Cuando Castilla fue la región más rica del mundo: el mito de que la España de los Reyes Católicos era pobre
Según un reciente estudio de los profesores Leandro Prados de la Escosura y Carlos Álvarez Nogal, de la Universidad Carlos III, la economía española, en términos históricos, alcanzó una de sus máximas cotas de prosperidad en la década de 1340
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Iniciar sesión«España era una región pobre que sufría un clima extremo, una mala distribución de la tierra, vías de comunicación obsoletas o nulas, y materias primas de poca calidad». Así de contundente describe el hispanista Henry Kamen en su obra ‘Fernando El Católico’ ( ... La Esfera de los libros) las pocas posibilidades económicas que ofrecían los reinos peninsulares a principios de la Edad Moderna . En esta falta de recursos estuvo, según la tesis de ciertas corrientes historiográficas, las causas del llamado «cortocircuito» de modernidad que vivió España y le lastró para seguir el ritmo de otros países en los siguientes siglos.
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Varias son las razones para desconfiar de esta visión tan fatalista o, desde luego, para bombardearla de matices. Primero, porque no es cierto que España fuera a la zaga de otros países en los siguientes siglos, e incluso en el reinado de Carlos III estaba entre las potencias más destacadas en muchos aspectos. Segundo, porque todos los reinos de finales del siglo XV eran estados con recursos muy limitados y mercados que no repercutían en el erario público, siendo, como hoy en día, más importante para ser rico tener buenas instituciones y buena organización antes que muchos recursos. Y tercero, porque varios datos dados por Kamen contradicen sus propias tesis. Él mismo reconoce que la Corona de Aragón seguía controlando a manos llenas los mercados mediterráneos, de Atenas de Cerdeña, o que la Archidiócesis de Toledo era la más rica del mundo cristiano solo por detrás de Roma. Un país así no podía ser tan mísero.
Otra visión de partida
Para empezar a cambiar la perspectiva basta recordar que la España tardomedieval estaba entre las más grandes economías, sino la principal, del siglo previo a la llegada de los Reyes Católicos. Según un reciente estudio de los profesores Leandro Prados de la Escosura y Carlos Álvarez Nogal , de la Universidad Carlos III, la economía española, en términos históricos, alcanzó una de sus máximas cotas de prosperidad en la década de 1340. El PIB per cápita en España (los reinos de Castilla y Aragón) llegó a ser uno de los más altos de Europa, al nivel de Italia y los Países Bajos, disfrutando sus habitantes, a pesar de sus limitaciones, de los mejores niveles de vida de la época.
Los territorios españoles se beneficiaron de la vitalidad de una economía de frontera, de una expansión urbana y de una apertura generalizada del comercio. Esto provocó que los salarios crecieran desde finales del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV. El PIB de los reinos peninsulares alcanzó su cenit en el reinado Pedro I el Cruel, tras lo cual disminuyó, primero de golpe y luego gradualmente, y no alcanzó el mismo nivel hasta el siglo XIX en parte por la carencias demográficas que arrastró la Península, la famosa España vaciada.
En el siglo XV, las malas cosechas, las sucesivas epidemias de peste y las luchas entre bandos nobiliarios dejaron en los huesos a los reinos europeos, incluidas las grandes coronas hispánicas. La Corona de Aragón, concretamente la mercantil Barcelona, se llevó la peor parte, mientras que Castilla recuperó pronto el aliento gracias a las exportaciones de lana con dirección al norte de Europa y hasta logró crecer económicamente. Así lo defiende el historiador Ernest Belenguer en su libro ‘Los Trastámara, el primer linaje real del poder político en España’ (Pasado y Presente, 2019):
«En Castilla se ha llegado a la conclusión de que a lo largo del siglo XV la economía ascendió pese a todas las revueltas nobiliarias que han manchado por siglos la historia castellana».
La exportación de lana
Las claves de su fortaleza económica estaba en la ganadería, sector menos sensible que otros a las caídas demográficas. La pujanza del «Honrado Concejo de la Mesta» , asociación de ganaderos y pastores trashumantes que se encargaba de controlar y coordinar la actividad en toda la Corona, elevó a Castilla como la mayor exportadora de lana de Europa. Alrededor de 1400, había en este territorio cerca de un millón y medio de ovejas, la mayoría merinas, que a finales de siglo pasaron a ser 2.700.00 y hacia 1500 sobrepasó las 3.000.000 de cabezas, según el estudio clásico de Julius Klein .
Precisamente este autor norteamericano de ideología republicana y liberal es el responsable de la leyenda negra que acompaña a esta institución desde tiempos de la Ilustración, que la culpa de los sinsabores de la economía española debido a que la agricultura, según su tesis, vivió postergada por esta ganadería trashumante tan poderosa.
Cierto que esta cofradía defendía sus cañadas (los caminos de tránsito) y los pastizales donde pacían las ovejas, pero su labor era también compatible con la actividad de los labradores, que formaban en muchos casos parte de la asociación. Castilla , despoblada en buena parte de sus rincones, era lo bastante ancha para todos. La prosperidad del campo estaba también detrás del auge de las ciudades. El gran centro comercial desde donde se vendía la lana castellana y otras mercancías era Burgos, ciudad conocida por sus banqueros y por tener consulados comerciales en Bilbao y prácticamente un monopolio, junto a los genoveses, en la creciente Sevilla .
Hacia las costas del Atlántico norte, sobre todo a Brujas, Dieppe, Rouen, Nantes, Burdeos e incluso Londres, salía hierro vasco, aceite, miel, cuero, colorantes, vinos, frutas, semillas y, por supuesto, lana. De vuelta venían importados paños, lienzos, tapices, cobre, estaño y básicamente materias primas, lo cual sí revela un problema a largo plazo. «Era una tierra rica pero hoy diríamos que mostraba ciertos indicios de un posible y posterior subdesarrollo, no confirmado hasta pasada la primera mitad larga del siglo XVI» explica Ernest Belenguer. El problema básico es que los castellanos enviaban al norte la mejor lana del continente , con la cual hacían paños que luego compraban, entre otros, castellanos y aragoneses. La balanza comercial perjudicaba al que vendía la materia prima sin tratar...
No sería hasta el breve reinado de Felipe I cuando los manufactureros castellanos lograron algún tipo de blindaje.
Conscientes del problema, en las cortes castellanas de Madrigal (1438) se pidió la prohibición de importar paños extranjeros y hasta de enviar la lana. No tenía sentido que Castilla comprara paños cuando en ciudades como Sevilla había talleres textiles de gran calidad. En las cortes de Toledo (1462) incluso se aprobó que se reservara un tercio de la lana con este propósito, pero las medidas proteccionistas tuvieron poca continuidad frente a los numerosos beneficios que ofrecía la lana y la gran influencia de la Mesta. No sería hasta el breve reinado de Felipe I cuando los manufactureros castellanos lograron algún tipo de blindaje. No pasó lo mismo con otros sectores industriales, a los que el Descubrimiento de América no les hizo ningún bien.
El no haber dinero, era por haberlo
La economía castellano no sufrió cambios profundos con la llegada de los Reyes Católicos , que se endeudaron y usaron rentas especiales (por ejemplo, las bulas papales de cruzada en Granada) para financiar sus grandes empresas, aunque sí crearon ciertas estructuras comunes y despejaron las vías de comunicación de bandoleros. Los aranceles tanto por Castilla como Aragón siguieron entorpeciendo una política económica unificada para toda la Península. No sería hasta la llegada regular de grandes remesas de metales preciosos procedentes de América y las deudas bancarias contraídas por la siguiente dinastía cuando el panorama se enturbió.
«El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto el arbitrista González de Cellorigo . Este economista señalaba a principios del XVIII que la decadencia se debía al progresivo abandono de «las operaciones virtuosas de los oficios, los tratos, la labranza y la crianza» por parte del pueblo. La fiebre del oro había consumido a los españoles e incentivado las importaciones de productos manufacturados en vez de los que se fabricaban en estos territorios.
Daba igual que el oro y la plata siguieran llegando a borbotones a España. Las grandes remesas de oro de los primeros años fueron desplazadas por la desatada producción de plata, tanto en México como en el Perú. La producción de plata constituyó la base de la riqueza que los dominios americanos ofrecían a la Corona. Tras un crecimiento récord durante todo el reinado de Felipe II, los años finales del siglo XVI mostraron los primeros síntomas de agotamiento. Entre 1604 y 1605 la disminución de las remesas de metales se sintió con fuerza, arrastrando este problema hasta 1650. Esta contracción no era debida a que las minas se hubieran secado de golpe, sino a que la crisis castellana, con su caída demográfica, sus derrotas militares y sus problemas de deuda, terminó por afectar el atajo económico que había sido hasta entonces la Carrera de Indias.
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