PASEOS CON TAPA
Mesón Anyfer | Un rincón singular y con encanto para comer en Córdoba
Ésta es otra historia, como siempre con final feliz, con untrampantojo, un mundo de olores y un mesón

Ésta es otra historia, como siempre con final feliz, con un trampantojo, un mundo de olores y un mesón. El trampantojo palaciego es el siguiente: donde creemos ver un potente palacio, el vizconde de Miranda, sólo aparece su fachada; por dentro fue demolido para construir pisos. El mundo de olores es el que desfila por nuestros sentidos caminando por este barrio. El mesón se llama Anyfer, donde acabaremos hoy nuestro recorrido.
Rodeados de una algarabía infantil, nos sentamos en un banco de forja en la plaza vizconde de Miranda, junto a su fuente barroca, y miramos con estupefacción y tristeza el destino de su respetable palacio: una especie de trampantojo que cuando uno se acerca a la puerta principal ve la cruda realidad de una rampa de cemento para cocheras y unos pisos sin historia, forzados a encajonarse donde, en otro tiempo, fue continente de unas estancias nobles. Y aunque las tropelías urbanísticas son ahora más difíciles de perpetrar, no se confíe, apresúrese a disfrutar de nuestra ciudad porque puede suceder que algo de lo que antaño fuera, ahora no quede huella alguna o, por el contrario, puede hallarlo todavía, pero bajo la forma de un esperpento.
Seguimos paseando por la calle de la Palma, e inmediatamente a nuestra izquierda tenemos una atractiva casa señorial de la familia Trillo Figueroa (1782) que destaca por su torreón curvo que no recordamos otro similar en Córdoba. Más adelante la tranquila plaza de Regina presidida por la antigua taberna del mismo nombre y que hoy dejaremos de soslayo, pese a su interés, para adentrarnos en la recoleta y oculta plaza de las Tazas que, en primavera, acoge pequeñas actuaciones de flamenco, íntimas y profundas, que resultan inolvidables.
Continuamos por Arenillas y Palarea; en estas estrechas calles, sin coches, podemos sumergirnos en un mundo nuevo de olores, apenas agudicemos la atención, sobre todo al mediodía. Secuencias aromáticas, al caminar, de potajes, pescaíto frito, y quizás, si nuestro olfato no nos engaña, patatas guisadas con hierba buena. Si nos abstraemos de todo lo demás, podemos sumergimos en un mundo nuevo: sólo olores que casi se mastican.
Excitados y hambrientos damos la vuelta a la iglesia de la Magdalena para plantarnos en la puerta del Mesón Anyfer. Sus mesas de mármol de impoluto color blanco nos transportan a las antiguas tabernas de nuestra ciudad.
La atención es exquisita desde el primer momento; con todo lleno y una sola persona para atender, no hay tiempo de espera. Pedimos un vino de Toro Albalá, fino Eléctrico (¡que vaya un nombre para un vino¡) con unos riñones en salsa, muy personales y ricos. También sus embutidos, de primera calidad, son dignos de mención.
Anyfer es un lugar para estar con flema y sosiego: debemos comer y beber despacio, dejando que la vida se deslice sin alborotos ni gritos, tranquilamente, con dulzura, con suavidad: la felicidad, entonces, se hará manifiesta.
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