Villa Preysler, un castillo de cuento del que reniega Vargas Llosa
El Nobel, en cuyo polémico cuento degrada sus sentimientos hacia Isabel y da a entender que vivía agobiado, tenía un mayordomo, usaba cremas y disfrutaba de menús especiales a diario
La carta que la ex de Vargas Llosa mandó a Isabel Preysler cuando empezaron a salir: «No habéis respetado lo que os pedí»
El kit de belleza y la obsesión por el peso de Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa pedía a Isabel Preysler que le arropase cada noche y que le diese un beso con la luz apagada
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl 15 de diciembre de 2020 Mario Vargas Llosa terminó de escribir 'Los vientos', un cuento en el que retrata un Madrid imaginario en el que el personaje ya anciano expresa algunos de sus anhelos e inquietudes y detalla aspectos escatológicos íntimos ... poco elegantes y que llegan a ser desagradables para el lector. Ya que algunos se empeñan en decir que el cuento está plagado de realidades, deberíamos preguntarnos si estos forman parte también de la vida real del escritor. Esta obra fue publicada en la revista literaria 'Letras libres' en octubre de 2021, y pasó desapercibida para el público en general.
El 28 de diciembre, con el anuncio oficial en la revista '¡Hola!' de la ruptura de Isabel Preysler con el escritor tras ocho años de convivencia, algunos lo utilizaron como la piedra roseta para decodificar los pensamientos del Nobel, hasta ahora indescifrable en su extensa obra literaria, en la que como suelen hacer los escritores se toman la licencia de mezclar vivencias personales y ficcionarlas hasta hacer que parezcan fruto de la realidad.
Tanto es así, que Preysler, cuando lo leyó, jamás imaginó que fuese la mujer por la que el protagonista dejó a Carmencita, entre otras cosas porque muere en un fatal accidente de tráfico y ella sigue viva. Tampoco que entre aquellas secuencias irreales se escondería un desamor y una soledad que, tanto en el hogar de Puerta de Hierro como en el entorno de la pareja, nadie había sentido o percibido, al menos hasta el momento de la ruptura.
Y menos aún, que el cuento se publicase incompleto y apareciese un final inesperado que vio la luz hace unos días en el suplemento literario 'Abril' y en los diarios del Grupo Prensa Ibérica, firmado por el propio Nobel. En él se aprecian algunas reflexiones del protagonista que, de nuevo, se han interpretado como humillaciones hacia la familia Preysler. En concreto hacia Isabel y su hija, Tamara Falcó. A las que, según algunos, deja como frívolas, obsesionadas por la estética. «Nuestro cuerpo es sagrado y hay que cuidarlo. Para ellos, en verdad, lo sagrado son las perfumerías y las farmacias. Me preguntaron si no me había echado algo para el sol y como les dije que no, que nunca usaba cremas protectoras, se escandalizaron. Me confesaron que todo el dinerito que ganan con trabajos eventuales y las pensiones que recibían por el mero hecho de existir, los invertían en comprarse pastillas, lociones, tónicos, todo aquello que impide el deterioro de la piel, los ojos, los dientes», relata Llosa en esta versión completa del cuento. Ni Tamara ni Isabel son pensionistas y tampoco suelen expresarse así ni siquiera en privado. Y desde hace años son fieles a una rutina de cuidados como la inmensa mayoría de mujeres, y a la misma farmacia.
Y mientras el protagonista sigue intentando entender a la nueva juventud y sus aspiraciones, confiesa no disfrutar del sexo y llevar más de diez años haciéndolo con la ayuda de la química. E incluso es tan poco caballeroso que degrada su relación con Isabel utilizando un símil chulesco de que lo suyo fue «un enamoramiento de la pichula», aunque luego confiesa que no le funciona. Una contradicción más de las que narra a lo largo del cuento.
Y se pregunta si la Tecnología y la Ciencia han sustituido a la Filosofía, que tanto ha hecho por el pensamiento crítico de las personas. E inventa que en la Facultad de Letras en las islas Marquesas, «la Filosofía comparte el departamento académico con Teología y Cocina. ¡Vaya mezcla! Me imagino el diploma de doctor en Filosofía, Teología y Gastronomía y me muero de risa», escribe. La combinación casual de las islas Marquesas con la Teología y la Gastronomía, algunos lo ven como una nueva sesión rap de Bizarrap con Llosa, al estilo Shakira. Y esperan que le salpique a la marquesa de Griñón, la más ferviente y gastrónoma de la familia, con la que hasta ahora tenía una exquisita relación.
Si era tan agobiante el ambiente que allí se vivía para el Nobel como escribió en 2020, ¿por qué permaneció allí hasta diciembre de 2022? ¿Acaso no era suficientemente acogedor, como insiste en su relato, su cuartito y su baño de su piso de la calle Flora?
Mario e Isabel se conocieron en aquella entrevista que el escritor concedió a la revista '¡Hola!' en 1984 previo pago de una intermediaria. Y es que mucho se ha contado de que ambos estaban deseosos de tener ese encuentro, pero nada más lejos de la realidad. La publicación por entonces buscaba diferentes perfiles y fue Mona Jiménez, una amiga del Nobel, la que se ofreció a mediar a cambio de 1.000 dólares, para que este encuentro se llevase a cabo. Y por eso se produjo.
Propuesta deshonesta
Luego siguieron coincidiendo en eventos y algunos actos sociales, e incluso cuentan que el Nobel la llamó estando casado para verse con ella. Y que Preysler, también entonces casada con el exministro Miguel Boyer, desestimó amablemente la invitación. Otra cosa fue cuando enviudó. Ahí el Nobel desplegó, según su entorno cercano, todas las armas de seducción que podríamos llamar masivas. De ideas fijas, no estaba dispuesto a que se le escapase, y viendo que él no era el único pretendiente que la rondaba, no paraba de llamarla todos los días y buscar excusas para verse. Hasta que resultó lo suficientemente convincente y romántico para despertar en Preysler las ganas de volver a creer en el amor. Para entonces Vargas Llosa ya había roto su matrimonio, aunque no estaba divorciado oficialmente. La familia del escritor recibió la noticia como un jarro de agua fría y, lejos de alegrarse por él, lo vieron en todo momento como una amenaza. E hicieron todo lo posible por calmar ese viento que soplaba fresco y saludable para Mario, en un momento en el que ya había perdido la ilusión y sobre todo la pasión. Solo hay que recordar imágenes de aquellos comienzos en los que el Nobel aparecía rejuvenecido y como se suele decir, la cara es el espejo del alma. La pareja era el fiel reflejo de la felicidad.
A estas alturas nadie pone en duda que no quisiera a su exmujer Patricia Llosa, madre de sus tres hijos, fiel escudera, secretaria y la persona que más conoce sus manías y ha consentido sus deslices y excentricidades. Algunas de ellas públicas. En plena campaña al Congreso, cuando Mario decidió presentarse a la Presidencia de Perú, confió en su cuñada Roxana para que cantase guitarra en mano para la campaña electoral. Y lo suyo pasó de los mítines a la alcoba. Hasta el punto de que cuando perdió las elecciones, y como dicen es de mal perder, ambos concuñados se fugaron a Londres para convertir la derrota en una experiencia dulce, tal y como publicó hace unas semanas 'La Vanguardia' y ha podido contrastar este periódico. Pero Patricia y su hermano Lucho no estaban dispuestos a perder a sus cónyuges y viajaron hasta Londres para perdonarles el desliz y convencerles de que regresasen a sus orígenes y evitar así el escándalo público en Lima. Algo que, en el caso del Nobel, no era la primera vez que sucedía ya que cuando comenzó a salir con Isabel, Patricia intentó desesperadamente contactar con ella y, ante la imposibilidad, decidió enviarle una carta advirtiéndola de que no hiciese público lo suyo con Mario, puesto que ella no creía que iba a ser una relación seria, sino que se trataba de otra de tantas mujeres que ella había consentido que se interpusiesen en su camino a lo largo de sus 50 años de matrimonio.
Lujosa rutina
Pero Mario estaba decidido a mudarse a Puerta de Hierro y dejar atrás el pasado. Comenzaría a hacer de la amplia biblioteca de Preysler su refugio y su lugar de inspiración. Pronto adoptó una lujosa rutina que muchos ahora ven que critica en su famoso cuento, quizás porque la desconocían. En Puerta de Hierro, a Mario le atendía un mayordomo, que le preparaba la ropa cada vez que salía y que incluso le ayudaba a vestirse, al estilo Carlos III de Inglaterra. Su rutina diaria era inalterable. El Nobel se levantaba entre las 5 y las 7 de la madrugada para escribir. Luego subía a su habitación para colocarse el buzo, como se refiere él al chandal, y salía a caminar por los alrededores de la urbanización hasta llegar casi al club Puerta de Hierro. A su regreso a la casa, la cocinera de toda la vida ya conocía los gustos del escritor. Su desayuno consistía en un café con leche, un gran bol de muesli con leche y miel y un vaso de zumo de naranja recién exprimida, así como papaya, su fruta favorita. Debido a sus manías, durante ocho años han estado escondiéndose todas las frutas que lleven pepitas o huesos. Hasta el punto de que desaparecieron de la dispensa las aceitunas, que ahora, por cierto, han vuelto a sus estantes. Luego leía los periódicos y dedicaba la jornada vespertina a recibir visitas, atender entrevistas o responder correspondencia. Entre las 19 y las 21 horas, la pareja compartía algunos episodios de sus series favoritas en la sala de estar. Para luego cenar y acostarse. El escritor no es de trasnochar, así que sobre las 22.45 horas suele meterse en la cama. Eso sí, según cuentan, tenía una manía y es que buscaba a Isabel para que esta fuese arroparle y le diese un beso en la cama cada día, ya con la luz apagada. Solo su cabeza puede plasmar en el cuento que cada día al acostarse lo primero que le venía a la mente era el recuerdo de Carmencita y que se sentía culpable por haberla abandonado. Que necesitase el cariño de Isabel para dormir y sin embargo automáticamente le viniese a la mente Carmencita, según escribió, resulta bastante incomprensible para el lector. Él dicen, necesitaba estar siempre en contacto físico con Isabel, para poder espantar los demonios que le perseguían.
Antes de acostarse, pasaba por el aseo y tanto que parece criticar las cremas, él las usa a diario. Lo que no lleva es perfume porque dice tener alergia y un cutis muy delicado. Pero el rostro y el cuerpo lo embadurna bien. Tampoco escatima en los cuidados de su pelo, y había encontrado en la peluquera de Isabel la fórmula mágica para mantener su cabello cano perfecto. A Mario le hacían un champú y un fijador especial para él. Y era asiduo a la manicura y pedicura cada sábado en casa de Isabel. Ahora parece que ha empezado a frecuentar una peluquería de un centro comercial de la capital, cercano a su domicilio de la calle Flora. La Buchinguer, en Marbella, es su santuario sagrado desde hace muchos años, donde acude para regular su peso y eliminar algunos excesos. O sea, es esclavo de la imagen, como algunos de los jóvenes que critica en el cuento. Mata por un plato de lentejas con chorizo y huevos fritos, pero como las de Puerta de Hierro no había encontrado otras. Aunque fuese visto en Casa Lucio, en el hogar que compartía con Preysler se las preparaban todos los lunes porque era su plato favorito y parece que no las perdonaba por nada del mundo. Era sagradas hasta en el calor del verano. Y nunca faltaba en la cocina bizcocho casero para el postre con una bola de helado de vainilla, que es su favorito. En los salones de Puerta de Hierro, la pareja ejerció de anfitriona de tertulias culturales, ofreció cenas literarias, diplomáticas y políticas, con un marcado carácter internacional.
Tanto Ana como Tamara tienen una exquisita educación y son muy cariñosas. Sobre todo, la marquesa de Griñón, que es con quien más tiempo ha convivido el Nobel. Ambas han estado siempre pendientes de su continua lucha con la tecnología para ayudarle a manejarse mejor y permitirle un buen uso. Dicen que Mario siempre decía que eran maravillosas y que no sabía cómo iba a poderles agradecer tanto cariño. Ahora ha desaparecido de sus vidas y sin enviarles un mensaje de despedida. Algo que a ellas también les ha extrañado. Porque muchos pueden creer que el Nobel ha sido un reclamo en sus vidas, apareciendo en el documental de Tamara, o acudiendo con ellas a eventos sociales. Pero Mario también vendió su imagen a la prensa del chisme, como se refiere él y en algunos reportajes percibió su caché por aparecer. Bien remunerado, con tarifa de Nobel. Vamos que participó del negocio familiar, que ellas no han ocultado nunca sino todo lo contrario, miman con cariño y han profesionalizado hasta el punto en el caso de Isabel, de ser la más veterana e insustituible.
No a la boda
Soplaba pues por entonces una brisa agradable en la fortaleza de las Preysler, que nada hacía presagiar acabaría en huracán. Sobre todo porque Mario quería casarse con ella. Pero Isabel, respondía con delicadeza cada vez que les preguntaban los medios al respecto y lo solventaba con «un estamos muy bien como estamos, para qué vamos a estropearlo», para que pareciese una decisión de los dos. Él se afanó en conseguir el divorcio, cediendo a las pretensiones de su exmujer, entonces muy herida, y que al igual que sucede en muchos divorcios, antepuso la fortuna a esos sentimientos tan fuertes que decía sentir por su marido. Luego hubo que buscar un papel en Perú que le costó la gestión de dos personas cercanas, pero que al final consiguió. Aunque Isabel no estaba por la labor. Un sexto sentido, fruto de su experiencia, le decía internamente que no era una buena decisión. Y hace dos años parece que el enamoramiento dio paso al respeto y al cariño, a la compañía, y que esa pasión fervorosa de los comienzos se transformó, como ocurre en muchas parejas, en una monotonía. Y a punto estuvo Isabel, según comentó a algunas personas cercanas, de dejar la relación, pero no lo hizo porque le dio pena abandonarle ya que le preocupaba que no estuviese bien cuidado y prefirió seguir haciéndolo ella.
Pero el pasado mes de julio, Mario, acostumbrado toda su vida a hacerlo, decidió marcharse del domicilio familiar, sin previo aviso, e instalarse unos días en su piso de la calle Flora. Hasta que un día antes de la presentación de su obra homenaje a Galdós en el Ateneo de Madrid, le pidió por teléfono a Isabel que le acompañase para apoyarle. Ella sabía, al igual que él, que su sola presencia es reclamo para otro tipo de medios que nada tienen que ver con la cultura. Y allí estuvo Isabel, y esa misma noche el Nobel regresó a Puerta de Hierro, aunque su soberbia dicen le impidió pedirle perdón. Una escena de celos infundados y más a sus edades, en una cena relacionada con la moda a la que acudió acompañada de Tamara, fue el detonante de la disputa. Esta incómoda situación se volvió a producir el pasado 30 de noviembre tras la ya famosa fiesta de Moet&Chandon, a la que Preysler acudió con su hija Ana. A su regreso, y con dos testigos de por medio, el Nobel la acusó de «tomarse demasiadas libertades», a pesar de saber que se trataba de un evento de trabajo. Una reacción un tanto machista. Y al día siguiente desapareció, de nuevo sin previo aviso. Isabel se enteró por la noche gracias al chófer de que no iba a regresar, y no recibió ni una llamada ni una explicación por parte de Mario.
Novela envenenada
La secretaria de este acudió a la casa a recoger un par de cambios de ropa y su pasaporte. Pasados los días, llegó una señal en forma de manuscrito de la próxima novela del Nobel. Isabel la leyó y decidió contestarle en forma de carta. Una en la que se despedía de él y le comunicaba que no iba a consentirle una tercera huida, y sobre todo dejando claro que su casa no era un hotel en el que desapareces sin avisar, ni dar explicaciones, algo que denota su falta de educación. Si en el pasado hubo mujeres que lo consintieron, Preysler no. El Nobel la recibió y tres días después mandó un camión de mudanzas a recoger todas sus pertenencias. Nunca más ha vuelto a comunicarse con ella. Ni se ha despedido del personal de la casa, ni de los hijos de Isabel, con los que ha convivido tantos años y que nada han tenido que ver en esta decisión. «Amor», así seguía refiriéndose a Isabel ya rota la relación durante su visita al taller de Toledo donde recogieron la famosa espada que lucirá en el uniforme con el que ingresará el próximo mes de febrero en la Academia Francesa de las Letras.
En Puerta de Hierro dicen que ya no distinguen quien es Mario Vargas Llosa, si el Nobel que estaba enamorado de Isabel Preysler, o un hombre que un día dijo estar muy feliz en el paraíso, pero se ha escudado en la fantasía de los relatos para degradar la relación que mantuvo con Isabel y desatar su rabia por la ruptura a través de la pluma. El entorno dice que Isabel piensa que va a preparar otra novela al estilo 'La tía Julia y el escribidor', y que ya estaría promoviéndola. ¿Cuál es el Mario real y cuál el utópico?. Es la reencarnación del Don Juan de la literatura, como dicen algunos amigos. Para Isabel, que siempre se ha llevado bien con sus ex, esta es una situación a la que no está acostumbrada. Hasta el propio Julio Iglesias, artista mundial y primer marido de Preysler, reconoce en privado «que nobeles hay casi mil distinguidos, y nadie se acuerda de sus nombres. Y que la fama que ha adquirido Mario en España, es gracias a ir de la mano de Isabel». Esa a la que ha engañado y ha hecho vivir en una mentira, si damos por bueno como quiere el Nobel y su familia, el relato escrito hace dos años.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete