Fotomatón
Llamémosle Rafael
Nadal no es que haya ganado Roland Garros, por ejemplo, sino que le ha ganado definitivamente el partido al tenis
Rafa Nadal y Xisca Perelló
La última felicidad de Rafael Nadal no es otro trofeo de oro sino el éxito de ser padre. Le acabamos de ver en las revistas, sosteniendo al bebé, de transeúnte, y casi diríamos que esta inauguración del Nadal familiar prepara algo de la despedida ... del Nadal tenista. Por ahí asoma también Xisca Perelló, la madre.
Nadal es un eterno que juega al tenis, y Xisca es Xisca, la compañera de ese campeonísimo, una compañera que no cansa en el escaparate de consortes de deportistas millonarios ni tampoco aburre repitiendo su contento de bikinis en instagram. A Nadal le abreviamos en Rafa, pero ya es hora de ir llamándole Rafael, que es alto nombre, y de poderío. Hacen, Xisca y Rafael, una pareja poco convencional, siendo tan convencionales ellos, en tanto, porque no hacen la vida alegre del tenis fuera de la cancha, que es el tenis de ir a cócteles o romerías, ni tampoco explican su existencia de puertas adentro.
Claro que tampoco puede sostenerse una vida rigurosamente oculta cuando eres el deportista de mayor podio, o la mujer de ese deportista. Ha pasado ahora, cuando les han birlado una postal de padres que pasean al hijo reciente, o recientísimo. Rafael y Xisca se casaron por el rito de la almena. Quiero decir que buscaron un castillo de Mallorca, perdido en los cielos, porque quisieron una boda de intimidad blindada. El sitio se llama «Sa Fortaleza», o sea, que está claro. A Nadal le molestó, no sin razón, que se filtrara la noticia de su boda. Xisca viene a opinar siempre lo mismo, sólo que Xisca no dice nunca nada, que es un modo de elegancia mayor.
Nadal no es que haya ganado Roland Garros, por ejemplo, sino que le ha ganado definitivamente el partido al tenis, el tío. Hay deportistas que exceden, incluso, la disciplina elegida. He aquí el caso. Nos ha salido campeón de todo. Rafael, en la cancha y fuera de la cancha, es el ímpetu en camiseta, un espíritu de vitaminas. No va de guapo de spot, y no enseña el Ferrari. No se anda con bobadas de alterne de Misses, y vive desvelado sólo en lo suyo, durmiendo las horas reglamentarias.
Aunque no te guste el tenis, enseguida te haces fanático de Nadal, porque lo que en él se aprecia es la reinauguración del héroe. Se hace hincapié de mucha tertulia en la calidad humana de Rafael, y esto, con ser mucho, naturalmente, me parece a mí lo de menos, porque ser un gigante en un oficio no anda reñido con tener alma de canalla. No es el caso de Nadal, claro, que es un dios con trato de buen vecino, y sólo gasta encumbramiento con la raqueta en la mano. Resulta un modelo de deportista, casi extinto, frente a otros hombres que juegan un doble deporte: el de la fama y el del balón, o al revés. Pongan ustedes el orden que quieran. La distinción de Nadal no es que sea, además, un buen chico, sino que su ejemplo es único.
Dicen las crónicas urgentes que tiene mucha «calidad humana». Pues muy bien. Eso quiero yo decirlo de otra manera: en él el titán va siempre por dentro.