Más tarde, volvía a subir a la habitación para enfundarse el chándal y salir a caminar por los alrededores de la urbanización y llegaba casi al club Puerta de Hierro. Cuando regresaba del paseo, se sentaba a desayunar -la cocinera, una de toda la vida, conocía sus gustos a la perfección- un café con leche, un gran bol de muesli con leche y miel y un vaso de zumo de naranja recién exprimida. También papaya, su fruta favorita.
Después se disponía a leer los periódicos y durante la tarde recibía visitas, realizaba entrevistas o respondía correspondencia. Entre las 19 y las 21 horas, Preysler y el Nobel compartían algunos capítulos de sus ficciones preferidas en la sala de estar. Luego cenaban y pronto, no más tarde de las 22.45 horas, Mario se metía en la cama ya que no le gustaba trasnochar.
Antes de dormirse necesitaba llevar a cabo una manía muy particular: buscaba a Preysler para que esta fuera a arroparle y le diese un beso en la cama cada día. Y con la luz apagada. Solo su cabeza podía plasmar en el cuento que cada día al acostarse lo primero que pensaba era en Carmencita y el sentimiento de culpa que sentía por haberla abandonado. Necesitar el cariño de Preysler para poder dormir y que, sin embargo, automáticamente le viniese a la mente Carmencita. Él, dicen, necesitaba estar siempre en contacto físico con Isabel, para poder espantar los demonios que le perseguían.
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