Las causas ocultas y el personaje olvidado que llevaron a España al abismo de la Guerra Civil
Alberto de Frutos, coautor de «30 paisajes de la Guerra Civil», levanta velos sobre los iconos más clásicos de la Segunda República y analiza el camino que provocó la contienda
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónNo es el relativismo propio del ingenuo o del cobarde; por mucho que provoque comezón, la historia no adquiere un tono único a lo largo de los años. Y esa es, precisamente, una de sus facetas que más relumbran. Nuestra España no esta exenta de ... esta máxima. En efecto, querido lector, por más que se repita que arribamos a la Guerra Civil por culpa de un reducido grupo de causas, la verdad es que hubo otras muchas que nos han pasado por alto. Por descontado, lo mismo sucede con personajes como Manuel Azaña , protagonista el otro día en los medios después de que su tumba fuera visitada por Pedro Sánchez y Emmanuel Macron . Incluso al hablar de este icono podemos hacer referencia a sus bondades y a sus no tan bondades, como bien explica a ABC Alberto de Frutos , periodista, divulgador histórico y autor de una infinidad de obras sobre el conflicto fratricida como su última (y superventas) «30 paisajes de la Guerra Civil» , de la que es coautor.
¿Qué causas olvidadas cree que provocaron la llegada de la Guerra Civil?
Creo, con Julián Marías, que la principal causa de la guerra fue la irresponsabilidad, y durante la República hubo sobrados ejemplos de ello. Los políticos emponzoñaron el debate público y arrastraron a sus votantes a una dicotomía muy peligrosa. La realidad es siempre compleja pero, leyendo los periódicos de entonces, no lo parece. Todo era blanco o negro, y los sucesivos gobiernos, de izquierdas o derechas, no hicieron nada por restaurar la escala de grises.
De aquel diálogo de sordos no podía salir nada bueno y, efectivamente, salió lo peor. Ortega y Gasset fue uno de los primeros en alertar de que la República era una cosa y el radicalismo otra, y, sin embargo, el régimen se vio incapaz de controlar a sus extremos.
Por supuesto que la responsabilidad última de la Guerra Civil recae sobre los militares que iniciaron el golpe: si España se partió en dos, fue por su secular tendencia a arreglar los problemas a tiros. Pero no es menos cierto que, en julio de 1936, la polarización era terrible. Durante el Gobierno del Frente Popular, se contabilizaron más de 350 muertos y hubo muchos momentos en que el principio de autoridad brilló por su ausencia. La guerra no fue inevitable, pero nadie puso lo bastante de su parte para rectificar los derroteros que llevaron a ella.
¿Hasta qué punto influyeron reformas como las militares en la llegada de la Guerra Civil?
Influyó decisivamente, en el sentido de que malquistó a los militares africanistas con la República. Entre otras cosas, la reforma militar redujo el número de mandos en un 40 % y conllevó la revisión de los ascensos por méritos de guerra, siguiendo las directrices de los junteros, que primaban la antigüedad a las «hazañas bélicas» de los africanistas. El cierre de la Academia de Zaragoza, en junio de 1931, fue, también, un toque a su director, el general Franco, «el único al que hay que tener», según anotaría Azaña en sus diarios semanas más tarde.
Paradójicamente, y como explicó el historiador Gabriel Cardona, la simplificación del mando «favoreció a la larga a los enemigos de la República: con el antiguo, confuso y pesado organigrama de la Monarquía, habría sido mucho más difícil llevar a cabo una rebelión como la de julio de 1936». Sanjurjo, arrinconado por Azaña tras los episodios de violencia que habían involucrado a la Guardia Civil –cuerpo que dirigió hasta el 3 de febrero de 1932–, dio el primer aviso, y en julio de 1936 llegó el decisivo. Ahí estaban, junto al general Franco, Mola, Varela, Queipo, Goded, Yagüe, Alonso Vega, veteranos todos de Marruecos.
Ahora bien, si la reforma de Azaña fue tan lesiva para los intereses de estos militares, ¿cómo es que el Gobierno radical-cedista no reparó el daño? Lo hizo, por supuesto, y de ahí que Franco fuera nombrado Jefe de Estado Mayor Central en 1935, apenas unos meses después de reprimir la Revolución de Asturias, o que Goded y Fanjul volvieran a primera línea. La política de traslados emprendida por el gobierno del Frente Popular, en febrero de 1936, no sirvió para sofocar la fiebre de los conspiradores; antes bien, hizo que subiera la temperatura y los enemistó aún más con el régimen.
¿Calificaría esta reforma como una «venganza» contra el ejército?, ¿quizá como una forma de salvaguardarse de él?
No creo que fuera una venganza, no. En realidad, las reformas del primer bienio republicano eran oportunas. Había miseria en el campo, claro que sí, los desatinos de Macià, proclamando la República Catalana dentro de la Federación Ibérica, apuntaban a un problema que requería la búsqueda de soluciones, había margen para negociar con la Iglesia y fórmulas para desalentar el intervencionismo militar en la vida pública (no hay que olvidar cómo había cuajado la idea de República, tras más de seis años de dictadura primorriverista… respaldada por el rey).
Lo cierto es que esa batería de reformas acabó encolerizando a muchos españoles. A los conservadores, porque veían que la República había irrumpido como un elefante en una cacharrería, pero también a los revolucionarios, que las juzgaban, incluso, demasiado comedidas.
Nadie duda de que el Ejército era un problema en 1931. Era una institución sobredimensionada en lo personal y, a la vez, ineficaz en lo que se refiere a infraestructura y logística. Azaña no fue, como señalan sus críticos, su «triturador». Pero, en fin, «el infierno está empedrado de buenas intenciones», y de ahí que la reforma militar, inspirada, por cierto, en el modelo francés, provocara a corto, medio y largo plazo más quebraderos de cabeza que alivios. El relevo generacional, por ejemplo, fue una quimera, y, por supuesto, los militares no se esfumaron de la vida pública. Diría, pues, que las reformas emprendidas en 1931 eran necesarias, que urgía abrir las ventanas y airear las habitaciones, pero también que los políticos que las ejecutaron no conocían su propio país y que se equivocaron de medio a medio con los modos y los tiempos.
¿Fue Azaña el icono más destacado de la Segunda República?
Quizá el más grande, sí. Su ascendiente fue incuestionable en los primeros compases del nuevo régimen: presidió el Gobierno Provisional en los meses en que se tomaron las decisiones más acuciantes de la naciente República y, entre 1931 y 1933, dirigió el ministerio más delicado, el de Guerra, con la polémica reforma militar que tanto decepcionó a los “africanistas”.
¿Es merecido ese título?
Tras el revés de las elecciones de 1933 y la llamada revolución de Asturias de 1934, tuvo la habilidad de forjar la coalición frentepopulista que derrotó a las candidaturas de derechas en 1936. Azaña no fue de los que se subió al carro ganador el 14 de abril. Estuvo presente en el pacto de San Sebastián en 1930, y ya en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera, publicó su discurso “Apelación a la república”, en el que amarraba su ideario republicano. Fue un icono porque encarnó la República de su tiempo, la de los intelectuales –algunos de los cuales rectificarían luego su rumbo–, aunque no tanto la del pueblo, que celebró el fin de la monarquía en la Puerta del Sol, ante la curiosa mirada de Alfonso en las páginas de ABC.
¿Se ha idealizado su figura?
A Azaña lo han reivindicado Aznar y Zapatero, y hasta Podemos y Vox. Vale lo mismo para un roto que para un descosido, y tal vez ese sea su principal mérito. Desde luego, fue un intelectual brillantísimo –ahí está La velada de Benicarló, obra de obligada lectura y relectura, para comprobarlo–, un perspicaz ateneísta, un político que, en otras circunstancias (y en otra España), se habría lucido.
¿Cuáles fueron sus grandes éxitos como político?
España necesitaba un golpe de timón en 1931, esto es evidente, y Azaña lo vio claro, pero las cuestiones militar, religiosa (¿España había dejado de ser católica en 1931?) y agraria requerían un “tempo” diferente, más pausado. Su España, la España de su imaginación, no era la España real. Pecó de ingenuidad con Cataluña, pero no cabe duda de que el Estatuto de Nuria fue, en su momento, una jugada maestra, que Companys, que no estaba en su sano juicio, dinamitó en 1934. Azaña fue un demócrata valiente, cuya acción política se vio lastrada por un contexto, tanto dentro como fuera de España, muy complicado, tal vez irresoluble. En su haber hay que subrayar que renegó de los totalitarismos de cualquier signo, fascistas y comunistas, y en sus diarios encontramos continuas advertencias sobre el odio y el miedo que impulsaba a ambos bandos.
¿Cree que tiene alguna sombra que hayamos olvidado?
No diría que las hayamos olvidado, pero sí disculpado. Azaña presentó la Ley de Defensa de la República, que, en su articulado, perseguía “la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”, esto es, que avalaba la censura. Obsesionado con que “no le comiesen la República”, procedió con la mayor dureza contra los movimientos insurreccionales de la FAI y la CNT, por ejemplo, en Fígols. Pero, paradójicamente, careció de autoridad en otras crisis y tesituras, sin ir más lejos en la Guerra Civil, pero también en Casas Viejas, donde lo acusaron, falsamente, de ordenar el asesinato de unos campesinos que habían asaltado el cuartel de la Guardia Civil. Su soberbia intelectual hizo que desdeñara a sus rivales políticos y, al igual que tantos dirigentes republicanos, no prestó demasiada atención a los problemas económicos.
Noticias relacionadas
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete