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Las duras críticas del verdadero Valle-Inclán a la «dictadura socialista» de la Segunda República

El septuagenario diputado del PSOE por Burgos, Agustín Javier Zamarrón, se parece mucho al histórico escritor español, pero nada tiene que ver con este, quien criticaba a los socialistas forbundamente entre 1931 a 1936

Valle-Inclán, en 1926, junto a una imagen del diputado de Burgos Agustín Javier Zamarrón ABC

Israel Viana

El septuagenario diputado del PSOE por Burgos Agustín Javier Zamarrón ha sido uno de los protagonistas de la sesión constitutiva del nuevo Congreso celebrada este martes. Y no solo por ser el presidente de la Mesa de Edad, que dirige por ser el diputado de mayor edad, sino por su parecido con el poeta y novelista Ramón María del Valle-Inclán, que ha causado sensación.

Esperpento en el Congreso », por Pedro García Cuartango]

Tal es el parecido de ambos, el diputado vivo y el escritor muerto en Santiago de Compostela, el 5 de enero de 1936, que parecen la misma persona. Pero las diferencias son más que evidentes. Entre ellas destaca el hecho de que, mientras el primero es número dos del PSOE por Burgos y diputado electo más longevo del hemiciclo, el literato dio un giro a su convicción política para criticar duramente a los socialistas durante la Segunda República, a los que llegó a calificar de «dictadura».

Un cambio tan extraño en él, que así le criticó Federico García Lorca durante una entrevista en 1933: « Valle-Inclán se nos ha vuelto fascista en Italia, y esto es para indignar a cualquiera. Algo así como para arrastrarlo de las barbas». ABC insistía en la misma idea unos días más tarde, en un artículo titulado «La personalidad internacional de Mussolini »: «Inteligencias tan superiores y hasta izquierdistas como las de nuestro eximio escritor han regresado de Roma muy impresionados, haciendo partícipe al público español de la grandeza de la obra realizada por el fascismo en escritos que rezuman sinceridad».

Retrato de Valle-Inclán, poco antes de morir, en la década de 1930 ABC

Aunque Ramón María del Valle-Inclán llevaba solo cinco meses viviendo en la capital italiana como director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, el «Duce» ya se lo había ganado para su causa: «Si existieran unos Estados Unidos de Europa, la capital no podría ser otra que la Roma fascista», aseguraba durante una polémica entrevista publicada en el diario « Luz », el 9 de agosto de 1933. En ella, el famoso escritor gallego sorprendía con varias reflexiones a favor del fascismo —«Mussolini está haciendo una gran obra»— y críticas con la Segunda República de la que se supone que era un firme defensor: «España sufre ahora la dictadura socialista. Los egoísmos de esta clase esclavizan a las otras». No hay que olvidar que el autor « Divinas palabras » y « Tirano Banderas », incluso, se había presentado en las listas del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux en las elecciones de 1931.

Aquel giro de Valle-Inclán, no solo contra la república sino a favor del creador del fascismo, solo podía calificarse de asombroso si tenemos en cuenta que, a sus 66 años, llevaba un tiempo radicalizando sus posturas aún más a la izquierda. Se había entusiasmado con la Revolución rusa y aproximado al marxismo, hasta el punto de pedir para España «una dictadura como la de Lenin» cuando Primo de Rivera llegó al poder. A finales de la década anterior había participado activamente en la huelga estudiantil de 1929, lo que le valió multas, semanas de encierro en la cárcel Modelo de Barcelona y la censura de algunas de sus obras de teatro.

Once años de fascismo

¿Cómo podía haber virado hacia el fascismo el hombre que llegó a acusar de blanda a la Segunda República? «Lo bonito de las revoluciones es lo que tienen de destructor —comentaba en una entrevista aquellos días—. De hecho, se ha dicho mucho sobre la quema de conventos, pero la verdad es que en Madrid, el 14 de abril de 1931, solo se quemaron cuatro conventos birrias que no tenían ningún valor. Aquella jornada faltó, y yo lo dije desde el primer día, el coraje del pueblo para no dejar ningún monumento en pie. Para la próxima revuelta espero que las masas vuelen con dinamita el monumento a Cervantes. No se hizo nada en España aquel día [...]. Yo ya dije que la República nacía con el vicio de la debilidad».

En el momento en el que Valle-Inclán elogió la figura de Benito Mussolini, como si su política de terror y eliminación de opositores no hubiera existido, hacía once años que el dictador había asaltado el poder en Italia.

«Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma », advirtió en 1922, ante 40.000 camisas negras exaltados y entregados a su causa, en Nápoles. Cuatro días después entraba en la capital dejando varios muertos, heridos y edificios públicos destruidos por el camino. En aquellos días, España se preguntaba quiénes eran aquellos fascistas y qué quería su líder. Ramiro de Maeztu lo definió en «El Sol» como «un movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX», mientras el escritor Manuel Bueno se preguntaba en «El Imparcial»: «¿Cómo una fuerza que era considerada hasta ayer un elemento de desorden ha podido conquistar el poder en Italia?». Se refería a que, en las elecciones de 1919, dos años antes de la violenta marcha, el partido fascista había obtenido solo 5.000 votos de los 270.000 de Milán, la ciudad por la que se presentó, y ni un escaño en el Parlamento.

«¿Se siente satisfecho según usted?»

Pero ahora, más de una década de tropelías después, con la consiguiente acumulación de poder entorno al «Duce», el autor de « Luces de Bohemia » no podía albergar la más mínima confusión acerca de lo que significaba para Europa aquel primer régimen fascista de la historia. En primer lugar, su influencia sobre Franco. Y segundo y aún más importante, que había sido la máxima inspiración de Hitler para colocar a los nazis en el poder cuatro meses antes. «El fascismo alemán en el poder», titulaba en esas mismas fechas el mismo diario «Luz», informando de la condena a muerte de dos afiliados al partido comunista.

Aquel Mussolini encumbrado por Valle-Inclán el 9 de agosto de 1933 en la «Luz», tres años antes de que estallara la Guerra Civil española , había puesto ya la primera piedra para que surgieran en Europa otras muchas dictaduras (España, Bulgaria, Turquía, Portugal, Alemania) y marcado el camino para que los nazis desarrollaran su posterior política de exterminio e iniciaran la Segunda Guerra Mundial que provocó más de 60 millones de muertos. «Los camisas marrones probablemente no hubieran existido sin los camisas negras. La marcha de 1922 sobre Roma fue uno de los hitos de la historia y nos llenó de ánimo. Si a Mussolini le hubiese vencido en velocidad el fascismo, no sé si nosotros hubiésemos podido resistir. El nacionalsocialismo era en esta época una planta muy débil», reconoció el «Führer» estando ya al frente del Gobierno.

«¿Se siente satisfecho según usted?», le preguntaba el periódico republicano impulsado por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, en el que escribían figuras como Azorín y Salvador de Madariaga. La respuesta estaba bien clara: «Indudablemente, sí. Esto depende de que las dictaduras en Italia han sido siempre personales, de un hombre solo, no de una colectividad, y eso puede ser beneficioso».

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