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Complots y falacias: desvelan al fin la verdad tras el intento de magnicidio más misterioso de Inglaterra

Nuevas investigaciones confirman que los servicios secretos británicos encubrieron información clave de la tentativa de asesinato contra Eduardo VIII en 1936

Manuel P. Villatoro

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El 16 de julio de 1936 , en su edición de la tarde, el diario ABC se hizo eco de un suceso tan triste como desafortunado: «Cuando revisaba las tropas, el rey Eduardo de Inglaterra es objeto de un atentado». La noticia, calificada como «urgente» y de apenas unas líneas, señalaba que «un individuo» había «pretendido disparar contra el Rey» cuando este se dirigía, a caballo, desde la londinense Constitution Hill hacia palacio. Para tranquilidad de los lectores, también incidía en que había «fracasado en su propósito» y que el criminal había sido detenido por Scotland Yard.

Aquella jornada se barajaron una infinidad de explicaciones sobre el atentado. El ABC, por ejemplo, recogió las declaraciones de un testigo convencido de que el atacante había arrojado un extraño fardo contra el jamelgo del monarca:

Eduardo VIII

«Fue cosa de segundos; observé cómo este paquete fue lanzado sobre uno de los flancos del caballo. El animal se encabritó, pero el Rey lo dominó. En la acera hubo algo de revuelo. Entonces pude apreciar a un hombre debatiéndose entre cinco policías, que en el forcejeo lo levantaban sobre las cabezas de la gente asustada».

Poco a poco, ganó terreno la teoría de que aquel inocente paquete blanco era en realidad un arma. Un revólver , para ser más concretos, que había saltado de las manos del atacante después de que una mujer vislumbrara sus aviesas intenciones y cargara contra él. A la postre también se supo que, con su actuación rápida y certera, esta improvisada heroína había otorgado a los agentes unos segundos de oro para desmontar de sus caballos y reducir al criminal. Esa versión fue la que, parcialmente, hizo pública Scotland Yard:

«Cuando e! cortejo real regresaba de la ceremonia de la entrega de una bandera al Regimiento de la Guardia, celebrada esta mañana en Hyde Park, un hombre se destacó de entre la muchedumbre cerca del Arco de Wellington, en Constitución Hill. Hasta ahora se ignora lo sucedido; pero un revólver cayó al suelo en el espacio libre entre el Rey y las tropas que le escoltaban. El individuo en cuestión fue inmediatamente detenido y conducido a la Comisaría de Hyde Park. No se ha hecho ningún disparo, pero el revólver recogido en el suelo estaba cargado con cuatro balas».

A pesar de la incertidumbre, lo que sí se tuvo claro desde el principio era que el agresor iba «destocado y pobremente vestido», que no era «ningún loco» y que había orquestado el ataque con «métodos empleados por terroristas». El diario no publicó el nombre y los apellidos del criminal, pero tan solo una jornada después la policía británica confirmó que se llamaba George McMahon ; un escocés que, ya en prisión, declaró ser un agente doble fiel a Gran Bretaña, haber sido contratado por la embajada italiana para perpetrar el magnicidio y haber fallado a propósito por lealtad a su país.

En el juicio, McMahon fue tildado de loco y encerrado. Y es así como se le ha retratado en los libros desde entonces. Sin embargo, el historiador Alexander Larman ha desvelado esta misma semana que tiene en su poder nuevos documentos que confirman que este curioso personaje había sido contratado por la embajada italiana, que mantenía relación los servicios secretos británicos y que estos, avergonzados por no haberle hecho caso sobre el intento de magnicidio, prefirieron ocultar la verdad del suceso. De esta forma lo ha explicado el experto en declaraciones a «The Guardian», donde también ha incidido en que explicará todas las conclusiones en su nuevo libro.

Turbia declaración

Tras el intento de magnicidio se creó un gigantesco revuelo alrededor de la figura del asaltante. Solo hizo falta un día para que el mundo supiera los pormenores de su vida. «El autor del atentado al Rey, George Andrés McMahon , es escocés y periodista de profesión. Tiene treinta y cuatro años y, desde hace bastante tiempo, vive en Londres», publicó ABC. Se desconocía por entonces que era un estafador de baja estofa, que había traficado con armas en Abisinia (hoy Etiopía) y que fue allí donde los italianos le convencieron de colaborar como espía en contra de Gran Bretaña.

Si todo lo que le rodeaba era ya turbio, la historia terminó de complicarse cuando McMahon declaró ante el juez. Y es que, como se supo gracias a una serie de documentos desclasificados por Gran Bretaña en el año 2003, fue durante la vista cuando desveló que la Italia fascista le había dado 150 libras para acabar con el monarca y que él, leal a su país, había contactado con los servicios secretos británicos (el MI5) para informar de todo. Pero, al no obtener respuesta, tomó la determinación de personarse frente a Eduardo VIII con un revólver y dejarse atrapar para no descubrir su tapadera.

Proclamación de Eduardo VIII

Lo cierto es que, fuera más o menos creíble, McMahon había mantenido aquella versión (con algunas diferencias) desde el mismo momento en el que fue detenido por las autoridades británicas. Algo que, una vez más, publicó ABC en las jornadas posteriores al intento de atentado:

«El autor del atentado al Rey ha manifestado que vive en el barrio Este de la capital. El autor del atentado ha sido sometido a un interrogatorio secreto. A los agentes que le detuvieron ha manifestado que no pretendía causar daño al Rey, sino únicamente hacer un gesto de protesta. Agregó que la culpa de lo que ha hecho incumbe al ministro sir John Simón, al que había dirigido una carta y llamado por teléfono, pero que no le hizo caso. Al autor del atentado se le ocupó un revólver y varias cápsulas, una carta, una tarjeta postal y un ejemplar del “Daily Telegrpah” de hoy».

Eduardo VIII

En el juicio, la respuesta del fiscal general Donald Somervell , a cargo del proceso, hizo palpable la opinión que toda la sala tenía de la teoría de McMahon: «Voy a sugerir que esta historia, toda esta trama, es producto de su imaginación». El acusado, por su parte, respondió indignado: «Dios quisiera que así fuera» . El jurado solo deliberó diez minutos antes de condenarle por posesión ilegal de armas y por usarlas para intimidar a Eduardo VIII . El juez fue todavía más claro: «Me satisface que no quisiera dañar a Su Majestad, pero la conclusión a la que he llegado es que usted es una de esas personas que buscan notoriedad para que se atiendan sus quejas».

La condena: doce meses de prisión y trabajos forzados. Sin embargo, aquello no impidió que el condenado escribiera un manuscrito de cuarenta páginas llamado «Él era mi rey» en el que explicaba, de forma pormenorizada, esta teoría. Documento que, por descontado, fue calificado como una mera fantasía por las autoridades de la época.

Nueva visión

Hasta aquí, la versión oficial. Ahora, sin embargo, Larman ha levantado la alfombra a golpe de documentos para confirmar y desmentir las declaraciones de McMahon. Y las conclusiones son muchas y vergonzantes.

Para empezar, y tras cruzar unas memorias inéditas del asaltante con los documentos que los servicios secretos británicos han desclasificado en los últimos años, considera que, en efecto, fue contratado por la embajada italiana para perpetrar el atentado. Pero no solo eso, sino también que dirigió varias misivas a los servicios secretos ingleses y al s ecretario de Interior para informarles del plan.

McMahon

A su vez, añade que el atacante había mantenido múltiples contactos con el MI5 antes del atentado. «Las memorias de McMahon se corroboran con una gran cantidad de documentación confidencial hasta ahora sellada en los Archivos Naciones. Esta revela que McMahon, además, era un informante habitual del MI5 y que estos le pagaban por pasarles información sobre la embajada italiana. Es decir, que era un doble agente», completa.

A su favor, dice, cuenta con informes en los que se corroboran pequeños pagos desde los servicios secretos al condenado antes del verano de 1936 y los registros de una infinidad de reuniones entre ambos a partir de 1935..

¿Por qué fue, entonces, tildado de loco? Según Larman es sencillo: los miembros del MI5 estaban tan avergonzados por haber obviado sus soplos, que prefirieron acusarle de loco, meterlo en prisión y olvidarse de él. «Lo mejor que pudieron hacer fue calificarle como un loco que buscaba notoriedad

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