Y cuando decimos sin nada es porque el abuelo de la familia, Matías García, lo que puso en marcha en el lugar fue algunas actuaciones con orquesta en los fines de semana, con apenas infraestructura, y en una zona donde al margen de algunas casas no había ningún establecimiento que hoy podríamos definir remotamente como de ocio. García de hecho trabajaba en una de las fincas de la zona. Estas actuaciones tenían lugar junto a lo que ahora es el restaurante.
Fue el hijo del anterior, Antonio García, junto a su esposa, Rosario Recio, quienes después pusieron en marcha un barecito. Gran parte de la clientela procedía de la famosa y cercana Algodonera, fundada en los años 40, y que llegó a ser una de las mayores fábricas de la historia de Córdoba. El barecito chico se hizo algo más grande gracias a la compra de un terreno al lado.
«Nosotros lo que hemos hecho ha sido seguir la tradición y especializarnos», explica el hijo y nieto Antonio García Recio, que con 54 años actuales recalca que se ha criado allí, trabajando desde los 13. Junto a él sus hermanas Mari Carmen, Paqui y Rosario, y los que considera sus manos derechas, José Sánchez y Joaquín Sánchez.
Décadas de experiencia volcadas en los fogones en primer lugar, con las recetas familiares, de siempre, donde no faltan flamenquín, salmorejo o rabo de toro. Tampoco huevos camperos o unos callos de los que se venden cantidades bárbaras. Croquetas, migas, pollo al ajillo, guisos…cualquier plato de toda la vida está en Casa Matías a buen precio y bien surtido, puesto que es uno de estos lugares conocido por el lema de bueno, bonito y barato. De los desayunos a las cenas, generaciones de cordobeses han pasado por el establecimiento, que es además un alto obligatorio para muchos amantes del ciclismo. Lo que se diría no una meta, sino una «parada volante».
El café de los muy cafeteros
Un día fue García Recio con su esposa a una cafetería, hace uno años, y le pusieron un café con un dibujo en la espuma. «Inmediatamente pegué un bote y me fui a la barra para preguntar quién hacía eso, y ahí supe lo que era un barista». Fue en torno al 2010. En el 2012 ya tenía su diploma de técnica barista. Pero el interés no cesaba y siguió formándose con un experto en la materia, Antonio Chavarría , que daba en Osuna cursos por la tarde sin ánimo de lucro. García, durante siete años se fue todas las tardes a ese pueblo sevillano a seguir formándose en todos los aspectos que se relacionan con el tueste del café, aprendiendo las técnicas de dibujos por otra parte mediante tutoriales de Youtube. «Aquello se convirtió en mi pasión».
Actualmente, en Casa Matías, se venden los cafés tostados por García, procedentes de multitud de países, granos de todo tipo convertidos en ambrosía para aquel que quiera probarlos. Es decir, por una parte está el café de la casa, para el cliente del bar, por otro los sobres o paquetes que vende para los hogares. Tienen 250 gramos y cuestan ocho euros. «La máquina tostadora de un kilo ya se me ha quedado pequeña». Esto se ha convertido en un foco de atracción hasta el punto de que antes de la crisis sanitaria iban grupos multitudinarios de alumnos de la beca Erasmus a charlas divulgativas sobre la materia. Y por supuesto ahora es el punto neurálgico, si tomamos aquella frase famosa de un anuncio de antaño, para saborear el café de los muy cafeteros. Brasil, Perú, Honduras, Méjico, Etiopía, los cafés con mejores catas de puntuación llegan a este restaurante para ser tostados con esa máquina especializada.
¿Qué opina el responsable de Casa Matías del café que normalmente se sirve en los bares? «Nos están envenenando», concluye con tono de broma pero hablando completamente en serio. Ante esta circunstancia el antídoto está en los cafés de calidad elaborados por estudiosos y expertos. Muchos de ellos se pueden catar en este histórico establecimiento que cuenta con esta interesante especialización.
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