El arma secreta de Napoleón: la terrible hambruna con la que debilitó a España para invadirla
«He visto a gente acomodada disputar pedazos de caballos a los perros», contaba un soldado francés en sus memorias sobre la crisis alimentaria provocada por Napoleón en España durante su invasión, dejando en Madrid más de 25.000 muertos y escenas horribles que fueron representadas, incluso, por Goya
El cuadro de José Aparicio, 'El Hambre en Madrid' (1818)
Madrid sufrió la Guerra de la Independencia como ninguna otra región de España. El 2 de mayo de 1808, la capital ya estaba completamente tomada. Benito Pérez Galdós contaba así en sus ‘Episodios Nacionales’ como la ciudad saltó por los aires, cuando cerca de ... 25.000 franceses se situaron en el parque de El Retiro y sus alrededores: «No se oían más voces que ¡armas, armas, armas! Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores».
Napoleón ya lo había anunciado a sus generales en otoño de 1807: «Es un juego de niños, esa gente no sabe lo que es un ejército francés; créanme, será rápido». El emperador no se imaginaba que el conflicto se iba a alargar durante seis años y los españoles, que tendrían un enemigo casi tan duro que el propio invasor: el hambre. En primer lugar, porque Bonaparte arrasó con una gran cantidad de cultivos sin importarle las consecuencias que ello pudiera tener para la alimentación de la población y, en segundo, porque los agricultores abandonaron las tierras que no habían sido esquilmadas para acudir al campo de batalla.
El precedente más inmediato fueron las malas cosechas que España había sufrido entre 1803 y 1806. Ahora, con la entrada de los franceses tras la firma del Tratado de Fontainebleau , cada una de las ciudades por las que pasaban los soldados de Bonaparte acababan con los cultivos necesarios para mantener a la población. La carestía, por lo tanto, ya existía y con la Guerra de Independencia se extendió. «Esto causó una espectacular subida de precios, lo que motivó a su vez una hambruna generalizada por toda España que afectó tanto a franceses como a españoles, si bien la población civil fue la más perjudicada», contaba el historiador Pablo Jesús Aguilera en su artículo ‘Un episodio de la Guerra de Independencia: el hambre’ , publicado en 2009 en ‘La Gatera de la Villa’.
De todas ellas, sin embargo, la más afectada fue Madrid. Según los datos de Aguilera, de hecho, esta nueva crisis alimentaria le costó la vida a más de 25.000 madrileños, una cifra muy alta si tenemos en cuenta que la capital contaba entonces con 175.000 habitantes. Para el historiador Emilio de Diego, el hambre será «la gran catástrofe de la guerra de 1808 a 1814», aunque dentro de este periodo hay que destacar el año 1812, el de la hambruna más extrema en todo el país.
La visión de Goya
Goya representó muy bien este episodio en el grabado ‘Gracias a la almorta’ , donde puede verse a una mujer con el rostro oculto, recostada y vestida de blanco con harapos, que reparte comida entre un grupo de personajes hambrientos. Todos ellos están muy delgados y tienen los ojos hundidos y las mandíbulas y los pómulos muy marcados, mientras ingieren lo que parece ser, según reza el título, una sopa realizada con harina de almorta. El célebre pintor zaragozano lo realizó entre 1812 y 1814, basándose en las escenas que él mismo debió presenciar en las calles de Madrid durante la guerra, y se encuentra en el Museo del Prado.
'Gracias a la almorta', de Goya
La almorta había sustituido a otros cereales en la dieta de los soldados y la población civil. Esto se debía a que crecía en condiciones extremas sin necesidad de un cuidado especial. Sin embargo, no era muy buena para la salud, pues contenía neurotoxinas, una sustancia que acarreaba problemas de crecimiento en los niños y enfermedades graves en los adultos. La más grave era el latirismo, que podía atacar a los huesos y al sistema nervioso central, causando la parálisis crónica en las piernas, impotencia y dificultades para retener la orina. De ahí el título de la obra de Goya , que hacía referencia a todo lo que podía provocar este producto, tanto lo bueno (paliar el hambre) como lo malo (la muerte).
Resulta extraño que después no se haya hablado tanto de este episodio como de personajes tan célebres como José Bonaparte y el general Castaños o de batallas como la de Vitoria y Bailén . Si atendemos a las cifras, por ejemplo, en esta última se produjeron algo más de 3.000 bajas entre los dos bandos, mientras que, en lo que respecta a los españoles, la cifra de muertos fue únicamente de 192, según el historiador Francisco Vela en su obra ‘La batalla de Bailén. El águila derrotada’ . Una cifra muy inferior a la provocada por el hambre.
Los precios
Madrid fue la principal víctima de esta escasez de alimentos porque dependía del abastecimiento de otras ciudades. Para que se hagan una idea, de las 782.000 fanegas de trigo que consumieron sus habitantes en 1789, tan solo 9.200 se habían cosechado en tierras de la capital. Cuando estalló la guerra, las pocas remesas que llegaban eran requisadas por las tropas francesas o por los guerrilleros españoles. Aguilera explicaba así las consecuencias de ello:
«Todo esto motivó que apenas entraran alimentos y que los pocos que lo hacían alcanzaran precios exorbitantes. Así, la fanega de trigo, que costaba alrededor de 60 reales a comienzos de 1811, vio cómo su precio se disparaba hasta multiplicarse por nueve en la primavera de 1812, con 540 reales. Teniendo en cuenta que de una fanega se obtenían 40 panes, alimento fundamental y a veces único de gran parte de la población, cada pan costaba 12 o 13 reales. Eso era una cantidad mucho mayor que lo que muchos madrileños recibían de jornal al día».
Esta falta de víveres provocó también motines y revueltas. Fueron varios los almacenes, tahonas y puestos de mercado que fueron asaltados y saqueados en Madrid, antes incluso de que se produjera el punto álgido de la hambruna en el verano de 1812. A comienzos de septiembre del año anterior, ya se podía ver en Madrid a muchas personas mendigando y numerosos cadáveres en las calles que eran recogidos hasta dos veces al día por los carros de las parroquias. Las crónicas hablan de centenares de vecinos al día como consecuencia de la carestía de alimentos. Las escenas eran tan duras que muchos supervivientes trataron de emigrar al campo.
Las medidas
El tifus o la disentería se extendieron con rapidez entre la población y sus síntomas se agravaron con la llegada del calor. Aguilera consultó un buen número de los libros de las parroquias en los que se registraban las defunciones y comprobó que las causas más comunes de muerte eran la «falta de alimento» y «la «pobreza y la necesidad», en primer lugar, y las «calenturas pútridas» y los «tabardillos», en segundo.
Para paliar esta situación se emprendieron una serie de medidas, pero jamás fueron lo suficientemente efectivas y ambiciosas. Entre ellas estaba el reparto entre la población del pan que debía suministrarse a los reclusos, el cual estaba compuesto por una pequeña cantidad de trigo a la que se añadía maíz, cebada, centeno y la mencionada almorta. Por otro lado, las juntas de beneficencia y las diputaciones de los barrios repartieron limosnas entre las familias más necesitadas, pero ninguna de estas ayudas fueron revisadas ni ampliadas por las autoridades francesas en las ciudades que iban conquistando.
Para ganarse a los madrileños en aquella situación extrema, José Bonaparte cogió la costumbre de visitar las zonas más pobres de la capital distribuyendo más limosnas y repartiendo panes que había elaborado en los hornos del Palacio. Lo hizo con su propio dinero, tras vender algunos bienes en París. Sin embargo, el regalo ‘envenenado’ del monarca invasor no era siempre bien recibido por los vecinos, como demuestra otro cuadro expuesto en el Museo del Prado . Se trata de una obra de José Aparicio, pintor de Cámara de Fernando VII , en el que se puede ver a un grupo de madrileños alimentándose de sobras, pero rechazando el pan que les ofrecen los soldados franceses. Su título lo dice todo: ‘El hambre en Madrid’.
La situación mejoró levemente según se acercaba el final de la Guerra de Independencia, pero las escenas siguieron siendo dantescas. «He visto a gente acomodada disputar pedazos de caballos y de mulos muertos a los perros […]. Un niño que acababa de morir de inanición fue comido por sus pequeños compañeros, que devoraban sus miembros descarnados delante de nosotros», aseguraba un soldado francés en una de las muchas memorias que se escribieron durante la guerra.
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