Cuando Chábeli Iglesias imitaba a su madre ejerciendo de rompecorazones y vendedora de exclusivas
La hija mayor de Julio Iglesias e Isabel Preysler ahora vive una vida más tranquila alejada de los focos
El motivo de peso de Chábeli Iglesias para instalarse en la casa de su madre, Isabel Preysler, en Madrid
Álex Ander
Contaba el experimentado periodista Basilio Rogado que a principios de los años noventa, siendo él director de Diez Minutos, apareció por las redacciones de las revistas del corazón un chico, de nombre Ángel Alonso, que se presentaba como mánager de Chábeli Iglesias. ... Para entonces la hija de Isabel Preysler y Julio Iglesias ya había realizado algún acercamiento a la prensa del colorín. «A pesar de su juventud», escribió en su libro 'Negocios del corazón', «fracasados sus estudios y con esporádicos trabajos en televisión, tan fugaces como bajos eran los índices de audiencia de sus insulsos programas, Chábeli lo tenía bien claro: si no podía dar un paso sin tener un fotógrafo detrás, ¿por qué no podía aprovechar su vida para convertirla en una profesión?».
En otras palabras, la primogénita del cantante español más internacional decidió que su intimidad tenía un precio y que estaba dispuesta a cobrarlo. «La tarifa de cada inédito, acaramelado y emocionante episodio, acompañado de preciosas y estudiadas fotos de unas no menos pensadas poses rondaba los tres millones de pesetas negociables. A precios tan apetitosos no sorprenden las constantes y efímeras relaciones de la joven Iglesias con personajes del sexo opuesto, achacables mucho más a la buena marcha del negocio que a la propia velocidad e inconstancia de la chica y al error permanente en la elección de sus novios», apuntó Rogado.
Alrededor de una decena de amigos especiales de Chábeli pasaron por las revistas del corazón hasta la llegada a su vida de Ricardo Bofill. El primero de ellos, Antonio Garrigues, hijo del conocido político Antonio Garrigues Walker, le sacaba cuatro años (ella tenía catorce y él dieciocho). Se conocieron en septiembre de 1985, en una fiesta organizada en el antiguo colegio madrileño de Chábeli. Ella se empeñó en que le enseñase a jugar al pádel, modalidad en la que el muchacho era campeón de España, y ya se sabe que el roce hace el cariño. «Es muy extrovertido», comentó ella. «Ambos tenemos un carácter muy parecido y como amigo es fenomenal». Por lo visto, Chábeli no soportó que su chico comenzase a acaparar páginas en las revistas por sí mismo, y rompió con él cuando el susodicho protagonizó una portada.
Después se hicieron públicas unas presuntas cartas de amor que en su día envió Chábeli a Alfonso Goyeneche, hijo de la condesa de Ruiz del Castillo. Aquello hizo que Isabel Preysler montara en cólera y usara las revistas para acusar de alguna forma a Cristina Ordovas, madre de Alfonso, quien le siguió el juego y respondió a la socialité. Chábeli restó siempre importancia a los cuchicheos sobre aquella supuesta historia de amor: «Antes de regresar a los Estados Unidos tras mis vacaciones de Semana Santa, fui a casa de Alfonso para despedirme, tal y como hice con el resto de mis amigos. Alfonso estaba todo el día detrás de mí. De hecho, me llamaba a Miami casi a diario, y me escribió muchísimas cartas durante el último año».
En verano de 1987, Chábeli se trasladó junto a su madre y hermanos a Marbella, donde siguió acumulando romances. Las revistas fueron testigos de su noviazgo con el rubio y apuesto Pablo de Hohenlohe, sobrino del príncipe Alfonso, con el que iba siempre a todas partes. Después de que se publicaran las fotos 'exclusivas' de la pareja posando como dos enamorados, Pablo invitó a un paparazzi a un evento privado en la playa del Marbella Club, y este sacó un puñado de fotos a los tortolitos, en actitud algo más que cariñosa, que llegaron hasta Isabel Preysler antes de que fuesen publicadas y a ella no le gustaron nada. La socialité logró que las imágenes no salieran a la luz y convenció a su hija de que rompiera con aquel jovencito de apellido ilustre.
Mientras estudiaba en la Gulliver Preparatory School de Miami, ciudad donde vivía con su padre, Chábeli se confesó loca por un joven cubano, Carlos Echevarría, con el que salió hasta marzo de 1989. El hombre, al que por lo visto no le gustaba la popularidad que rodeaba a Chábeli, fue pronto sustituido por otro Carlos, un dominicano apellidado González, al que luego cambiaría por Pedro de Felipe, hijo del exjugador de fútbol del Real Madrid, que estudiaba Empresariales y jugaba en la cantera del equipo merengue, pero no llegó a profesional.
Todas aquellas amistades con derecho a roce terminaron cuando llegó el que, según dijo ella misma, fue su primer gran amor: Fhadi Mudarres. Aquel millonario libanés fue el único de los amigos íntimos que Chábeli presentó oficialmente a su familia, con la que acudía públicamente a cualquier tipo de acto. En la primavera de 1990, los dos se fueron a vivir juntos a Washington, donde él estudiaba Derecho y ella decidió probar suerte en una escuela de Arte y Diseño. Cuentan que Julio Iglesias le prestó a su hija cuarenta millones (que había ganado cuando hizo la campaña publicitaria para una firma japonesa de refrescos) para que pudiera comprarse un piso que la joven amuebló luego con la venta de exclusivas.
Pero a finales de aquel mismo año los celos se llevaron por delante esa relación. «Anunciaron, naturalmente, su separación oficial con una nueva exclusiva, y la niña, ya convertida en mujer, empezó a viajar: de Nueva York a Washington, de Washington a Miami y de Miami a Madrid», cuenta en su libro Rogado. «Y la historia se repitió de nuevo: un oftalmólogo, un diplomático y un antiguo amor fueron las nuevas conquistas hasta la reconciliación con Mudarres, proclamada de nuevo oficialmente en la prensa del corazón». Basta echar un vistazo a la prensa de la época para comprobar que Chábeli encontró en los reportajes posados un auténtico filón.
Tras una temporada trabajando con Ángel Alonso, decidió poner sus asuntos periodísticos en manos de la agencia de prensa Keystone-Nemes. Con ellos andaba ya cuando a principios de 1993 una revista destapó su inminente boda con Ricardo Bofill, gracias a una indiscreción del doctor Iglesias Puga que sentó como un tiro a la novia. Poco después, el enlace se haría oficial en ¡Hola!, que se frotaba las manos pensando en las fotos de Chábeli vestida de blanco. Al final, Lecturas, Semana y Diez Minutos, convencidos de que lo mejor era compartir la exclusiva, llegaron a un acuerdo con la revista de Eduardo Sánchez Junco y la agencia de prensa de la protagonista: 30 millones de pesetas a repartir equitativamente entre las cuatro cabeceras.
También se acordó que las fotos las harían los profesionales de la agencia Keystone, y que en la boda, celebrada en septiembre de 1993 en el despacho de arquitectura del padre del novio, tan solo se contaría con la presencia de un redactor de cada revista. Las cuatro publicaciones vendieron todo el papel que lanzaron al mercado y los quioscos se quedaron a la espera de nuevas ediciones que nunca llegaron. Menos éxito comercial tuvo la exclusiva con las fotos de su luna de miel en las playas de Barbados, por la que los recién casados consiguieron tres millones de pesetas de cada revista.
Tras ese viaje, Chábeli, que, como hiciera su madre, se autocalificó como periodista para la revista ¡Hola! en 1991, empezó a trabajar en su programa de televisión El show de Chábeli, en la cadena americana Univisión, que le pagaba nueve millones de pesetas por entrega. En las Navidades de 1993, Ricardo y ella lanzaron al mercado Chábeli: de niña a mujer: enamorada, una especie de biografía audiovisual de la hija de Isabel Preysler, a través de un vídeo realizado por el propio Bofill junior. La cinta no cumplió las expectativas, pero este fiasco no desalentó a Chábeli, que todavía dedicaría unos años más a disputar el título de reina de corazones, en posesión de su madre.
Apenas había pasado un año y medio del bodorrio cuando la abogada de Chábeli lanzó un comunicado explicando que la pareja se había separado de mutuo acuerdo, en teoría por «desavenencias surgidas en la vida conyugal». Luego, la propia protagonista de la noticia matizó que Ricardo y ella tenían estilos de vida muy distintos, por no decir que el catalán era adicto a la juerga y las drogas. «Me había vuelto un egoísta, me había convertido en una bête du circ, en un exhibidor folclórico de mí mismo, metido en una espiral de falta de respeto por la familia, por las mujeres y por mí mismo. Era un sádico hedonista que causaba daño a los demás sin que me afectase», confesaría el propio Ricardo, al que su familia ayudó a entrar en una clínica de rehabilitación.
En 1997, totalmente recuperada de su desengaño amoroso, Chábeli volvió a anunciar vía exclusiva que salía con un empresario norteamericano, James Miller, que le sacaba trece años. «Antes sentía que podía manipular a todo el mundo. Con Jaime es distinto. Es la única persona de las que ha salido conmigo que me domina», comentó sobre un hombre al que a principios de los 2000 sustituyó por Christian Altaba, hijo de un empresario inmobiliario de origen mallorquín que residía en Miami. La pareja se casó en octubre de 2001, estando ella ya embarazada de su hijo Alejandro, al que en 2012 le dio una hermanita, Sofía, que vino al mundo con una exclusiva bajo el brazo. También fue en ¡Hola!, la misma publicación que Chábeli escogió para desmentir aquella noticia de que su marido le había puesto la mano encima. «Puse una denuncia, pero luego la retiré para no magnificar lo que simplemente había sido una discusión de pareja».
Según dijo luego a una conocida revista de moda, su matrimonio «es mucho más sólido» desde que denunció al maromo. Lo que tampoco parece presentar fisuras es la cuenta corriente de la pareja, que hoy día vive en una mansión en Palm Beach. Aunque al casarse con Christian empezó a cumplir su sueño de ejercer de madre y esposa adinerada, nuestra protagonista lleva años trabajando a ratos en la decoración de interiores. Y en 2024 fue contratada por TVE para coprotagonizar con su hermano Julio José Iglesias un programa de reformas de casoplones de famosos que, pese a costar la friolera de 245.000 euros por entrega, fue un verdadero fracaso, lo que les granjeó duras críticas tanto a los hijos de Julio Iglesias e Isabel Preysler como a la cadena.
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