María Patiño: «En el nuevo programa no hay vetos, el límite es la ley»

Los espectadores se van a encontrar con las mismas caras, pero con un programa más libre: «En el último año de 'Sálvame' había tantos vetos que no podíamos hablar de nada ni nadie. Ahora, el límite es la ley. Espero que a mis compañeros no se les vaya la cabeza, pero yo voy a mantener mi línea». Y anuncia novedades: «Valldeperas, el director, tendrá una presencia diferente y veremos personas ajenas al universo habitual. Será enriquecedor».

María se confiesa una auténtica soñadora: «Yo los sueños los visualizo y me los trabajo para que se cumplan. Una de las cosas que más me gusta de dormir es montarme mis películas porque, en mis sueños, soy lo que quiero ser. No soy de trazarme grandes metas, aunque tengo la cabeza desde hace años mi discurso de los Oscar».

En esa fantasiosa cabecita había algo que siempre quiso cumplir: casarse de rojo frente a un lago, con los invitados de blanco y sin ropa interior. María se ríe al recordarlo: «Yo creo que era por pura provocación, por rebelarme y llevar a mis padres al extremo». Pero se siente feliz de haberlo cumplido en cierto modo: «Lo mío fue una extravagancia. Metí el vestido en la maleta, mi chico ni lo vio, y nos casamos en la playa. Yo quería arena y mar. Como estábamos solos en Sri Lanka, al final invitamos a los huéspedes de un 'surf camp' vecino. No teníamos anillos, nos ataron los dedos con una cuerda. Y el sacerdote solo hablaba inglés. Yo le decía sí a todo porque no entendía nada. Mira que soy presumida, pues ni iba maquillada ni nada, con los pelos rizados por la humedad. Fue liberador. Y Ricardo fue muy generoso, porque aceptó que su madre se perdiera la ceremonia«.

Solo tiene buenas palabras para su marido, el hombre con el que lleva más de veinte años: «Es muy distinto a mi, pero nos complementamos. Con él no hablo de trabajo, y eso me da aire, él tiene sus hobbies. Es más generoso que yo, que cuando tengo un problema se convierte en 'el problema'. Lo acaparo todo. Tampoco competimos».

Si tuviera el secreto para durar tantos años «publicaría un libro y me haría de oro. La clave está en que todavía me pone, le amo y, como no me gusta la rutina, hacemos cosas para reavivar la llama, desde viajes, cenas, pequeñas sorpresas. Un matrimonio muere cuando te pones la tele en el dormitorio y te quedas con el pijama puesto».

Pero María tiene una espinita con la maternidad: «Me siento culpable por no haber podido dedicar más tiempo a mi hijo por culpa del trabajo. Al final lo criaron mis padres, pero cuando fallecieron y empezó nuestra convivencia, todo fluyó. Me siento muy orgullosa de él porque es muy buena persona, que es lo más importante».

Años machacándose en el trabajo la llevaron a reconocer que era adicta: «Solo pensaba en trabajar. Y como soy autoexigente, no me permitía ningún error. Me ha venido bien este parón porque me ha permitido rebajar esa obsesión. Pedí ayuda, acudí al gimnasio y decidí cuidarme, algo que no había hecho en 25 años de profesión. Ahora estoy más serena». Y se confiesa detallista, aunque a destiempo: «Soy un poco desastre. Mi regalo de cumpleaños te lo puedo dar dos meses después, pero lo mismo un día te llevo un ramo de flores. Actúo casi por impulso». Pero no se considera una mujer caprichosa: «Para nada, me adapto a todo».

A María le da paz su casa: «Me gusta quedarme a solas, disfrutar de la soledad haciendo un crucigrama o leyendo. Mi casa es mi refugio». Y le sacan de quicio muchas cosas: «El clasismo, las injusticias, la gente que se queja constantemente sin poner remedio».

Ya de pequeña, María mostraba dos caras: «Era excesivamente tímida, pero con una dualidad, porque en cuando me veía rodeada de gente me ponía a bailar. Recuerdo en las fiesta del pueblo de mi madre, subiéndome al escenario de la verbena sin ningún pudor. Ahora me pasa igual con la cámara».

Pero tiene una explicación, al menos para ella: «Yo creo que está en el hecho de que en la multitud no veo la caras, no siento la mirada de las personas». No era un niña traviesa, aunque lleva marcado en la memoria el día que la echaron del colegio «por imitar a Marta Sánchez. Yo estaba agobiada por lo que iba a pensar mi padre, que era militar y rígido».

Era buena estudiante, pero no tenía muchas amiguitas: «No tenía un grupo fijo, me iba cambiando de uno a otro porque, como yo soy muy sentida, en cuando veía algo que no me gustaba, me iba». María se sentía «diferente, no me adaptaba a nada ni a nadie. Era muy ingenua». Tal vez por eso soñaba con ser actriz, para ser otra: «Pero mis padres no querían que yo hiciera Arte Dramático porque no era una carrera seria, así que hice Filología Inglesa. Bueno, duré una semana».

Ella quería trabajar en televisión, que es otra forma de actuar frente a la audiencia: «Fui a una universidad privada porque no me llagaba la nota. Mi padre hizo un esfuerzo, pero me hizo prometer que aprobaría todo año a año». Cumplió su parte. Si hoy pudiera viajar en el tiempo y reencontrarse con esa niña, María le daría un consejo: «No sufras tanto por todo, es innecesario. Intenta no sufrir».