Guerra Civil en Hispania
Así detuvo un rey visigodo el último intento de las legiones romanas de conquistar Hispania
Justiniano, ávido de recuperar la vieja gloria del Imperio romano, hizo desembarcar en la península un contingente destinado a subir al trono a Atanagildo; sin embargo, una vez cumplida su labor, los ejércitos se asentaron en el sur y crearon una provincia llamada Spania
Daniel Gómez Aragonés, autor de ‘Historia de los visigodos’, se adentra con nosotros en los complots políticos del siglo VI
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A veces, muchas más de las que desearíamos, el destino depara extraños compañeros de viaje. En el siglo VI, poco después de que el obispo Gregorio de Tours acuñara el concepto ‘ Morbus Gothorum ’ para resumir un acto tan común entre los visigodos ... como apuñalar a un monarca para ocupar su sillón, nuestra Hispania vivió la que fue una de sus primeras guerras civiles. Aunque no fue entre rojos y azules, ni afrancesados contra patriotas. Los contendientes fueron Agila I , ‘rex’ legítimo, y el revoltoso Atanagildo . La victoria la obtuvo el segundo tres años después, pero a un precio muy alto: solicitar la ayuda de las legiones romanas del Imperio bizantino (el famoso Imperio romano de Oriente ).
No me entiendan mal. En plena batalla por Madrid, y con nuestros políticos guiñando el ojo de merecer al resto de partidos para formar un frente común tras depositar el voto en mayo, no seré yo quien ensucie con dudas el noble acto de pactar. Pero la realidad palpable fue que al bueno de Atanagildo le salió regular el movimiento de ajedrez. Vale, venció a su opositor y sentó sus reales en el trono. Que sí, que también fue un monarca que abogó por la paz y la prosperidad de su pueblo una vez aplastados sus enemigos. Y no lo dudo, consiguió convertir Toledo en la capital ‘de facto’ del reino. Pero tan cierto como ello es que abrió las puertas de Hispania a las mismas legiones romanas que le habían ayudado.
El resultado fue el esperable. Para empezar, Justiniano , un emperador ansioso por recuperar la gloria del viejo Imperio romano, decidió extender sus dominios por Hispania a costa de Atanagildo. Y, por si eso no fuera ya bastante, fundó por estos lares una nueva provincia llamada Spania ; región a la que el nuevo monarca se enfrentó para evitar su expansión. Así lo confirma a ABC Daniel Gómez Aragonés , licenciado en Humanidades, cadémico por la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo y autor, entre otras tantas obras sobre esta era, de ‘ Historia de los visigodos '. Libro, por cierto, que presentó el pasado jueves 22 de abril en la antigua capital visigoda.
El ascenso de un rey
Tal y como explica Gómez a este diario desde «Toledo, la bella capital visigoda», donde reside y colabora también como guía de rutas históricas, entender esta guerra civil requiere retroceder hasta los siglos IV y V. «El reinado de Agila rompió el llamado intermedio ostrogodo de Teudis y Teudiselo . Asesinado este último, Agila ascendió al trono en el 549». Pero su carácter poco se parecía al de sus predecesores y «a la larga, terminó generando cierta desconfianza e incertidumbre» tanto en amigos como en enemigos. « Su poder no era enérgico ni autoritario . Además, tras una derrota en Córdoba en la que perdió a su hijo en batalla, surgieron voces discordantes con él», añade.
La principal de ellas fue un noble de linaje Balto llamado Atanagildo . «Le podemos calificar de usurpador, porque es lo que era. Se enfrentó a Agila I y, a mediados del 552, ya había provocado una guerra civil en Hispania». Huelga decir que la contienda fue en extremo sangrienta y que el pretendiente tenía, al menos sobre el papel, las de perder. Así, con un número limitado de tropas y sabedor de que su revuelta podía ser aplastada en cualquier momento, el futuro monarca solicitó ayuda al Imperio romano de Oriente . Pactó con el diablo, a riesgo de rozar el tópico.

«Recurrir a un poder externo para vencer por falta de músculo militar no fue algo paranormal en la historia visigoda. Este ‘as’ en la manga era habitual. Un ejemplo es que, en el siglo VII, Sisenando solicitó ayuda a los francos para deponer a Suintila . Y que no decir del 711, cuando, en el contexto de otra guerra civil, un bando recurrió a los musulmanes para acabar con otro. Atanagildo marcó una pauta que, a la postre, determinó la historia del propio reino», explica el autor de ‘ Historia de los visigodos ’.
Justiniano, al frente del Imperio romano de Oriente, no pudo recibir mejor noticia. El emperador acababa de conquistar a vándalos y ostrogodos y abogaba entonces por la política de la ‘ renovatio imperii ’: recuperar las tierras que sus antepasados habían tomado a sangre y gladius. «El ejército romano no estaba en decadencia, como se suele creer. Todavía era el mejor de su tiempo. Era una potencia militar de primer orden que, además, disponía de generales de la talla de Belisario y Narsés . Contaban con una infantería y una caballería muy bien entrenada, además del apoyo de fuerzas bárbaras o extranjeras», añade el experto a ABC.
Unas tropas, por cierto, que poco tenían que ver a nivel estético con el clásico legionario romano. «Si hay una palabra que define a los soldados era color. Contaban con una panoplia espectacular y muy avanzada».
El Día D de las legiones romanas
Uno de los grandes enigmas de la historia visigoda es el pacto al que llegaron Justiniano y Atanagildo . Es conocido que ambos se reunieron, pero se desconoce cómo pudo el usurpador seducir al emperador. Tampoco se sabe si los romanos arribaron a las costas hispanas con la idea preconcebida de expandirse a lo largo y ancho de la península. «Hay mucho debate sobre ello, pero, tras conquistar el reino vándalo y el suevo, la realidad era que la península era el siguiente paso natural», destaca el experto. Lo que Gómez tiene claro es que, de una forma u otra, «Atanagildo les abrió las puertas del reino».

Fuera como fuese, el contingente expedicionario romano arribó a Hispana en el año 552 en un número aproximado de unos 5.000 combatientes . Suficientes para plantear un problema serio a Agila. «El ejército llegó dirigido por un patricio de cierta edad, Félix Liberio , y desembarcó en algún punto de la costa de Málaga que estuviera bien comunicado con Sevilla », desvela. La región concuerda, pues Sevilla fue, precisamente, una de las plazas fuertes leales al pretendiente al trono.
Como pasó con los alemanes siglos después, el Imperio romano de Oriente se transformó en un agente clave de la contienda. Ejemplo de ello fue una batalla acaecida en Sevilla en la que Agila, confiado, fue derrotado por estos curiosos aliados. «Lo que se sucedió fue una guerra de desgaste que no terminó por una victoria en una batalla campal, sino por una conjura acaecida en el 555», sentencia el historiador. En lo que era una práctica tan triste como habitual entre los visigodos, varios nobles y generales traicionaron a Agila I y le asesinaron mientras se hallaba en Mérida. Poco después entregaron el poder al pretendiente y pusieron punto final a la contienda fratricida.
Traición
Lo que está claro es que ningún ejército, por pequeño que sea, se pasea miles de kilómetros y atraviesa el Mediterráneo por mera cortesía. Ya declarado rey Atanagildo, Liberio recibió tropas de refuerzo y decidió asentarse al sur de Hispania. El resultado fue la creación de una nueva provincia romana conocida como Spania con capital en la nueva Carthago Spartaria . «Es probable que su llegada provocara la huida de San Leandro y San Isidoro hacia el interior», desvela el autor. Según Gómez, a partir de entonces «los aliados se transformaron en enemigos» y Atanagildo les declaró la guerra. No le quedaba otro remedio, pues se habían extendido desde Cádiz hasta Denia y contaban, ‘de facto’, con el control del Mediterráneo.
¿ Arribaron los romanos con el objetivo de tomar parte de Hispania ? En palabras del experto español es imposible saberlo, pero podemos intuir que sí. «Tampoco podemos ser cándidos. Los visigodos sabían lo que pasaba alrededor del Mare Nostrum y se podían intuir sus intenciones». Pero tan real como las ansias expansionistas de los bizantinos era que Atanagildo no podía recurrir a nadie más. «Los suevos no tenían músculo militar para ayudarle y los francos estaban demasiado lejos. No le quedaba otro remedio si quería hacerse con el poder».
En todo caso, y tras un largo enfrentamiento, los unos y los otros acabaron por firmar un tratado de paz en el que el visigodo les cedió aquellas tierras. No porque quisiera, sino porque sabía que no podía expulsarles. «Justiniano tampoco estaba en el mejor momento para expandirse. Venía de unas guerras sangrantes que le habían costado muchos hombres . Si hubiera querido, podría haber enviado más soldados, pero no lo hizo».

«Ambos bandos sabían que el tratado solo solucionaría el problema a corto plazo y que, tarde o temprano, tendrían que enfrentarse. La franja costera hacía las veces de barrera para los visigodos. Estaba claro que se iba a dar un choque, y este fue protagonizado por algunos de los sucesores de Atanagildo , como Leovigildo », añade. La guerra contra Bizancio fue larga y costosa. Un enfrentamiento que se extendió durante décadas y en el que se avanzó paso a paso hasta la expulsión bizantina en el 625.
Años de paz
En todo caso, lo que tiene cristalino Gómez es que, «más allá de ser un usurpador», Atanagildo fue un personaje clave en el devenir del reino visigodo. Entre otras muchas cosas, porque el suyo fue un gobierno de paz y prosperidad. Dos rasgos que pueden sonar manidos, pero escasos en la península hasta entonces. «Da la sensación de que Atanagildo contaba con un proyecto político. Puede que no fuese tan potente como el de Leovigildo –hoy más conocido–, pero también fue muy destacable», desvela a este diario.
Atanagildo sabía que, después de una guerra civil tan cruenta como la que había vivido, no podía exprimir más al pueblo con más contiendas. Por ello, se centró en asentar su poder en la Galia narbonense y en centralizar la dirección del reino.
«Fue muy importante la designación de Toledo como ‘urbs regia’. La elección se justifica por sí sola: era una ciudad bien comunicada (un punto central desde el que se podía llegar a toda la península), se había adaptado bien a otros imperios, tenía presencia de la administración eclesiástica, contaba con el río Tajo como defensa natural y fuente de vida y no tenía una aristocracia tardo-romana como Mérida o Tarragona». En sus palabras, si hubiera que elegir entre Agila o Atanagildo, el lo tendría claro…
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