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Abd el-Krim: el oscuro pasado de amor a España que avergonzó al diablo del Rif

Durante su adolescencia, y antes de convertirse en líder de las cabilas, estudió en la Península y solicitó ser súbdito de la monarquía

Manuel P. Villatoro

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Julio de 1921 fue un mes aciago para la historia de nuestro país. Entre el 21 y el 22, un contingente liderado por el líder cabileño Abd el-Krim , pesadilla del ejército español en general y del oficial Manuel Fernández-Silvestre en particular, arrasó la posición del comandante Julio Benítez en Igueriben . Horas después hizo lo propio en el campamento de Annual , donde la sorpresa se convirtió en su aliado e hizo que causara unas 10.000 bajas entre los soldados de Alfonso XIII . El caos se generalizó y, en apenas unas jornadas, los rifeños ya amenazaban una Melilla que tuvo que ser socorrida, en última instancia, por la Legión .

La barbarie era la seña de identidad de aquel contingente. Así lo narró un superviviente que, después de que le rebanaran un dedo, escapó de la parca haciéndose el muerto: «Los moros, con salvaje ferocidad, degollaban sin piedad a los soldados». A nivel oficial, el desaire fue provocado, entre otras causas mucho más elevadas, por la aversión de Abd el-Krim hacia España. Él mismo lo corroboró en una misiva que envió en agosto de ese año y en la que especificaba, como si de la lista a los Reyes Magos se tratara, todas las presuntas ignominias cometidas por nuestro país contra su persona. Desde no devolverle una deuda millonaria, hasta encerrarlo.

Pero la verdad, como siempre, tiene dos caras. Aunque Abd el-Krim cultivó aquella imagen de bestia negra del Ejército, la realidad es que su familia había mantenido una muy buena amistad con el viejo Imperio hasta hacía menos de una década. Ejemplo de ello es que tanto él como su hermano estudiaron en universidades de la Península; y el segundo, a cuenta del Estado. El Jatabi, como se hizo llamar, fue además bien considerado entre las autoridades patrias, llegó a solicitar la nacionalidad española y, el 9 de septiembre de 1915, envió una carta en la que, según explicaba, «he sido, soy y seré de los más adictos servidores de la nación española».

Guerra de Marruecos, el padre y un hijo de Abd el krim antes de partir para Fez. Flaviens

Este acercamiento se extendió después del denominado Desastre de Annual y de que se creara la autoproclamada República del Rif. Durante ese tiempo, Abd el-Krim llevó a cabo un desconcertante juego en el que, atendiendo a quién fuera su interlocutor, se definía como amigo o enemigo de España. En una entrevista realizada por Luis de Oteyza en 1922 , el líder cabileño insistió, por ejemplo, en que no despreciaba a la Península: «Quisiéramos que no hubiese guerra. El Rif no odia al pueblo español, y no le hubiera odiado nunca si no fuera por la invasión militar. Hubo odio porque el Rif vio en el militar al español; pero ya comprende que no es así».

Algo parecido le sucedió con el general Manuel Fernández-Silvestre , considerado el máximo culpable de la tragedia de 1921 por adentrarse demasiado en territorio enemigo. «Le conocí en Melilla hace muchos años, cuando no era más que comandante, y fue muy amigo mío», afirmó. No mentía. A pesar de que su ataque le costó la vida al general (una buena parte de los historiadores afirma que se suicidó cuando dio por perdido el campamento de Annual), ambos habían sido amigos durante la década anterior. No obstante, ante los rifeños no titubeaba al hacer referencia a las supuestas tropelías que España había cometido contra él, contra su familia y contra el Rif.

Familia favorable a España

¿A qué Abd el-Krim debemos creer, al que se definía como amigo de nuestro país, o al asesino de soldados? Que los hechos y la historia hablen por sí mismos. Como breve dato biográfico, nuestro protagonista vino al mundo entre 1882 y 1883, atendiendo a la fuente a la que se acuda. Poco importa en realidad. Lo que sí resulta clave es que su padre, al que definió a la postre como « inteligente y persuasivo », se amoldó pronto a la ocupación extranjera del Rif. No solo eso sino que, como bien explicó el segundo de sus pequeños, Mohamed, entendió que le convenía «una alianza o la protección de España».

De esta forma se explica el que se relacionara con las autoridades hispanas y no tardara en ser considerado por estas como « afecto a España ». El joven Abd el-Krim creció, por tanto, junto a un padre obsesionado con medrar y lograr el favor de la nación arribada desde el otro lado del Estrecho. Así lo confirma el historiador Julio Albi en su obra «En torno a Annual» , en la que también explica que el progenitor del futuro líder cabileño sufragó una buena educación a su pequeño en la reputada universidad de Qarawiyin entre 1902 y 1904.

Abd el-krim, después de Annual

Tres primaveras después, cuando Abd el-Krim sumaba ya 24 años, empezó el largo camino que recorrió de la mano de las autoridades españolas. Fue nombrado « Maestro moro de la Escuela de Indígenas» , recién constituida, con un sueldo de 155 pesetas al mes. También fue por aquellos años cuando se convirtió el autor de una columna periodística en el periódico «El Telegrama del Rif» (el más destacado de Melilla). Sus escritos, aunque sin firma, se publicaban en la primera página del diario. Todo ello, a cuenta de la que, a la postre, definiría como la nación invasora.

Buena vida

Fue también durante estos años cuando conoció en persona al comandante Manuel Fernández-Silvestre y al teniente José Riquelme , personajes a los que, después, causaría más de una úlcera. Su buena relación con ellos supone más que una curiosidad. Denota que era bien considerado entre los españoles y que podía tratar con los altos mandos sin mediadores. Hasta tal punto llegó su acercamiento a la Península que, en dos telegramas enviados en 1908, sus compatriotas cargaron contra su familia por considerar que se había « vendido a los cristianos » a cambio de obtener suculentos beneficios en una serie de empresas mineras.

Pero si hay un hecho que pone de manifiesto la buena relación entre nuestro país y el mayor de los hermanos El Jatabi es que solicitó la nacionalidad española , como bien corrobora Albi, allá por mayo de 1910. Y lo hizo destacando que «he demostrado adhesión y cariño a la nación española». Las autoridades fueron en principio favorables al trámite: «Son notorias su lealtad y amor a España, su familia es la más adicta del campo vecino de Alhucemas , cuya plaza frecuenta su padre continuamente, laborando a favor nuestra». Aunque al final no consiguió sus deseos, si fue ascendido a intérprete de la Oficina Indígena con un sueldo de más de 100 pesetas al mes. Dinero que se sumó al que percibía como profesor.

Retrato de Abd el-Kirm

La amistad de su familia con las altas esferas peninsulares hizo que su padre enviase a los dos hermanos hasta Málaga para cursar sus estudios. El más joven, Mohamed , afirmó haberse reunido, ya al otro lado del Estrecho, con el monarca Alfonso XIII , al que prometió «ser útil a España, de la que seré siempre fiel y honrado servidor» .

Durante aquella década el destino fue piadoso con Abd el-Krim gracias a España. Las crónicas de la época cuentan que, ya antes de ser nombrado «juez de jueces» («qaid qudat») de Melilla en 1914, vivía en una gran casa rodeado de lujos como una cocinera española o un sirviente marroquí.

Según narra el historiador español Francisco J. Romero Salvado , profesor de la Universidad de Bristol, en su obra «The Foundations of Civil War: Revolution, Social Conflict and Reaction in Liberal Spain, 1916–1923», durante aquellos años Abd el-Krim estaba tan bien considerado por España que fue condecorado, nada más y nada menos, que «con la Cruz de caballero de Isabel la Católica , las cruces roja y blanca de primera clase del mérito militar y la Medalla de África ». Todas con su correspondiente retribución monetaria.

Abd el-Krim, junto a varios de sus edecanes Flaviens

Pero no solo obtuvieron estas riquezas gracias a España. Ni mucho menos. Albi narra que, en la década de 1910, el padre de Abd el-Krim recibió varios aumentos de su pensión hasta percibir un total de 250 pesetas al mes. Todo ello, por ser «muy adicto a nuestra causa», y por intentar, mediante «su gran prestigio e influencia», favorecer que el Ejército español desembarcara en la bahía de Alhucemas desde 1911 para hacerse con la región. Desde la Península también le fueron concedidos a la familia 2.000 duros de indemnización después de que el patriarca enviara una misiva a las autoridades militares en la que declaraba haber sufrido grandes pérdidas por apoyar la bandera rojigualda e informar (espiar) a las familias enemigas.

Y eso, por no hablar de que el pequeño de la familia, Mohamed, cursó buena parte de sus estudios en universidades españolas. «En marzo de 1915 se accedió a costear los estudios de ingeniero civil de Mohamed. Es notable que antes hubiera solicitado ingresar en la Academia de Ingenieros del Ejército », añade el autor. Aunque no recibió la autorización requerida, el que tramitara la petición dice mucho de las relaciones entre ambas partes.

Llega la desgracia

¿Cómo es posible que los miembros de una familia tan cercana a España acabaran rechazando un dominio que reclamaban desde 1910? En la tesis doctoral «El Desastre de Annual y la crisis de la Restauración en España (1921-1923)», el historiador Pablo Laporte arroja algo de luz sobre el curioso fenómeno. Todo comenzó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Por aquel entonces, Abd el-Krim llevó a cabo trabajos para Alemania en contra de los territorios francesas ubicados en el norte de África. Al enterarse, los galos exigieron que El Jatabi fuese encarcelado. Aquello derivó en que pasó varias semanas en la prisión de Rostrogordo.

Aunque al terminar la contienda fue restituido en su puesto de juez de jueces en Melilla, para entonces Abd el-Krim había desarrollado una gran aversión hacia España. El mayor de los Jatabi llamó entonces a su hermano, que estudiaba en Madrid, y ambos se retiraron hacia la cabila de Beni Urriagel , aquella que les había visto nacer. Un año después, cuando falleció su padre, ya había decidido convertirse en un gran jefe local y atesorar todo el poder que pudiera para, con total probabilidad, tener una baza con la que negociar con la Península cuando el Ejército empezara su expansión.

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