Carlos Latre: «La clave para seguir juntos en pareja es hablar»
El cómico nos habla de su familia, de su mujer Yolanda con la que cumplirá 20 años de casados y su éxito imitando a más de 600 personajes
Carlos Latre confiesa tener una «buenísima relación» con los Reyes
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Iniciar sesiónDespués de 300 funciones, Carlos Latre se despide de su espectáculo 'One Man Show' y se prepara para celebrar sus 25 años en la profesión: «quiero que sea algo muy especial porque es muy importante para mí, por mis vivencias en televisión, ... en teatro, en radio. En la vida. Seguramente sea algo interdisciplinar; un libro, no sé, sigo dándole vueltas...« Será original, eso lo damos por sentado, porque en esa cabeza caben ideas maravillosas y 600 personajes con sus voces, sus gestos y una personalidad que Latre hace también suya con una facilidad pasmosa.
A Carlos le gustaría ir a su bola, pero se ve obligado a mantener una estricta rutina: «Soy un improvisador nato, pero con la vida no tengo otra que llevar una agenda alemana. El 95% de mi día a día está cerrado, pero en ese 5% restante está la libertad, la sorpresa, la chispa«. Su mujer, Yolanda, es quien controla que todo funcione: «Tengo la suerte de ser llevado por personas cabales. Yo llego y hago lo mío.» Carlos y Yolanda están casados, aunque vivieron una separación que Carlos definió como un 'reseteo' de la relación: «Estamos maravillosamente, fue lo mejor que nos pudo pasar. En cierto modo, es una nueva aventura. Vamos a hacer 20 años de casados. Se dice que una persona cambia cada 7 años. Cambia de ideas, de gustos, todo. ¿Cómo no va a cambiar entonces una pareja? Hay cariño, amor, pasión. Pero la pareja son dos individualidades que quieren seguir juntas y para eso deben hablar. Esa es la clave«.
Ambos tienen una hija. Candela, de la que su padre está muy orgulloso: «es diferente, especial, lista, divertida, empática, muy querida. Es una llama, pura candela. Es más madura que yo. Con ella yo siento que soy más niño que antes. Cuando nació me hizo ser más responsable y de pronto me vi al otro lado, en el papel de mis padres, diciendo cosas tipo '¡A que voy y lo encuentro!' o frases de esas que nunca pensé que diría«.
Carlos no es supersticioso, pero es de tocar madera por si acaso: «pero porque me gusta el tacto, la sensación. Me encanta abrazar árboles». Tampoco tiene muchas manías, pero ha convertido en costumbre «sonreír antes de acostarme y al levantarme, es lo primero y lo último que hago cada día, sonreír». Aunque lo que más paz le procura es el mar: «Me gusta sentarme frente al mar, bañarme al atardecer. También la mística de los elementos, como en el solsticio de verano, con el fuego renovador. Me gusta cambiar de piel para seguir siendo único. Hay que ser inimitable, te lo dice un imitador, porque ahí radica la magia de cada persona«. Por contra, le disgustan las injusticias, la gente falsa, los cobardes que se escudan en la mentira.
Hijo Predilecto de Castellón, su ciudad natal, está feliz de entrar en la galería de los ilustres: «es un reconocimiento a la comedia, al humor«. Es un sueño hecho realidad, aunque todavía le queda uno muy importante por cumplir: »estar bien conmigo mismo, porque me he boicoteado mucho a lo largo de mi vida. Me gustaría estar en paz, no ser tan exigente ni pensar constantemente en cómo mejorar«.
El diablillo sonriente
Ahí donde le ven, con esa cara de angelito, de pequeño Carlos era un auténtico demonio. «Era muy simpático, muy risueño, pero muy acelerado, muy trasto. Si mis padres pensaban cualquier barbaridad, yo ya la había hecho. Iba a casa de mi abuela, le abría todos los botes de gel y luego llenaba la bañera. Mi padre era diseñador gráfico, recuerdo haber hecho una montaña con papel vegetal y prenderle fuego. Una vez corté con un serrucho las ruedas de las bicis de los amigos de mi hermano«, con el que se ha llevado muy bien toda la vida: »alto, moreno, pelo rizado, tranquilo, un trozo de pan, todo lo contrario que yo«.
El proceso era el mismo siempre: alguien en casa se preguntaba inquieto primero '¿Dónde está Carlos?'; luego, al descubrirlo, el grito para regañarle: '¡¡Carlos!!' Al final le perdonaban por gracioso. Y así descubrió que el humor era una forma de conquistar a la gente: «fue algo instintivo. Cuando hacía voces les hacía felices y eso me hacía feliz a mí». En el colegio, la pandilla le pedía «que hiciera una ronda de imitaciones«.
En aquellos años, Carlos era un adolescente gordito cuyo complejo dejó cierta huella en su personalidad: «era una sociedad faltona en la que crecimos preparándonos más para la supervivencia que para el compañerismo, pero yo no sentí mal por 'bullying', no tuve problemas de exclusión ni me sentí maltratado«. Carlos no se recuerda como un chaval especialmente ligón: «iba a un colegio mixto y tenía el ojillo puesto en alguna compañera de clase, pero estábamos más preocupados en jugar a la pelota«. Hasta que se revolucionaron las hormonas y, con ellas, se pasaron a juegos como 'Verdad o Atrevimiento'. Es lo que pasaba cuando no existían los móviles.
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