El arma secreta de las legiones romanas para vencer a las falanges griegas
La Legión romana, en constante evolución, arrebató poco a poco la hegemonía militar a las falanges y la mantuvo hasta el siglo IV. Myke Cole, investigador aficionado de la historia militar, explica las causas de su poder en «Legiones frente a falanges», publicada en España por Alianza Editorial
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Iniciar sesiónLa pregunta de quién ganaría en una lucha entre Superman y Hulk, por ejemplo, o entre Julio Iglesias y Rafael, tiene su gran equivalente a nivel histórico en quién se impondría si una falange griega y una romana, las dos fuerzas más importantes ... de la Antigüedad, se batieran frente a frente. La respuesta es sencilla, pues ambas unidades de infantería se vieron las caras muchas veces, de hecho, en diversas batallas y hasta aprendieron una de otra, y ha servido de excusa para que el popular novelista de ciencia ficción Myke Cole, investigador aficionado de la historia militar, plasme sus reflexiones en un libro ampliamente documentado titulado «Legiones frente a falanges» , publicada en España por Alianza Editorial.
En su origen más remoto, los hoplitas eran ciudadanos propietarios de pequeños terrenos agrícolas que, de cara a defender su ciudad, se compraban su propia armadura (grebas de bronce, yelmo, un escudo cóncavo, coraza, jabalina de punta doble y una espada como arma secundaria) y acudían al frente. Su formación en falange permitía que la unión de todos ellos fuera una perfecta arma para la guerra: las apretadas filas establecían un muro de escudos altos y las lanzas salientes de las tres primeras filas los hacían imbatibles frente a la caballería enemiga. El código agrario desaconsejaba las gestas individuales fuera de las filas de la falange y las unidades de arqueros no eran habituales.
No obstante, aquella forma arcaica de hacer la guerra solo fue el punto de partida de lo que, de la mano de las falanges macedonias y luego de Cartago , se convirtió en un calibrado mecanismo de dominio imperial. Hasta la batalla de Benevento, en el año 275 a.C., las falanges se elevaron como las dueñas indiscutibles de los campos de combate y, de la mano del macedonio Alejandro Magno, incorporaron novedades tácticas como el aumento del tamaño de sus picas, las sarisas, y cierta fragancia oriental.
La ventaja de la flexibilidad
La Legión romana, en constante evolución, arrebató poco a poco la hegemonía militar a las falanges y la mantuvo hasta el siglo IV. Aquellos bárbaros latinos, equipados con burdos cascos de bronce en sus orígenes, extraños armatostes de escudos, jabalinas y cuchillos largos, sorprendieron al mundo con una capacidad sobrenatural de adaptarse a las situaciones de batalla . Pero, ¿qué tenía de innovadora esta unidad para ganar tanta fuerza en pocos años y cogerle el testigo a las falanges? Polibio lo atribuía a la mayor flexibilidad, agilidad y capacidad de fragmentarse que mostraban las legiones en comparación con las rígidas falanges, que, en su opinión, necesitaban siempre un terreno completamente llano sin accidentes para operar con eficacia.
«Los legionarios se desplegaban en intervalos más grandes, lo que les daba más espacio para maniobrar individualmente, para absorber el choque de una carga»
«Sin duda, Polibio estaba en lo cierto en que si bien tanto la legión como la falange necesitaban mantener la cohesión de sus unidades a toda costa y estaban sometidos a las limitaciones de la línea de batalla, en el caso de la legión esto ocurría en menor grado. [...] Los legionarios se desplegaban en intervalos más grandes, lo que les daba más espacio para maniobrar individualmente, para absorber el choque de una carga, para esquivar proyectiles, para recurrir a la espada en caso necesario», explica Myke Cole en el mencionado libro.
El uso de la espada corta por parte de los legionarios parecía, al principio, una desventaja frente a las largas lanzas de la falange, que dado su alcance impedían siquiera el avance romano, pero, en manos de soldados bien entrenados, supuso el arma perfecta para combatir tanto como unidad como para hacerlo de forma individual. La enorme lanza de la falange era muy útil en formación, no así cuando se producían duelos individuales y los helénicos tenían que sacar corriendo sus espadas, para las que estaban peor entrenados.
El legionario romano probablemente no era más rápido que el falangita ordinario, que llevaba coraza de lino o bronce, pero suplía su lentitud con unidades de apoyo que lanzaban proyectiles (salvo los triarii, todos los legionarios podían lanzar las famosas jabalinas o pilum) y, sobre todo, mayor capacidad de operar en pequeñas compañías. La falange dependía mucho de su profundidad (sin cinco filas como mínimo es imposible formar escalonadamente las picas para que sean eficaces), lo que hacía vulnerables sus aparatosos flancos, mientras que los romanos se establecían en formaciones de tres filas de profundidad que podían dividirse en otras más pequeñas y cubrir distintas posiciones sin necesidad de grandes maniobras. El secreto de las legiones estaba en su mayor sencillez.
«Estas unidades más pequeñas, estacionadas a intervalos, permitían a los romanos desplegarse en terreno irregular mucho más fácilmente, soslayando peñascos u hoyos o cualquier accidente que presentara el campo de batalla», apunta el autor de «Legiones frente a falanges» , que también aporta en su obra una larga lista de razones no directamente tácticas, tales como motivación, logística, liderazgo, para exponer la superioridad romana.
La batalla de Pidna, un ejemplo práctico
Entre los choques entre falanges y legiones mencionados por Cole en «Legiones frente a falanges» brilla uno en especial por su repercusión histórica: la batalla de Pidna (168 a.C.) , que supuso la destrucción del Reino de Macedonia y dejó a las legiones como dueñas y señoras del mundo.
Tras la Segunda Guerra Púnica (218 a. C.–201 a. C.), quedaron muchas cuestiones pendientes entre Roma y las potencias griegas que, como Macedonia, habían tomado partido del bando de Aníbal Barca. Filipo V de Macedonia no tuvo más remedio que aceptar las restricciones que le impuso Roma a partir del año 197 e incluso ayudó a los latinos en su campaña contra etolios y seléucidas. No obstante, cerca de su muerte el macedonio empezó a reconstruir su poder y puso en su mira a las tropas tracias de la frontera nororiental.
Un soldado «debería preocuparse por su cuerpo, para mantenerlo tan fuerte y tan ágil como fuera posible; el buen estado de su armamento, y tener siempre dispuestas las provisiones de alimentos para hacer frente a cualquier orden inesperada»
En 179, a la muerte de Filipo, le sucedió su hijo Perseo en la tarea de levantar Macedonia como potencia mundial. Se alió con la belicosa tribu germana de los bastarnos y apoyó a las facciones democráticas de las ciudades de Grecia, de modo que se colocó de nuevo en el bando contrario a Roma. Siete años después, Roma declaró la guerra a Perseo.
Lucio Emilio Paulo , hijo del mítico cónsul fallecido en la batalla de Cannas y emparentado con Escipión El Africano, recibió el mando de la campaña en el año 168 a.C. Era para entonces un militar curtido, sin grandes apoyos políticos, al que no se le entregó un nuevo ejército para que tomara posesión de las provincias consulares. Al contrario, el Senado esperaba que, con el ejército heredado de sus antecesores y con una leva suplementaria de 7.000 infantes y 200 jinetes, podría vencer a los restos del imperio fundado por Alejandro Magno . En tono desafiante, Paulo afirmó que pagaría de su propio bolsillo los gastos de aquellos aristócratas que quisieran acompañarlo, a lo cual añadió que, si no pensaban ir con él, debían guardarse para el cuello de sus camisas sus posibles críticas.
En su campamento en Phila, Paulo impuso una disciplina férrea entre las tropas. Según el político y militar romano, un soldado «debería preocuparse por su cuerpo, para mantenerlo tan fuerte y tan ágil como fuera posible; el buen estado de su armamento, y tener siempre dispuestas las provisiones de alimentos para hacer frente a cualquier orden inesperada». Tras una breve etapa de preparación, las tropas de Paulo se pusieron en marcha y estudiaron la forma de colarse entre la red de fortificaciones macedonias.
Al darse cuenta de la presencia de romanos en su tierra, Perseo fue el primero en dar la espalda a Paulo y abandonar la línea defensiva en Elpeüs con dirección a Pidna. El 21 de junio de ese año, el monarca macedonio desplegó su ejército, 44.000 efectivos , a las afueras de Pidna, un territorio abierto y adecuado para las prestaciones de su infantería. Mientras la falange permaneciera en buen orden era muy difícil que cualquier enemigo, desde el frente, pudiera sobrepasar esa barrera de puntas de lanzas.
Una batalla por accidente
El cónsul ordenó formar a sus legiones, unos 30.000 hombres, en triplex acies. Esto significaba colocar en primera línea a los velites (tropa ligera), en segunda línea a los hastati (infantería pesada), luego a los princeps (veteranos a punto de completar su contrato militar) y, finalmente, a los triarii (las tropas de élite). Ordenó a sus hombres que se mantuvieran a alerta, pero no dio el grito de avanzar. Paulo sabía de lo poco propicio de aceptar la batalla si es el enemigo el que la propone. Sus tropas estaban cansadas tras la persecución y la formación se había reunido a toda prisa. Los romanos terminaron el día retirándose en orden hacia su campamento , frente a lo cual Perseo no pudo o no quiso forzar el combate.
Al día siguiente, ninguno de los comandantes pareció tampoco con ganas de combatir. Cuando ya anochecía, sin embargo, algunos esclavos perdieron el control de una mula y entraron en disputa con tropas tracias. Según Plutarco, un grupo de auxiliares ligeros alcanzó la posición al oír el escándalo, lo que a su vez sumó otros refuerzos. Aquel incidente derivó en una batalla campal, con las tropas saliendo a la carrera y en desorden de los respectivos campamentos. Un obseso del orden como era Paulo debió quedar horrorizado ante aquel inicio de la batalla, si bien no había ya más remedio que improvisar. Años después admitiría que la visión de la falange, con aquellas líneas cerradas de lanzas , era lo más terrorífico que había visto en su vida.
El cónsul dirigió en persona la Primera Legión hasta situarla en el centro exacto de la batalla. En torno a ese punto se organizaron el resto de tropas. Los primeros encuentros entre legionarios y soldados de la falange se toparon con el inexpugnable orden macedonio. Los italianos carecían de hombres suficientes para flanquear a la falange, de modo que todos sus ataques frontales no sirvieron para nada. En un intento por romper las tablas, el comandante de cohorte Salvio arrojó el estandarte de su unidad sobre las filas enemigas. A continuación, los italianos se lanzaron a recuperar su símbolo a la desesperada. Algunos trataron de cortar las sarissas, otros de desviarlas… pero ningún esfuerzo logró romper la integridad de la unidad.
Al derrumbe de las tropas romanas en esta posición, la Primera Legión se adelantó para detener el avance macedonio. La Segunda Legión también dio un paso al frente, mientras por el flanco derecho los elefantes causaban un gran desorden. Los intentos de Perseo por adiestrar tropas antielefantes se revelaron al momento un fracaso. El desorden en los flancos provocó que, por primera vez aquel día, la falange se disgregara en varias unidades menores, un defecto habitual de esta unidad incluso en tiempos de Alejandro. En cuanto los bloques de lanceros se movían, acababan dispersos.
El fin de una era
La irregularidad del terreno hacia el campamento romano y la falta de tiempo para organizar las falanges contribuyeron a la disgregación. Poco a poco, los centuriones lograron ocupar los espacios abiertos por las falanges , hasta el punto de infiltrarse entre los macedonios. Expertos en el cuerpo a cuerpo, los legionarios hicieron las delicias de su oficio gracias a sus gladius hispaniensis, un arma idónea para combatir contra los lentos macedonios, incapaces de maniobrar con sus enormes lanzas.
En cuanto la falange se hundió, la caballería macedonia abandonó el campo de batalla . Solo el caos inicial salvó a algunas unidades, que ni siquiera se habían desplegado. Al finalizar el día, murieron unos 20.000 macedonios y 6.000 quedaron prisioneros. Solo 100 romanos perecieron.
El Rey fue trasladado a Roma para participar en el triunfo de Emilio Paula, cuya antipatía entre los senadores pospuso sus reconocimientos más de lo habitual
La batalla había durado únicamente una hora. Tiempo suficiente para escribir el epitafio de la falange macedonia . La falta de maniobrabilidad y de improvisación de los herederos de Ares evidenciaron la superioridad del sistema táctico romano. Al igual que en las batallas de Cinoscéfalos (197 a. C.) y de Magnesia (190 a.C.) , los ejércitos romanos demostraron en Pidna su enorme capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes.
Perseo, que había recibido una coz el día anterior, se incorporó más tarde a la batalla, pese a lo cual combatió en la zona más cruenta. Allí recibió un tiro de jabalina que le rasgó la túnica, sin causarle ninguna herida. Se retiró junto a la caballería en dirección a la ciudad y tuvo que ver cómo la mayoría de los jinetes eran alcanzados por el camino. Sin ejército, sin oro, Perseo debió plegarse a las abusivas condiciones de la paz romana. En el año 168, el Senado decidió que su reino dejara de existir, y dividió el territorio en cuatro regiones autónomas. El Rey fue trasladado a Roma para participar en el triunfo de Emilio Paula , cuya antipatía entre los senadores pospuso sus reconocimientos más de lo habitual.
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