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80 años de la cita de Hendaya

Juan Eslava Galán, que acaba de publicar hace unos meses «La tentación del caudillo» (Planeta, 2020), reconstruye para ABC Historia la crucial cita que frustró la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial

Reverso de una colección de vales (probablemente una falsificación reciente) que muestra a los dos dictadores.

Por Juan Eslava Galán

En junio de 1940, tras la derrota de los aliados en Flandes y Francia, Franco creyó inminente la capitulación de los británicos que habían escapado de Dunkerque rabo entre piernas.

De acuerdo con este cálculo, si España entraba en la guerra al lado de Alemania, apenas tendría que participar en la contienda, pero, a cambio, figuraría entre los países vencedores y obtendría su parte del botín.

El botín que Franco esperaba recibir era: el Marruecos francés, una ampliación de las posesiones españolas en Guinea y la ciudad portuaria de Orán y su entorno en la costa de la Argelia (el Oranesado). En Orán vivían más de trescientos mil españoles por lo que se la conocía como «los Sudetes de España». Franco esgrimía además razones históricas porque aquella ciudad y su hinterland fueron conquistados por el cardenal Cisneros , regente de Castilla, en 1509.

Franco envió al general Vigón con una carta en la que tanteaba la disposición del Führer . El documento estaba fechado el 3-VII-1940, aunque en realidad lo había escrito unos días después cuando recibió la noticia (falsa) de que Inglaterra se disponía a claudicar ante Hitler.

El imperio que pretendía Franco.

«Querido Führer: En el momento en que los ejércitos alemanes bajo su dirección están conduciendo la mayor batalla de la historia a un final victorioso, me gustaría expresarle mi admiración y entusiasmo (…) No necesito asegurarle lo grande que es mi deseo de no permanecer al margen de sus preocupaciones y lo grande que es mi satisfacción al prestarle en toda ocasión servicios que usted estima como valiosos».

El Führer, pletórico como estaba por su resonante victoria , ignoró el ofrecimiento del generalito que acudía en auxilio del vencedor.

Transcurrió el verano de 1940, con el enfrentamiento de la RAF y la Luftwaffe en la batalla de Inglaterra . Fue el primer revés del Führer: no solo no conseguía derrotar a la aviación inglesa (premisa para intentar la invasión de la isla) sino que perdía en la empresa más aviones de los que su industria podía reponer.

Franco no dudaba que Hitler ganaría la guerra a pesar de todo, pero ante la perspectiva de un conflicto prolongado se volvió cauto: solo comprometería la ayuda de España a cambio de las colonias francesas

Hitler, como Napoleón, como antes Felipe II , acabó descartando la idea de invadir Inglaterra.

Plan B: rendirla por hambre. El nuevo plan requería la connivencia de Franco. Hitler lo invitó a conferenciar en Hendaya, la estación de la Francia ocupada más cercana a la frontera española, en el País Vasco francés. Hitler precisaba ahora la entrada de España en la guerra porque eso le permitiría acceder por tierra al peñón de Gibraltar y suprimiendo esa base inglesa, que era la llave del Mediterráneo, estrangularía el tráfico marítimo entre Inglaterra y su imperio colonial.

El encuentro se celebró el 23 de octubre de 1940. Franco había tenido un largo verano para reconsiderar su postura. Sus apremios de junio por subirse al carro de vencedor habían cedido el paso a una reticencia cautelosa. Este cambio de postura se debió a dos razones:

Primero: España estaba al borde de la hambruna y solo sobrevivía gracias a los suministros de trigo y petróleo que llegaban de América con el permiso de la armada inglesa (los navycerts ).

Segundo: un informe del agregado naval en Roma, el capitán de navío don Álvaro Espinosa de los Monteros , demostraba la debilidad de Alemania, escasa de petróleo y materias primas, para sostener una guerra prolongada frente a los británicos que dominaban el mar y contaban con el formidable respaldo industrial de los Estados Unidos.

Franco no dudaba que Hitler ganaría la guerra a pesar de todo, pero ante la perspectiva de un conflicto prolongado se volvió cauto: solo comprometería la ayuda de España a cambio de las colonias francesas y del compromiso alemán de suministrarle el trigo y el petróleo que dejaría de recibir de América.

El territorio que comprendía el Oranesado.

Hitler no podía prometerle nada. Estaba muy interesado en la colaboración de la Francia de Vichy (al día siguiente se entrevistaría con Petain en Montoire) y bajo ningún concepto quería incomodar al francés.

La reunión se celebró en el vagón de conferencias del tren especial del Führer con asistencia de los dos dictadores, los respectivos ministros de Exteriores, Ribbentrop y Serrano Suñer , y los intérpretes Gross (por parte alemana) y el barón de las Torres.

Fue un diálogo de sordos. Franco encallado en sus razones y recitando machaconamente la lección que se traía aprendida: los derechos históricos que asistían las pretensiones coloniales de España.

Hitler no podía acceder a ninguna de las pretensiones de Franco. «No puedo regalar lo que no es mío» . Tampoco estaba en disposición de cargar con la manutención de millones de españoles hambrientos. Impaciente, tomó la palabra para exponer que después de perder Gibraltar, Inglaterra no resistiría ni un mes. La guerra está ya decidida, Inglaterra, virtualmente vencida, y Estados Unidos no estará en situación de intervenir hasta pasados dos años. O sea, os conviene entrar en guerra ahora porque todo son ventajas. Si aplazáis la decisión, cuando acordéis a intervenir será demasiado tarde.

Franco aguardaba nerviosamente a que Hitler terminara su razonamiento. Cuando recuperó la palabra insistió en sus peticiones: alimentos, petróleo, armas y colonias africanas

Además de la entrada de España en la guerra, Hitler pretendía la cesión a Alemania de una de las islas Canarias «para evitar -argumentaba-, que los ingleses ocuparan alguna de las islas si perdían Gibraltar». A cambio de todo sólo ofrecía una vaga promesa de recompensar a España con territorios africanos cuando acabara la guerra.

Franco aguardaba nerviosamente a que Hitler terminara su razonamiento. Cuando recuperó la palabra insistió en sus peticiones: alimentos, petróleo, armas y colonias africanas.

A Hitler le aburría aquel diálogo de sordos . Durante el largo y prolijo monólogo de Franco, bostezó ostensiblemente entre catorce y dieciséis veces, según el recuento que harían, días después, entre bromas, los dos testigos españoles, Serrano Suñer y el barón de las Torres.

Hitler, esperando en Hendaya el tren de Franco.

Cuando Franco terminó, Hitler le dijo:

–Querido general, no puedo entregarle algo que todavía no me pertenece.

Y sin aguardar a una nueva intervención del prolijo interlocutor le indicó a Ribbentrop que entregara a Serrano Suñer un documento el texto del protocolo, tras lo cual se puso en pie dando por terminada la reunión.

Al salir del vagón, el barón de las Torres escuchó un ácido comentario de Hitler: Mit diesen Kerlen kann man nichts machen , «Con esta gente no hay nada que hacer».

Franco tampoco estaba satisfecho. El documento preparado por los alemanes era casi un ultimátum: España se comprometía a entrar en la guerra cuando Alemania lo pidiera , sin contrapartida alguna.

La cena se sirvió a las siete en el tren del Führer. Los comensales recuperaron algo de la cordialidad inicial mientras relataban anécdotas militares.

«Con esta gente no hay nada que hacer»

A las diez y media de la noche, se reanudaron las negociaciones. Otro fiasco. Durante hora y media las dos partes repitieron los mismos argumentos, Franco pedía lo que Hitler no estaba dispuesto a conceder; Hitler intentaba persuadirlo para que entrara en la guerra sin contrapartida alguna si quería compartir el triunfo con los vencedores.

Pasada la medianoche, Hitler, cansado y aburrido , «se levanta groseramente de la mesa y casi sin despedirse, se marcha. Luego recapacita y celebra una despedida oficial y correcta en el andén».

El Führer acompaña a Franco a su tren. Con su arrogancia característica, Ribbentrop le advierte a Serrano:

–A las ocho de la mañana tiene que estar aquí el protocolo del acuerdo.

Portada de ABC dedicada a la cita de Hendaya.

Regresados al palacio de Ayete , en San Sebastián, Franco y Serrano prepararon una versión modificada del documento que contentara al Führer sin comprometerlos. Aceptaban la entrada de España en la guerra «cuando esté preparada», sin fijar la fecha. (Lo que nos recuerda las palabras del Tenorio «cuán largo me lo fiais»):

«En cumplimiento de sus obligaciones como aliada, España intervendrá en la presente guerra contra Inglaterra al lado de las potencias del Eje una vez que haya recibido la ayuda necesaria para su preparación militar, en el momento que se fije de común acuerdo por las tres potencias (…) Alemania garantizará a España ayuda económica, facilitándole alimentos y materias primas, así como haciéndose cargo de las necesidades del pueblo español y de las necesidades de la Guerra».

«Cuando Alemania perdió la guerra, en Madrid se apresuraron a destruir ese documento comprometedor -declaró Serrano a Heleno Saña en 1982-. Yo, un día, pedí a Cañadas y a Thomás de Carranza, amigo mío, que buscaran en el Ministerio de Asuntos Exteriores el ejemplar español del protocolo (…) pero no lo encontraron porque había sido destruido».

Esta precaución se reveló, a la postre, inútil, puesto que, aunque la copia alemana también se perdió en los bombardeos, los americanos encontraron en Alemania la copia italiana (confiscada por los alemanes en 1943 con alguna addenda de Ciano).

A pesar de las presiones alemanas, Franco mantuvo su posición . Se declaraba amigo de Alemania, pero todo se quedaba en palabrería solemne. Su compromiso de engrar en la guerra se fue aplazando hasta que Hitler cometió el error de invadir Rusia, y el plan de conquistar Gibraltar pasó a un segundo término… para alivio del Caudillo.

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