Quince años y un minuto de silencio

La Abacería de San Lorenzo de Ramón y de Maricarmen que tanto sabor – y dulzor- dejó en San Lorenzo, la Alacena Gómez del Moral que puso un poquito de Córdoba en la Macarena, el Alhucemas que nos enseñó que freír pescado puede ser una misión en la vida, el Amor a la Mexicana que nos enseñó que hay vida más allá del tex-mex, As Sawirah que quizás se adelantó demasiado al boom de las cocinas exóticas, el Asturias de Ramón y Cajal que revivía a los muertos y alimentó a tanto estudiante y profesor, el Aurelio de El Porvenir que conjugaba el más excelso marisco con el guiso más modesto o la honesta cocina de Bajo Guía -el penúltimo en cerrar-.

El Bardot by Infanta que nos descubrió la cocina de autor pegada al producto de aquí, el Benjamín Martín que guardó en su esquina y para siempre el secreto de una tortilla de patatas, el Cabo Roche del mejor servicio y disposición que en Sevilla se recuerdan.

El Casa Eugenio que nos reencontraba con una ciudad que se nos va, el Casa López de Los Remedios que era más casa de comidas que otra cosa, como digna casa de comidas era Casa Diego en la antigua Puerta de Carmona, Casa Molina que presidió el Tiro de Línea durante más de 50 años y dejó tantas «lagrimitas» por freír al cerrar, como lágrimas dejó Casa Rafita , el imperio del Cenachero que tanto resistió como la falsa moneda o el Come in Casa que nos acercó a Italia de otra manera.

El DeÓ que se nos fue de viaje y que «evolucionó» a todo un barrio como el de Los Remedios, el Dmercao que llegó a ser grande y un día pinchó y, muy cerca, el Loco sibarita de Jesús del Gran Poder, otro sueño de una noche de verano, el Enrique Becerra que hizo bandera de un apellido y de una forma de entender la cocina, el Ezcaray que se nos perdió entre Triana y El Porvenir, el Gastromium que nos abrió una ventana a la cocina moderna y sus exquisiteces, el Grana y Oro que dignificaba el menú en la calle Niebla, la Grazia que elaboraba pizzas imposibles, el Joaquín Márquez o la personalidad llevada a un local.

El Manolo Vázquez que endulzaba las esperas de los AVES, el Martín Blanco que nos permitió conocer el empeño de José por la cocina y que, afortunadamente, nos dejó a Blanco Martín en herencia, el Matsuri que puso la primera pica en Flandes de la cocina japo en Sevilla, el Mesón de Emilio que nos enseñó otros cortes de carne, el No-lugar que derrochaba arte por las cuatro paredes, el No kitchen que ralentizaba el tiempo, el Órdago que nos hizo querer más a nuestros vecinos del Norte y otro tanto ocurrió con Oriza , un monumento más de la ciudad, la cocina burguesa y anglófila de La Parra , la más tradicional y de guisos de La Rana y del Rosita (¡qué pollo frito hemos perdido!), el entusiasmo inestable de Sahumo , el Séptimo con aquel francés que nos llegó de El Porvenir, el hechizo y gitanería de E l Uno de San Román , y más de lo mismo con Jerez reconcentrado en el caótico e imprescindible Volapié .

Y El Comensal, El Mordisco, Los Palillos, Papirusa, Puerta grande, Quorum, Sagardi, el Zarabanda, Zoko …y tantos y tantos otros…