75 años del final
¿Recuerdas dónde estabas el día que acabó la Guerra Civil?
Todo el mundo sabe qué hacía el 11-M o el 11-S, fechas importantes que se graban en la memoria, como el 1 de abril de 1939 para los supervivientes de la guerra
¿Recuerdas dónde estabas el día que acabó la Guerra Civil?
Si te preguntan qué hacías el 11 de marzo de 2004 , el día que se que produjeron los atentados de Atocha, recordarás perfectamente cada detalle aunque haya pasado una década. Y lo mismo con el 11-S o el 23-F . Sabes dónde te ... encontrabas, quién te acompañaba o cómo recibiste la noticia. Y si ninguna enfermedad te lo impide, lo recordarás toda la vida. Eso es lo que le ocurre a los pocos supervivientes que quedan con el 1 de abril de 1939, el día en que se anunció el final de la Guerra Civil española , hace hoy justo 75 años.
No importan que fueran entonces unos niños. Habían sido tres años de muertes entre los seres queridos, de separaciones dolorosas y de un hambre atroz. Experiencias tan traumáticas y difíciles de olvidar para ellos como aquel día de 2004 que nos despertamos con el peor atentado terrorista de la historia de España o aquel otro de 1981 en el que vimos tambalearse la democracia con el general Tejero .
«Me acuerdo perfectamente del 1 de abril de 1939, porque aquellas cosas se quedan grabadas en la memoria. Tuve la sensación de que estaba pasando algo muy importante, como si todo lo anterior hubiera sido un mal sueño», explica Carmen de Alvear , que tenía 7 años y se encontraba en Palma de Mallorca. Allí había huido del «infierno» que era la Península con su madre y unas tías. «Estaba toda la familia alrededor de una radio de esas antiguas en una casita de campo que habíamos alquilado y, de repente, todos empezaron a abrazarme, llorando y repitiendo lo felices que estaban. Yo me preguntaba que por qué lloraban si estaban contentos», recuerda.
En aquel instante –en el que «todo toda la familia se puso a comer picatostes como algo excepcional para celebrarlo»–, a la madre de Carmen debió pasársele por la cabeza la película de «su» guerra y no pudo contener las lágrimas. El día en que le comunicaron que su marido había sido asesinado y el año que pasó pensando que estaba muerto, hasta que se enteró de que, en realidad, no lo estaba. Y el viacrucis por aquella España que se desangraba con ella a la espalda, por Cartagena, Murcia, Madrid, Marsella, Ceuta y, finalmente, Mallorca, lejos de las bombas.
Bombardeos y asesinatos
Carmen y la mayoría de las personas que recuerdan aquel día eran unos niños cuando el famoso locutor Fernando Fernández de Córdoba leía el último parte : «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos. La guerra ha terminado». Pero aunque fueran «un poco ajenos a la guerra» a causa de su edad, habían sufrido lo suficiente como para ser conscientes de que estaban viviendo una gran noticia.
Julia Cepeda tenía ocho años y había visto como los republicanos mataban a sus dos abuelos, a un tío y a su primo en Villacañas (Toledo); y como se llevaban presa a su tía («que nunca fue capaz de contar lo que le hicieron») y a su padre («después de que huyera harto de que le dieran palizas»). Juan Ortiz, por su parte, vio como a su padre le caía encima una bomba de la aviación franquista a escasos metros de distancia, durante el bombardeo del Mercado de Alicante , y como a él le dejaba al borde de la muerte («cuando desperté en el suelo, tenía los intestinos colgando. Me los cogí como pude y salí corriendo»).
Experiencias como estas hacen que aquel 1 de abril lo recuerden aún «con una alegría enorme, porque sabíamos que ya no iban a continuar matando», comenta Julia, a quien la noticia le llegó por la mañana e, inmediatamente después, salió corriendo con una treintena de niñas hacia Lillo, un pueblo cercano por el que les habían asegurado que iban a pasar las tropas de Franco . «Nos repetían que con ellos íbamos a vivir bien y al pasar nos dieron un montón de chocolate, algo que nosotras ni supimos lo que era durante la guerra», explica hoy a sus 84 años. Su madre la había estado buscando todo el día, pero cuando apareció por casa no le echó la más mínima bronca, «porque estaba loca de contenta». «Sabía que pronto iba a poder ver a mi padre, que cumplía años precisamente el 1 de abril, y al que no había vuelto a ver desde que huyera».
Alicante, el último reducto
Juan Ortiz se acuerda «del enorme jaleo y la alegría» que estallaron en las calles de Alicante. «La gente acudió inmediatamente a asaltar los almacenes de comida de la Iglesia de San Nicolás , de la antigua estación de autobuses y del puerto, donde habíamos estado viendo montones de sacos de habichuelas o garbanzos tapados con lonas para el frente durante toda la guerra, mientras nosotros nos moríamos de hambre. La gente lo asaltó todo». «Y recuerdo a los carros pasando por la explanada cargados con los sacos y a los vecinos acercándose por detrás, rajarlos, llenarse rápidamente una bolsa y salir corriendo», añade.
Esta ciudad había vivido los días anteriores momentos de gran tensión. El 30 de marzo había sido precisamente una de las últimas ciudades en ser conquistadas por los franquistas y en su puerto se agolpaban los restos del Ejército republicano. El 31, la mayoría de los 15.000 soldados que esperaban los barcos prometidos para huir a Francia o Argelia se rendían . Algunos, incluso, se suicidaban allí mismo.
Campanas y verbena
José Aracil, de la pedanía de los Desamparados de Orihuela (Alicante), y Ángel Sánchez, que vivía en Almenara (Salamanca), recuerdan perfectamente las campanas del pueblo repiqueteando a medio día. El primero no las había escuchado ni una sola vez durante la guerra, porque «los republicanos habían quemado todas las vírgenes y los santos que había dentro de la parroquia y la habían convertido un almacén», cuenta. Pero el 1 de abril de 1939, de repente, se pusieron a voltear de nuevo las campanas de la Parroquia de Desamparados y todas las de las iglesias de Orihuela. «Uno de mis hermanos entró gritando en casa “¡la guerra ha terminado, la guerra ha terminado!”. Y mi madre repetía “sí, hijo, sí”. Mi padre se encontraba en la cárcel de San Miguel y antes ya había estado en la cárcel de Alicante , pero poco después lo soltaron», recuerda, con 85 años.
Las campanas de Almenara, en cambio, sí sonaban cada vez que las tropas sublevadas conquistaban una ciudad . No hay que olvidar que Salamanca había sido tomada poco después del golpe y en ella había establecido Franco su cuartel general. Sin embrago, nunca habían sonado tanto tiempo como aquel 1 de abril. «Estuvieron repiqueteando una media hora, mucho más tiempo del que solían hacerlo», cuenta Sánchez, de familia católica y conservadora, que a sus siete años decía estar ya «completamente mentalizado para asumir el final de la guerra y ser consciente de la victoria del bando nacional, la zona en la que vivía».
Y recuerda hasta el clima: «Era mediodía y hacía buen tiempo, no muy soleado, pero seco y sin frío. Todo el mundo se arremolinó en torno a las tres o cuatro radios que había en el pueblo a escuchar el último parte, aunque toda la provincia de Salamanca sabía ya de sobra hace días que la guerra iba a terminar y estaban deseando que ocurriera. Por la tarde incluso organizaron una verbena para celebrarlo y a la que acudió mucha gente. Yo no pude porque me habían puesto la vacuna de la viruela y me había subido la fiebre. Pero la gente estaba contentísima, la guerra había sido muy dura… aunque la posguerra fue peor», explica.
Se suspenden las clases
Siempre y cuando no les hubiera tocado sufrir el exilio y la represión, las escenas de alegría por el fin la guerra se repitieron en todo los rincones de España, independientemente del bando que se simpatizara . «Chicos, la guerra ha terminado. Suspendemos las clases por hoy, os podéis ir a casa», les anunció la profesora Doña Magdalena, tras interrumpir la lección de repente, a Jesús Balboa y sus compañeros del Colegio Brañas en Santiago de Compostela, que vieron después en la calles la felicidad que se respiraba.
Jesús tenía siete años y sabía perfectamente que había una guerra, igual que Manuel Viñuales quien, a sus 13 años, cuando vio a su prima mayor entrar dando gritos en el salón de la casita de La Raya (Murcia) donde se había refugiado con unos familiares, supo que había llegado la hora de volver a Madrid. «Era mediodía y yo me encontraba en la cocina comiendo con mis tres primos pequeños. Entonces, de repente, Carmen entro alborozada a grito de “¡la guerra había terminado, vamos a volver a Madrid!”. No lloraba, recuerdo que estaba muy nerviosa y gesticulaba muy exageradamente, muy emocionada, demostrando la alegría que tenía porque ella y sus hijos también eran de la capital», cuenta.
Viñuales –que poco después volvió a ingresar en el Colegio de San Ildefonso y se convirtió en el niño que cantó el primer Gordo de Navidad de la posguerra – recuerda que sus primos pequeños no le dieron mucha importancia a la noticia que les acababa de dar su madre, pero él le preguntó inmediatamente que cuándo regresaban. «Ella me contestó que aún no se podía, porque los trenes no funcionaban correctamente y primero tenían que volver los soldados del frente. Dejamos que pasara mayo para que se normalizara el tráfico y se asentaran las cosas en Madrid», explica.
En la quita columna
Gaspar Viana tenía 21 años y se encontraba en Madrid. Había pasado dos años sirviendo como soldado republicano y, poco antes de que se anunciara el final de la guerra, ingresó en la Falange clandestina , la conocida como «quinta columna». El día que se rindió oficialmente Madrid , el 28 de marzo de 1939, y se acabaron los enfrentamientos en la capital, le ordenaron que cogiera un fusil y saliera a tomar el control del almacén de comida de la calle Abascal, para desarmar a los carabineros republicanos allí presentes y custodiar todo lo que había allí hasta que llegaran los mandos franquistas.
«Estaba claro que la guerra estaba ganada. Estuve allí hasta el 2 de abril y fue allí donde me llegó la noticia. Recuerdo perfectamente que aquel día apareció de inmediato un coronel franquista pidiéndome si se podía llevar algo de comida para su familia, que lo estaba pasando muy mal».
Gaspar tiene 96 años y no ha olvidado aquel día en ningún momento de su vida, aunque hayan pasado 75 años. Lo mismo que les ocurre a Carmen, Juan, Julia, José, Ángel, Jesús y Manuel. Es lo que tienen las guerras, por pequeño que uno fuera.
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