Enrique del Pozo: «No voy a dejar que la política eche a perder mi relación»
El artista, que lleva dos meses saliendo con un político, recuerda cómo se conocieron y nos habla de su infancia, de su carácter y de su lucha contra las injusticias
Enrique del Pozo: «Yo no he ocultado a mi novio durante 26 años, como ha hecho Miguel Bosé»
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Iniciar sesiónEnrique del Pozo lleva dos meses enamorado y, «más que mariposas en el estómago, llevo el Krakatoa dentro», asegura emocionado. No hay nada más intenso que el amor en esa fase inicial: «Además, soy el rey del romanticismo». Eso no quita para que ... sea también una persona carnal: «El sexo es muy importante en una pareja. Yo sigo sin necesitar ayuda para funcionar, pero no soy de tener relaciones por la mañana, prefiero a partir de las dos de la tarde». Aunque no quiere decir el nombre de su novio, sabemos que es político: «Tenemos gustos en común, como el arte, el cine, viajar. Ambos tenemos trabajos muy jodidos, pero no voy a dejar que la política eche a perder mi relación. Hablamos con mucho respeto y sin que nos afecte».
El artista reconoce que sería difícil mantener una relación con alguien cuyo ideario fuera 'radicalmente' distinto al suyo: «Claro que puede haber diferencias, pero si son radicales es algo difícil de superar. Yo creo en la libertad, en el respeto a las minorías». Se conocieron hace años, en un restaurante. Enrique salió a fumar y se lo encontró fuera, fumando también. Charlaron un rato. La cosa no pasó de ahí porque tenían pareja. Se reencontraron en el Círculo de Bellas Artes. Esta vez, ambos habían dejado de fumar, así que no tenían excusa para salir. En lugar de encender un cigarrillo, quedaron para ir al teatro: 'Romeo y Julieta', la obra elegida. Una premonición. Salvo por el final, claro.
A Enrique le llueven las ofertas para contar su vida, en libro y en serie: «Yo no haría como Miguel Bosé, que de tanto maquillar su pasado se lo ha inventado todo. Si yo cuento es para ser sincero, porque hay gente que lo ha vivido conmigo. Voy a contar la verdad, no por el morbo. Tengo mis diarios y hay mucho por compartir todavía, porque tengo una vida espectacular y he conocido gente de primer nivel, desde David Bowie a Truman Capote». Se considera un tipo tenaz, exigente: «No creo en la perfección. Creo que en la vida hay que fracasar de vez en cuando para volver a levantarse». Y un detallista: «Me gustar usar los 'te quiero', me gusta tocar, hacer feliz a la gente que quiero». Como buen artista, se confiesa un soñador: «Si no lo fuera con 66 años no estaría vivo. Si pierdo los sueños, ¿qué me queda? Yo me como la vida todos los días, me apasiona».
Para sentirse en paz, Enrique se apoya en la economía, la salud y la gente que le quiere: «Me siento un privilegiado, pero también me lo he currado. Las nuevas generaciones lo quieren todo ya, y hay que saber esperar. También hay que aprender a admirar y respetar a los demás. Lamentablemente, en este mundillo hemos creado monstruos y consumimos mamarrachos. Eso no me da paz, precisamente». Eso, más bien, le saca de sus casillas, como «la censura que padecemos, porque ahora te meten caña por todas partes». Aunque, para caña, la que mete él en todos los programas en los que participa como colaborador: «Ahora parece que hablar claro es ser polémico. Si yo veo una injusticia, ¿tengo que callarme? ¿Operación Avestruz? Yo no me callo. A lo mejor me equivoco, pero si yo veo algo mal, lo digo. Estoy harto de traidores y de unos medios que han jugado con el miedo. He defendido a muchos compañeros que luego no me han dado ni las gracias, por eso cada vez doy la cara por menos gente. Eso sí, nadie me mete una mordaza en la boca, prefiero un bocadillo de chóped».
El niño de 'Cinema Paradiso'
En ese Seat 600 en el que cabía todo lo que uno pueda imaginar, el pequeño Enrique viajaba a Benidorm a pasar los veranos en familia. «Si te portas bien, vamos al parque de atracciones», le dijo su madre antes de irse al rodaje de una película con George Sanders. Y ahí lo tienen, esperando el premio por su buen comportamiento: «No era un niño travieso, pero sí muy amigable. Me gustaba hablar con todo el mundo, con los vecinos, con los tenderos, que me regalaban pan y chocolate que luego usaba como moneda de cambio para entrar en el cine, porque ofrecía el bocadillo al acomodador para que me dejara colarme y ver las películas de la sesión doble junto al proyeccionista.
Era como en 'Cinema Paradiso', literalmente». Enrique sentía una gran admiración y respeto por su madre, una mujer separada que pasó por momentos duros debido a su condición en aquella época: «No la dejaban ir a misa, no le vendían en algunas tiendas, necesitaba el permiso del marido para muchas cosas. Pero ella era fuerte. Mi madre leía mucho, le gustaba la pintura y me llevaba al Museo del Prado. Cuando empecé a mostrar mi interés por el cine y el teatro, me daba dinero para que fuera al Café Gijón y viera de cerca a los artistas». Enrique no era de jugar al fútbol ni de hacer pandilla, lo suyo era dejarse llevar por la imaginación y quedar atrapado por la magia del cine.
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