Bugarín: «De toda la vida»

El local no tiene mucho que comentar, imagínense cualquier bar de siempre con una gran barra de chapa en el interior, algo desordenado – suponemos que por toda la locura actual de medidas anti covid– y con una terraza en la que se mezclan mesas altas y bajas para aprovechar el espacio lo mejor posible. 

Pero no hemos venido por el sitio sino por esa cocina de siempre que Alfonso ofrece, herencia de su madre. Empezamos con unas contundentes albóndigas caseras con guisantes y ¡patatas fritas de verdad!, y es que nada más que por las patatas ya merece la pena el paseo. Imposible resistir a la tapa de pollo frito, de los más jugosos que hemos probado nunca y con ese exterior crujiente que nos recuerda al añorado Uno de San Román. La piriñaca la sirven con sardina – limpia, sin espinas – quizás demasiada cebolla para nosotros, pero es una opción fresca para el tiempo que se avecina. Buenas también sus croquetas y no puede ser más clásico su arroz “acabaito de salir” Al chipirón plancha le acompañan varias rodajas de tomate con ajo, y el simple hecho de que no vengan regados en salsa verde ya es una alegría. Y rematamos con unas maravillosas gambas al ajillo con rebanada de pan de bollo encima. Mientras seguíamos hundiendo barcos de pan de bollo nos cantan los postres caseros, elaborados por la mujer del propietario, y nos hacen pecar con una milhoja de nata y crema que bien merecía el empacho. 

Abren desde temprano para desayunos y sirven bocadillos tan tentadores como el de calamares, melva o salchicha, que nos invitan a volver. O tan originales como el de pez espada. Las tapas son contundentes y ricas, la Cruzcampo bien tirada y los precios son los de toda la vida, así que esta es una buena opción de este barrio de Los Remedios, que ya va teniendo bares “clásicos” como el Consolación, Cofiñal, La Maceta, La Cañera o el que hoy protagoniza este espacio.