El anciano excéntrico que aniquiló a Napoleón en Waterloo mientras sufría alucinaciones en plena batalla
El mariscal prusiano Gebhard Leberecht von Blücher tenía 73 años criticado y, según sus propios superiores, su comportamiento rozaba la locura cuando se encontraba en medio de un combate, pero fue gracias él por lo que Bonaparte fue derrotado por última vez en 1815
Israel Viana
Cuando en 2015 se celebró el 200 aniversario de la batalla de Waterloo , en Gran Bretaña y Francia se celebraron numerosos homenajes, exposiciones y retrospectivas. Miles de publicaciones se centraron en el famoso enfrentamiento entre Napoleón y Wellington y se escribieron multitud de reportajes ... sobre la personalidad de estos dos personajes tan importantes de la historia contemporánea. Sin embargo, todos ellos cometieron un error: olvidarse del mariscal prusiano Gebhard Leberecht von Blücher , que fue relegado a un segundo plano a pesar de que muchos investigadores sostienen hoy que, sin su aparición en medio del combate, Francia habría barrido a Inglaterra.
Lo reconocido el mismo Napoleón en Santa Elena, la isla a la que fue desterrado tras su derrota en 1815 y donde escribió sus memorias: «Sin él allí, no sé dónde estaría ahora Su Gracia [el general Wellington] pero con seguridad yo no estaría aquí». El historiador italiano Alessandro Barbero también defiende en 'La batalla. Historia de Waterloo' (Destino, 2004) que sin el refuerzo de los más de 117.000 soldados del mariscal en un momento crucial del combate, los 100.000 hombres de Wellington jamás habrían podido vencer por sí solos a los 124.000 del emperador galo.
El general británico nunca habría cambiado el equilibrio mundial, tal y como ocurrió tras su victoria en la batalla, sin la milagrosa y salvadora aparición de Von Blücher a lomos de su caballo, animando a sus soldados en primera línea de combate a sus 73 años. El orgulloso Wellington lo sabía y así lo expresó alguna vez en la intimidad, pero la historiografía británica se empeñó en sepultar la figura del valiente y excéntrico anciano que, a esas alturas de su vida, abusaba del alcohol, había dado muestras de deterioro en su salud mental y había experimentado episodios de esquizofrenia.
Desde Auerstädt
Blücher se enfrentó por primera vez a Bonaparte en 1806, en la decisiva batalla de Auerstädt, formando parte de la Cuarta Coalición contra el Imperio francés . Lo hizo en cinco ocasiones más. Ningún otro general luchó tantas veces como él contra el temido emperador galo, aunque en su debut lo hiciera bajo las órdenes del duque de Brunswick. En esa ocasión, el general hizo gala de su insensato ímpetu y lanzó valientes cargas de caballería contra el enemigo. Prusia resultó derrotada de todas formas. Berlín fue ocupada por Napoleón, la Familia Real tuvo que huir y el propio Blücher fue hecho prisionero tras ser arrinconado cerca de Dinamarca.
En ese momento comenzaron los preparativos para que el Ejército prusiano renaciera de sus cenizas y se vengara. El mariscal, sin embargo, entró en una fase de profunda depresión facilitada por el abuso de alcohol y por los episodios, cada vez más frecuentes, de esquizofrenia. Aquel deterioro de sus facultades mentales lo arrastró gran parte de su vida. En los años siguientes llegó a creer, incluso, que estaba embarazado de un elefante. Se lo llegó a comentar a Wellington en uno de sus encuentros, el cual no dio crédito a sus oídos. En otras ocasiones parecía convencido de que sus criados conspiraban contra él con apoyo de los franceses. Creía que le Napoleón les ordenaba que calentaran el suelo de su habitación para que se quemara los pies. Y no pocas veces le vieron luchar contra enemigos imaginarios y destrozar el mobiliario de su propia casa como si fuera Don Quijote contra los molinos .
El mariscal vivía también preocupado por su hijo Franz, que sufría igualmente enfermedades mentales. Aquello no ayudaba a que el mariscal se recuperara, mientras los problemas iban en aumento. Durante la campaña de 1814, estos reveses psicológicos le dejaron incapacitado para el combate, lo que provocó que el general prusiano Yorck se negara a acatar sus órdenes. Le habían llegado a través del también general Gneisenau , pero este aducía que estaban firmadas al revés. «Se ve que el viejo está de nuevo loco, por lo que es Gneisenau quien manda nuevamente, algo que no podemos tolerar», argumentó.
Muchos altos mandos del Gobierno prusiano dudaron de si Blücher era el militar adecuado para dirigir a su Ejército en Waterloo. En primer lugar, por su avanzada edad. En segundo, por ese excéntrico comportamiento que rozaba la locura. Finalmente accedieron por el apoyo mostrado por el general Scharnhorst , pero las críticas no cesaron: le veían como un militar salvaje y errático. El conde Louis Langeron , uno de los principales generales de Napoleón, le describió así: «Su energía era prodigiosa. Su ojo para el terreno era excelente, su heroico coraje inspiraba a las tropas, pero su talento como general quedaba limitado por dichas cualidades. Tenía poco conocimiento de la estrategia, no podía ubicar donde se encontraba en el mapa y era incapaz de elaborar un plan de campaña o la disposición de sus tropas».
Los inicios
Natural de Rostock, ciudad de la costa Báltica, en 1758 se había unido de joven a un regimiento husar reclutado por el Ejército sueco en su localidad. Dos años después fue capturado en una escaramuza con husares prusianos y su comandante le convenció para que se uniera a ellos. Ese fue el principio de una carrera tormentosa que, tras durísimas experiencias, afectó a su salud mental a pesar de ser uno de los soldados más dotados de Europa.
«Era brusco, inculto, honesto y honrado», según le califica el historiador Peter Hofschröer en 'Waterloo' (Ariel, 2015). Sus sentimientos eran tan intensos que, en ocasiones, alteraban su equilibrio emocional. Sintió una gran angustia cuando su país fue humillado y saquedado por los vecinos. Después se tomó la derrota afligida a Prusia por Napoleón, en 1806, como una cuestión personal. Cuando este se escapó de su exilio en la isla de Elba años después, el mariscal ardió en deseos de empuñar de nuevo la espada contra él.
Defendía con uñas y dientes la idea de que, como su patria había sido expoliada y empobrecida por Bonaparte, había que llevar la guerra hasta Francia y arrasar todo aquello que quedara a su alcance. Su odio rozaba lo psicótico. Muchos historiadores creen que Wellington no habría obtenido el apoyo de los prusianos si no hubiera sido por ese sentimiento, ya que el general Gneisenau, que le acompaña en 1815, detestaba a los ingleses tanto como al emperador francés y no hubiese colaborado con ellos de estar solo.
A pesar de la críticas, el viejo loco fue quien decidió la histórica victoria de Waterloo el 18 de junio de 1815. Puso fin al sueño imperial de Bonaparte, que había campado a sus anchas por Europa durante muchos años. Desde entonces, todo lo que rodeó aquella jornada despierta una enorme fascinación que trasciende a los aficionados a la historia militar. Y las cifras no son para menos: 217.000 soldados de la alianza formada por ingleses, prusianos, holandeses, belgas y alemanes, contra los 124.000 franceses. Una especie de pequeña guerra mundial librada en un solo día que acabó con el mito del emperador más célebre de todos los tiempos y puso a otro en su lugar: Wellington. Blücher quedó injustamente relegado a una especie de actor secundario.
La hora de la verdad
Al principio de la batalla el triunfo parecía inclinarse del lado de Bonaparte. Su impetuoso mariscal Michel Ney estaba convencido de que los ingleses iban a retirarse. Entonces se lanzó a lomos de su caballo dirigiendo otra carga contra Wellington, cuyos hombres tuvieron que blindarse en formación de cuadros y disparar a los jinetes galos como podían. Napoleón llamó entonces a la vieja guardia, formada por los soldados más experimentados y veteranos de su Guardia Imperial. Era hora de asestar el golpe de gracia.
A las 14.00 horas, sin embargo, los franceses escucharon en su flanco derecho el ruido de los disparos y los tambores entre la humareda. Era tal la agitación y el tumulto que Bonaparte se pensó que eran las propias tropas del mariscal Emmanuel de Grouchy regresando en su ayuda. Pero se equivocó. Eran los 30.000 soldados con Blücher al frente. Ahí estaba el viejo mariscal, con su pelo cano y su poblado bigote, vestido de negro, apareciendo en el momento exacto. Sabía que si no llegaba a tiempo a ayudar a Wellington, el emperador francés subyugaría a Europa una vez más. Por eso aceleró la marcha desde Wavre, atravesando todo tipo de caminos maltrechos y embarrados y soportó las tormentas de la noche anterior.
El desconcierto y el miedo cundió entre las tropas galas al ver aparecer a los hombres de Blücher atacando con una furia que pocas veces habían visto. Aquello les cogió por sorpresa y Bonaparte no tardó en retroceder, algo que jamás había hecho. Por vez primera en la jornada los británicos tomaron la iniciativa y avanzaron con la ayuda de los prusianos, que estaban más frescos. El signo de la batalla cambió, los galos comenzaron su huida y nuestros protagonista los persiguió hasta el anochecer. Una cacería que acabó con el terreno sembrado de miles de cadáveres.
Bonaparte abdicó cuatro días después. Había perdido 30.000 hombres. Wellington, 15.000, y Blücher, 6.700. A pesar de ello, nunca fue digno de tantos homenajes como sus compañeros de armas. Es como si hubiera tenido poco que ver con el desmoronamiento del Ejército de Napoleón. A día de hoy no encontramos ninguna biografia del mariscal en español, a diferencia del gran número de novelas y películas que se han hecho de los otros dos. «Es un excelente soldado, un buen sableador. Es como un toro que cierra los ojos y se precipita adelante sin ver ningún peligro. Es obstinado, infatigable y no teme nada», escribió el emperador desde su exilio Santa Elena , poco antes de morir.
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