La doncella soldado de los Reyes Católicos que luchó por la «unidad de España» disfrazada de hombre
Juana García de Arintero fue a combatir con las huestes de Isabel y Fernando a la guerra de sucesión castellana en sustitución de su padre, que era demasiado mayor y sin descendientes varones, bajo una identidad falsa
Israel Viana
La historia que vamos a contarle a continuación lleva cuatro siglos oscilando entre la realidad y la ficción. En 1977, ABC publicaba un reportaje titulado ‘Mujeres como un solo hombre’ , en el que se hacía eco de lella: «Aunque se diga que la guerra ... es cosa de hombres, según la mitología, fue Belona, la mujer de Marte, quien la inventó. Le daban culto los belonarios, guerreros que ofrecían sus vidas en perpetua lucha. Aparte de esta mítica figura, ninguna tan mítica, misteriosa y borrada como Juana García de Arintero . Cuando los Reyes Católicos luchaban por la unidad de España, es cierto y notorio que cambió su toca por la cota de soldado».
Aseguraba el mismo artículo que había luchado en la famosa batalla de Toro el 1 de marzo de 1476, como un soldado más de las tropas de Fernando el Católico , en el transcurso de la guerra de sucesión castellana. Se podría decir, por lo tanto, que es la primera mujer soldado de aquella España incipiente que decidió imponerse a los roles establecidos y defender su tierra de los portugueses… aunque fuera disfrazada de hombre, tal y como describía aquel romance olvidado:
« Calle usted, mi padre, calle / no eche, no, esa maldición / si tiene usted siete hijas / Jesucristo se las dio. / Cómpreme armas y caballo / que a la guerra me voy yo; / cómprame una chaquetilla / de una tela de algodón / para apretar mis pechos / al lado del corazón ».
Desde el siglo XV, muchos detalles de la historia de la dama de Arintero, como se la conoce, han sido calificados de leyenda más que de realidad. En 2006, sin embargo, se produjo un hallazgo sorprendente que confirmaba que había sido un personaje real cuya espectacular experiencia había inspirado el mito que fue alimentado durante siglos, según informaba ‘El Diario de León’ . Se trataba de un pergamino oculto en la parte trasera de un retrato de la heroína, pintado en 1650, que describía parte de lo acontecido.
Lo hizo público el escritor Antonio Martínez Llamas en el antiguo convento de San Marcos, en León, durante la presentación de su «ensayo novelado» titulado ‘La dama de Arintero’ (Ed. Martínez Roca). Allí mostró a los asistentes el óleo y el susodicho documento. Este último, firmado por el secretario del Ayuntamiento de Lugueros, Ortega Muñoz, certificaba según el autor que Juana García había acudido a la guerra y participado en la mencionada batalla junto a las tropas leales a los futuros Reyes Católicos.
La guerra de sucesión
Para entender los hechos que rodean a la dama de Arintero, como se la conoce, hay que remontarse al 11 de diciembre de 1574, el día que falleció el Rey de Castilla Enrique IV ‘El Impotente’ . Tan solo un día después, su hermana, la entonces Princesa Isabel, se saltó la ley de sucesión de Castilla, según la cual la hija del monarca tendría que heredar el reino si no había varón y se proclamó ella misma Reina en la ciudad de Segovia.
En realidad, Enrique IV sí que tuvo una hija, Juana, pero un sector de la poderosa nobleza castellana logró difundir el rumor de que, en realidad, su padre era el valido Beltrán de la Cueva y no el monarca. De ahí que se la comenzara a llamar ‘La Beltraneja’ . Isabel aprovechó la confusión para reclamar el trono para ella, dando por cierto el rumor y que, por lo tanto, su competidora era hija ilegítima del fallecido monarca y no apta para heredar la Corona.
En ese momento comienza el enfrentamiento dinástico entre los partidarios de Isabel, recién casada con el Príncipe Fernando de Aragón, y los defensores de Juana La Beltraneja, que había contraído matrimonio a su vez con Alfonso V de Portugal. Toda esta tensión dinástica desembocó en la guerra de sucesión castellana, que vivió uno de sus puntos álgidos en mayo de 1475, cuando las tropas portuguesas cruzaron la frontera con Castilla por diferentes sitios para reunirse en Plasencia. En total, 5.000 jinetes y 10.000 infantes, al frente de los cuales marcha Alfonso, que reivindica el trono para su esposa y para sí mismo.
El principal frente de la contienda está en tomo a las ciudades fortificadas de Zamora y Toro, ambos núcleos importantes por su proximidad a Portugal en caso de retirada. Estaba en juego la hegemonía de la Península Ibérica y la unidad de lo que poco después sería España.
El reclutamiento
«Los ejércitos mantienen las características medievales, aunque ya se vislumbran cambios en el horizonte. Como todo ejército medieval, ha surgido para un caso concreto y la unión es aparente, pues cada señor dirige su propia hueste y porta su propio estandarte. Los faldones de los caballos lucen los diferentes símbolos que distinguen a las familias y sus municipios. La vistosidad, el colorido espectacular, son el alarde de unos señores frente a otros y de estos ante las milicias reales, no menos importantes, y las milicias urbanas que también ocupan su puesto, reunidos todos para dirimir quién será la Reina de Castilla», explica Isabel Valcárcel en ‘Mujeres de armas tomar’ (Algaba, 2005).
En un principio, los partidarios de La Beltraneja llevaron la iniciativa. El Ejército de los futuros Reyes Católicos se puso en una situación comprometida, de manera que cada familia se vio obligada a enviar, como era costumbre, a un hombre para que luchara por su causa. En la familia García de Arintero, sin embargo, no había ningún varón en condiciones de batallar. El patriarca, Juan García, era demasiado mayor y sus descendientes eran todas mujeres.
Sin embargo, en una guerra civil como aquella, quedarse al margen podría ser interpretado como una sucia estrategia para no comprometerse hasta ver quién ganaba. Al parecer, Juana García lo tuvo claro desde el principio: sería ella quien, escondida bajo el nombre de Diego de Oliveros, defendería su pueblo en nombre de la familia. Durante muchos años existió la duda de si la aventura de la doncella duró diez años o unos meses, pero lo que parece claro es que combatió bajo esa falsa identidad en la batalla de Toro.
Juana, en la batalla de Toro
Juan García aceptó que su hija se uniera disfrazada al ejército de Isabel y Fernando. El invierno en la meseta castellana era riguroso. El filo, la lluvia y la nieve convirtieron en barrizales los caminos y los campamentos y dificultaron los movimientos de la infantería y la caballería. Lo más inteligente habría sido esperar y prepararse hasta que llegara la primavera, pero los Reyes Católicos tenían prisa por adueñarse del estratégico emplazamiento del rival portugués en la mencionada localidad zamorana. A finales de febrero de 1476, Fernando planificó la acción de combate y se lanzó a la tarea de controlar el puente por donde deben salir las tropas portuguesas y derribar las murallas.
En lo que respecta a la participación de Juana de Arintero, se cuenta que la avanzadilla en que cabalgaba hostigó a la retaguardia portuguesa sin darle descanso y obligándola a entrar en batalla antes de alcanzar los muros de Toro. Dice el mismo romance que la dama, de cuya hombría nadie dudó, peleó con bravura y ferocidad hasta que cayó la noche. La batalla estaba igualada, pero consiguió conquistar una lomada, justo cuando a su caballo, tras un embate al galope contra un caballero enemigo, se le quebró una pata y quedó descabalgada. Resistió el cerco de tres hombres y abatió a los dos primeros, pero fue herida en el brazo izquierdo.
Al parecer perdió su escudo y quedó a merced del tercer enemigo, que le asestó numerosos mandobles desde una posición más alta, hasta que consiguió herirla justo en el afortunado momento en que fue auxiliada por un grupo de soldados leoneses que dieron muerte al portugués. La leyenda cuenta que en uno de aquellos golpes desgarró su jubón en pleno combate y dejó uno de sus pechos al descubierto. En ese momento fue descubierta.
El relato general de la batalla lo describía así Justo L. González García en ‘Historia del Cristianismo’ (1994): «Los dos ejércitos chocaron finalmente en los campos de Toro, y la batalla resultó indecisa. Pero, mientras el Rey de Portugal se dedicaba a reorganizar sus tropas, Fernando envió correos a todas las ciudades de Castilla, y a varios reinos extranjeros, dándoles la noticia de una gran victoria, en la que las tropas portuguesas habían sido aplastadas. Ante tales noticias, el partido de la Beltraneja se disolvió, y el portugués se vio forzado a regresar a su reino».
Juana no solo no huyó al ser revelada su identidad, sino que además se atrevió a exigir en su nombre varios privilegios para su pueblo por los servicios prestados. En concreto, que Arintero fuese reconocido como solar de hijosdalgo notorios, que los vecinos estuvieran exentos del pago de tributos reales y el servicio militar y que los apellidos Arintero obtuvieran beneficios eclesiásticos en la parroquia de Santiago Apóstol. El Rey Fernando se lo concedió todo, pero la obligó a regresar a casa como se esperaba de toda mujer en aquella época.
Su vida en los años posteriores es un misterio. Las diferentes versiones alimentaron la leyenda de la heroína, aunque sí se sabe que Felipe V renovó los privilegios concedidos por el Rey Católico. Algunos investigadores del siglo XIX pudieron examinar documentos al respecto, pero todos ellos fueron destruidos durante la Guerra Civil española .
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