Pequeños paseos con tapa: Casa Luis, callos sin siesta, campana sin badajo
Vicente Sánchez
Hoy vamos a partir, para tomar el aperitivo, de unos originales bancos circulares de dovelas de madera que hacen las veces, también, de enormes maceteros que, en parte, dan un sentido más contemporáneo a la sosegada y viva plaza de San Agustín. La plaza ... o Compás de San Agustín fue el patio de acceso al convento homónimo fundado por Fernando III y refundado por Alfonso XI. En 1512 por iniciativa de su prior se formó una plaza delante del convento tras el derribo de algunas casas. En el centro se construyó una fuente en 1854, justo en el lugar donde con posterioridad se colocó el busto del músico Ramón Medina”.
Su último remodelación de 2016 restauró su dignidad ante el deterioro y abandono a la que había estado sometida en las últimas décadas. En esta época se desplazó el busto del bueno de Ramón Medina desde el centro a un lateral, más cerca de la Peña Los Amigos, y a la sombra, donde de seguro se encuentra más cómodo: no hay más que verle la cara. Cogemos la calle San Agustín, recién empedrada, hasta Pozanco; amplia, con árboles y bancos, esta vez, claro está de hierro forjado, que más parece una plaza rectangular que propiamente una calle. Todo el barrio respira tranquilidad y placidez donde los coches, escasos, respetan a sus peatones. Las calles están limpias y bien pavimentadas; a su vez sus gentes son muy amables cuando se les piden aclaraciones sobre las cosas de su barrio. A día de hoy, San Agustín es quizá el barrio más representativo de la clásica y discreta Córdoba de Pío Baroja o de los amores poéticos del Grupo Cántico; máxime cuando el emblema turístico de esta ciudad, que sigue siendo la Judería, se ha convertido en una especie de parque temático cual si se tratase de una Disneylandia historicista.
Continuamos, hacia San Lorenzo, por la calle Roelas, una de las más bellas de Córdoba , donde no hay que dejar de ver la elegante y espléndida restauración de su casa número 2. Al terminar, a la derecha, y con la vista puesta en el rosetón de San Lorenzo, tenemos nuestra ansiada taberna: Casa Luís. Decía Chesterton en La taberna errante que lo que une en general a los hombres son los “ lugares comunes”; y de entre todos los “lugares comunes” el más universal y accesible es la taberna. Entremos en ésta y, si están vacías, elijan una de las dos mesas que dan a la cristalera exterior (ya me dirán por qué).
Los callos que guisa Araceli Pérez son sencillos pero no simples, ni elementales; no tienen morcilla, ni chorizo, patas o morros, ni tan siquiera garbanzos; sólo las tripas de la panza del rumiante cortadas en pequeños trozos para que se impregnen bien de su salsa que va perfectamente trabada, ligera pero no demasiado líquida, con un regusto a sabores de antaño; y sin ese abrasivo sabor a pimentón tan frecuente en otros casos. Además tienen el justo toque de picante para no asustar a las almas sensibles. Esto es el resultado de muchos años de experiencia y sabiduría. Una auténtica delicia. C` est la joie de vivre.
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