ABC Así se 'enseña' la conquista en América
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ADOCTRINAR CON LA HISTORIA

Así se 'enseña' la conquista en América

Para entender el derribo de estatuas de los últimos tiempos y los discursos de odio contra España, que abrazan políticos como el mexicano López Obrador o el peruano Pedro Castillo, hay que acudir primero a lo que los niños de América aprenden en el colegio sobre la «invasión» de los conquistadores

César Cervera
El libro que Ecuador distribuye para los alumnos de último curso de su bachillerato pone énfasis, en la violencia ejercida por los conquistadores en América ABC

Unos encapuchados decapitaron en el otoño de 2019 una estatua del conquistador Pedro de Valdivia en la ciudad de Valdivia (Chile), que estaba ubicada en la plaza Pedro de Valdivia, para luego arrojar el busto desde el puente Pedro de Valdivia directo al río Valdivia. Aquello fue probablemente la cumbre de la redundancia y del esfuerzo, en vano, de un pueblo por arrancarse su historia de las venas, pero solo supone una mota de polvo en el torbellino iconoclasta contra lo español que se lleva repitiendo de punta a punta de América en los últimos años. No hay paz para los ‘malvados’.

Acostumbrados a ser los campeones en la competición de despreciar su historia, lo ocurrido en Hispanoamérica ha sorprendido a los españoles a pie cambiado, sin comprender bien el resurgir de tanto odio. Parte de la explicación está, como todo, en los libros. Los planes educativos que se imparten en la América española presentan la conquista y el periodo virreinal como un trauma para el continente.

«Todos los libros de la escuela primaria tratan de inyectar el odio en base a la falacia de que España asesinó a 50 millones de indígenas a su llegada», aprecia Marcelo Gullo, profesor argentino de Relaciones Internacionales, que acaba de publicar en España ‘Madre patria’ (Espasa). Al explicar la «invasión española del Perú», un libro de este curso destinado a niños de 12 años en Bolivia incluye una narración cargada de adjetivos truculentos del «enfrentamiento violento» desatado por Francisco Pizarro en Cajamarca junto a grabados de indios torturados sacados directamente de la propaganda antiespañola hecha por los protestantes en el siglo XVI.

En los libros de texto del último curso antes de acceder a la universidad, elaborados y distribuidos por el Ministerio de Educación de Ecuador, hay un epígrafe dedicado a explicar la estrategia de «violencia, sometimiento y explotación» de los españoles. «En las guerras de conquista, la ventaja de las armas de fuego permitió a los españoles someter a los indígenas, quienes no pocas veces enfrentaron emboscadas por recibir con hospitalidad a quienes con frecuencia consideraban sus huéspedes», reza el texto. Todo ello acompañado de una ilustración de un conquistador estrangulando a un indígena y la lectura recomendada de la ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, la obra de Bartolomé de las Casas que ha servido para sostener con cifras disparatadas la propaganda antiespañola de todos los tiempos.

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Guiños al indigenismo

En países donde las poblaciones indígenas han aumentado su influencia política en los últimos años se utiliza un lenguaje adaptado a las sensibilidades de estas minorías. A la conquista de América se le llama «invasión de los pueblos del Abya Yala», nombre que recibe en el relato indigenista el continente; a la zona del Perú, estado de Tawantinsuyu, y a los nativos se les dibuja en una arcadia feliz donde no existían ni el canibalismo ni los sacrificios humanos.

«Para empezar hay una fijación obsesiva por estudiar solo la conquista, que oscurece tres siglos de éxitos virreinales. Todo queda concentrado en una foto fija con imágenes horrorosas del episodio», asegura la escritora y filóloga María Elvira Roca Barea. Los hechos anteriores a la independencia se nombran como «el periodo español» y se estudian como algo previo al transcurrir de estos países. Para la autora del libro ‘Imperiofobia’ (Siruela), usar esta denominación ya es un error dado que aquella historia compartida durante siglos no le pertenece a España, sino «a todas las partes de un imperio que en el siglo XVIII llegó a tener su capital y el epicentro de sus flujos económicos más cerca de la Ciudad de México o de Lima que de Madrid o Barcelona».

Una de las ilustraciones de los libros de texto de bachillerato en la que se muestra el 'somentimiento' indígina por parte de los 'malos' conquistadores europeosABC

En Venezuela (texto dirigido a niños de 12 a 13 años) se usa en todo momento el «nosotros» a la hora de hablar de los indios y de sus tierras «arrebatadas»: «En aquellos días de invasión a nuestras tierras, la flecha de nuestros ancestros se empequeñeció ante la espada y el casco del conquistador. Estalló entonces un rabioso arcoíris sobre quienes sabían que la libertad vivida desde hacía miles de años estaba agonizando y presentían que la tierra suya sería arrebatada por manos ajenas, arrebato que se hacía en nombre de un dios que nunca antes habían conocido».

El discurso contra España se remonta en América al siglo XIX, cuando las nuevas repúblicas recurrieron a él para justificar la independencia y se perpetuó en forma de mito fundacional. No obstante, a pesar de sus defectos España era presentada en este relato decimonónico como «una madre patria civilizadora, evangelizadora», de la que finalmente habían tenido que emanciparse sus hijos porque se habían hecho mayores y estaban hartos de su tiranía.

«Las ideas propias de la Leyenda Negra fueron creciendo el pasado siglo, y a partir de 1992 se produjo un punto de inflexión, una renovación del discurso progresista. Hasta esa fecha los libros eran bastante ecuánimes sobre la conquista. Ahora se mira con ojos de odio lo que antes se veía como una guerra familiar», defiende Marcelo Gullo.

La izquierda hegemónica, que encarnan movimientos rupturistas como el de Nicolás Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, abrazó tesis aparentemente indigenistas para cargar las culpas al Imperio español de todo lo malo que había sucedido al continente, incluidas las políticas antiindios de la etapa repúblicana. «Es un indigenismo de salón, una falsificación ideológica por parte de grupos que no tienen la menor intención de mejorar la situación de marginalidad en la que viven los indígenas hoy», explica Roca Barea, que recuerda que muchas comunidades de nativos piden recuperar leyes anteriores a la república sin saber que su origen es español. «La inmensa mayoría de las comunidades indígenas desconoce que perdieron sus tierras tras la independencia, no antes», apunta.

No cabe duda de que en Chile han sido los mapuches y los simpatizantes indigenistas quienes han borrado los símbolos virreinales de un plumazo, y con bastante éxito (421 de los 669 monumentos nacionales fueron dañados durante las revueltas de 2019), pero más que por odio a España lo han hecho por aversión al imperialismo, a la propia república y a sus clases dirigentes. Para encontrar la mano que mece la cuna de los planes educativos chilenos más bien hay que irse al otro lado del tablero.

«El antiespañolismo teórico sigue teniendo mucha vigencia en el sistema educativo chileno. No ha existido históricamente una élite cultural y política que reivindique el pasado español, sino todo lo contrario», afirma el profesor español Miguel Saralegui, buen conocedor de Chile, donde imparte cursos de doctorado. El escritor chileno Rafael Gumucio dice con humor en su libro de viaje ‘Páginas coloniales’ que «se estudia más la cultura española en una calle de Oxford que en todas las universidades de Santiago juntas».

«Se estudia más la cultura española en una calle de Oxford que en todas las universidades de Santiago juntas»

La etapa española se imparte en términos negativos por todo el continente, de Lima a California, pero cada república es un micromundo político con sus propias preocupaciones. Aunque los libros de texto de Argentina se aproximan a un relato más templado de los hechos, las controvertidas letras del cantautor Víctor Heredia son de lectura obligatoria, según el Ministerio de Educación, para tratar el episodio de la conquista entre los niños de primaria. Las letras de este referente argentino son así de contundentes: «Bajaron de sus barcos de hierro con los cuerpos envueltos por todas partes y las caras blancas; nada quedó en pie, todo lo arrasaron, lo quemaron, lo aplastaron, lo torturaron, lo mataron». Usar un cuento «es la forma de dirigirse a la emoción de los niños, no a su raciocinio», plantea Gullo sobre una herramienta típicamente nacionalista.

Luz al final del odio

La conquista de Cortés empieza a abordarse en México sin las pasiones de antaño como respuesta precisamente al desproporcionado discurso antiespañol de su presidente Andrés López Obrador. «Está pasando ahora que ese discurso enalteciendo tanto lo indígena en perjuicio de lo español ha provocado que los historiadores hayamos respondido sin calificativos, con hechos. Los libros de educación se han vuelto más rigurosos y mesurados a modo de contestación», afirma Flor Trejo, historiadora e investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

En cualquier caso, el pequeño hueco dedicado al periodo virreinal, en comparación al enorme espacio dedicado al pasado precolombino, no corresponde a la historia de un país con solo un 23 por ciento de población que se identifica como indígena, según una encuesta interracial realizada en 2015. Enseñar la historia de México como si fuera una realidad preexistente es antihistórico y deja fuera del relato a la mayoría de mexicanos, mestizos o directamente descendientes de españoles. «Este adoctrinamiento provoca un trastorno bipolar, que deja a la población perdida en una identidad que le resulta incomprensible. La manipulación mantiene a los pueblos en una situación muy vulnerable, sin cultura, sin raíces. Somos más frágiles», advierte Roca Barea.

Agitada por huelgas y protestas contra su gobierno, Colombia ha sido la última nación de Sudamérica en unirse al linchamiento de estatuas de conquistadores y a juzgar el pasado con ojos del presente. «Somos un país que suele obviar ciertos temas, una sociedad con mala memoria que ha dejado su historia de lado ante el temor a que se mezclara con la política», señala Enrique Serrano, director del Archivo General de la Nación. En los libros de Colombia no se estudia la etapa virreinal porque, en general, apenas se imparte Historia. Desde los años ochenta se ha reemplazado por clases de «democracia» centradas en cuestiones institucionales y sociales.

Sin llegar a este extremo, sí es característico de toda Hispanoamérica el escaso peso que tiene la Historia en los programas educativos. «Es un territorio donde esta materia en la escuela y en los institutos se estudia poco. Es muy normativa. Todo lo que se ha investigado sobre el periodo colonial no tiene peso en los planes, que siguen agarrados a una historiografía muy nacional, presentista y romántica», apunta Saralegui, que está a punto de publicar el ensayo ‘Matar a la madre patria: Historia de una pasión latinoamericana’ (Tecnos).

En opinión de este profesor, el elemento antiespañol no está necesariamente presente en el temario, lo está en el ambiente educativo tanto como en la sociedad. «El español aparece como el otro, el extranjero, el mal contra el que hubo que levantarse, rodeado siempre de una serie de tópicos sobre su violencia, su codicia... Es una estructura cognitiva muy básica; no estamos hablando del nacionalismo vasco en su afán de inventarse unos orígenes remotos e históricos. No, es algo menos refinado, muy elemental: lo de dentro contra lo de fuera».

No hay tanta diferencia entre esa historia y la que se estudia en muchas partes de España sobre la conquista. Aquí también los cerebros de los niños y de los adolescentes son bombardeados con tópicos e imágenes terribles sobre el horror de la violencia colonial. «Este es un problema de toda la mancomunidad hispánica. En ambos lados del charco crece el odio a todo lo que signifique un vínculo común», repara Roca Barea, que además de escritora de superventas es profesora de instituto.

El vínculo que parecen ser incapaces de romper todos estos países con la ‘madre patria’ es que suelen ocupar, como España, un lugar bajo en el Informe Pisa. Según los datos de 2018, Uruguay, en el puesto 48º, es la nación hispánica mejor situada en habilidad lectora. En matemáticas, España (34º), seguida de Uruguay (58º) y Chile (59º), ocupan la mejor posición de los países de lengua castellana. Todos a la cola.