El valenciano Ibn Alqama, que vivió el asedio de su ciudad por parte de nuestro protagonista, no dudó en escribir un detallado y pormenorizado relato de lo ocurrido entre 1090 y 1094. No le importa ni lo más mínimo que ellos significara engrandecer la figura de su contrincante.

Las supuestas hazañas de El Cid dejaron en los escritores árabes el más abominable de los recuerdos. Por ello resulta lógico que sus historiadores coincidan en pintarlo como a «un enemigo aborrecido, al que colman de fechorías dignas de todas las maldiciones». Y aún así, no faltaron tampoco los elogios, como es el caso de lbn Bassam, que llegó a presentarlo como un guerrero cultivado, interesado en la lectura y en el conocimiento de las gestas de los antiguos héroes. Eso quiere decir que Rodrígo Díaz de Vivar consiguió imponerse a esa máxima que asegura que la historia la escriben siempre los ganadores. En su caso, hasta los derrotados por él se interesaron por su vida.

Las primeras crónicas

También se escribieron varios textos en latín, surgidos probablemente de entre sus compañeros desterrados, cuyo objetivo no era otro que desarrollar inmediatamente una literatura en torno a El Cid y acabar con el silencio inicial de algunas crónicas como la de Pelayo o la «Historia Silensis». La construcción del mito, por lo tanto, comenzó antes incluso de su muerte en 1099. El ejemplo más claro es «Carmen Campidoctoris», una manuscrito incompleto de 129 versos sáficos organizados en estrofas que abarcan desde su juventud hasta la batalla de Almenara (1082). Se dice que fue escrito por un monje de Ripoll en 1090, aunque hay investigadores que lo fechan cincuenta años después y escritor a partir de la tradición oral.

La figura de Rodrigo Díaz de Vivar no podía resultar ajena a la poesía épica, ya que el propósito de los cantares de gesta consistía en el ensalzamiento político de personajes o hechos heroicos que, en circunstancias cruciales, tuvieron un interés relevante para la gran mayoría de la población. Son famosos los ejemplos de el «Cantar de Sancho II», el «Poema de mío Cid» v las «Mocedades de Rodrigo», que se ocuparon todos de seguir ahondando en la leyenda del personaje por encima de los hechos históricos. En este último es, de hcho, una exaltación del Reino de Castilla frente al de León, con el Cid Campeador como protagonista, ya que se le muestra negociando con la Reina Urraca I la toma de la ciudad de Zamora, desafiando al nuevo Rey Alfonso VI y persiguiendo a Vellido Dolfos, el noble y supuesto autor de la muerte de Sancho II de Castilla, otro personaje que siempre estuvo entre el mito y la realidad.

En el siglo XII encontramos también la «Historia Roderici» —o «Gesta Roderici», según los manuscritos—, una obra escrita en el siglo XII que recoge otros elementos legendarios y poéticos, pero que, según el historiador Nicasio Salvador Miguel en su artículo «El fulgor del héroe», publicado en la revista «La Aventura de la Historia», está bien documentada. Su autor, de hecho, insiste en la «certisima veritate» de la que narra, centrándose casi exclusivamente en los acontecimientos militares de El Cid, nunca en los políticos o jurídicos.

La prensa contemporánea

Algunos autores quisieron echar por tierra el mito que se había construido en torno a Rodrigo Díaz de Vidar. El jesuita catalán Juan Francisco Madeu llegó a poner en duda su existencia en la segunda mitad del siglo XVIII, pero la bola era tan grande que no pudo evitar que se siguiera hablando de sus hazañas nunca demostradas históricamente. No hay más que echar un vistazo a la prensa española del siglo XIX, que todavía seguía ensalzando su figura y recordando sus batallas. Si hacemos una búsqueda rápida en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España (BNE), el resultado nos da más de 10.100 referencias digitalizadas sobre el militar castellano entre 1728 y 1979, a las que habría que sumar otras tantas sin digitalizar.

En 1880, por ejemplo, diarios como «El Globo» , «La Ilustración española y americana» , «La Unión» , «El Imparcial» y la revista «Madrid cómico» , entre otros muchos, seguían dedicándole un amplio espacio a El Cid. El 20 de septiembre de ese año, por ejemplo, «La Ilustración Económica» recordaba en nada menos que cuatro páginas la mencionada conquista de Valencia de nuestro héroe. «Los mahometanos continuaron dominando pacíficamente la ciudad durante más de trescientos años hasta que, en 1094, fue recuperada por el famoso Rodrigo Diaz de Vivar. Gobernó en paz cinco años, protegiendo principalmente a los cristianos, que habían crecido en número», explicaba en uno de los párrafos.

Más recientemente, otros historiadores han tratado de desgranar el trigo de la paja, con el objetivo de que nos hagamos una idea más certera posible de quién fue El Cid. Pero no podemos obviar que, aunque se haya aceptado como probable que naciera en Vivar (Burgos) alrededor de 1043, ni siquiera ese dato tan básico puede ser considerado como cierto al cien por cien. Como explicaba Emilio Cabrera Muñoz en el capítulo dedicado a El Cid en «Historia de España de la Edad Media» (Ariel, 2011), «Rodrigo Díaz fue un hombre de su tiempo, con las virtudes y los defectos propios de un siglo duro y turbulento como fue el siglo XI».

En la actualidad

El consenso general entre los historiadores actuales es que la existencia de Rodrigo Díaz de Vivar y algunos de los hechos históricos que protagonizó se pueden demostrar, pero sigue siendo muy difícil distinguir lo verdadero de lo inventado por los diferentes escritores, poetas e historiadores a lo largo del último milenio. El último en intentarlo es el investigador y doctor en Historia David Porrinas González, que el año pasado publicó «El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra» (Desperta Ferro), un ensayo que trata de separar de una vez por todas la realidad de la ficción, como por ejemplo la Jura de Santa Gadea, la épica batalla después de muerto y hasta que tuviera dos espadas llamadas Tizona y Colada.

«Se han escrito biografías sobre el Cid que muestran la realidad. Un ejemplo es la de Richard Fletcher, de 1989, o la de Gonzalo Martínez Díez, de 1999. Yo mismo llevo años publicando artículos que buscaban acabar con la leyenda. Quien quiera conocer al Campeador histórico lo puede hacer, pero la verdad es que las imágenes más míticas suelen calar en la sociedad, ya que son fácilmente asimilables. La película de Anthony Mann también ayudó a consagrar esa visión, la cual ha quedado arraigada en el imaginario colectivo. Es muy difícil quitarse de la cabeza esa Jura de Santa Gadea, esa batalla después de muerto, esa lealtad desmedida hacia un rey mediocre», contaba el autor en una entrevista reciente en ABC, con M. P. Villatoro .

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