Carlinos reales: la pasión secreta de Eduardo VIII y Wallis Simpson que marcó sus vidas
Mientras su amor sacudía al Reino Unido, los duques de Windsor llenaban su vida de lujos y extravagancias… y de once adorables carlinos que eran los verdaderos reyes del hogar
Secretos de mayordomo: de cómo Wallis Simpson «tiranizó» al Rey Eduardo VIII de Inglaterra
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Iniciar sesiónEntre la abdicación más famosa de la historia británica y el escándalo de un amor prohibido, Eduardo VIII y Wallis Simpson compartieron un secreto adorable: su pasión por los carlinos.
No eran uno ni dos: la pareja crió once carlinos, con ... nombres tan curiosos como Trooper, Black Diamond, Davy Crockett, Disraeli, Imp o Ginseng. Amigos cercanos aseguran que estos pequeños «vivieron la vida que Eduardo y Wallis no pudieron tener con hijos», con collares de plata, abrigos de lujo y menús diarios preparados por un chef personal. Capón, filete, pero jamás galletas industriales.
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La afición no era nueva en la realeza: la Reina Victoria también sucumbió a estos perros de hocico chato, llegando a tener casi 40 ejemplares y mandando construir una perrera especial en Windsor. Pero ningún royal mimó a sus carlinos como Wallis, que incluso bordó sábanas, toallas y cojines con su silueta, y mandó retratar a su perro English con sus fechas de nacimiento y muerte (1955-1964). Ese cojín llegó a subastarse en Sotheby's por 13.800 dólares.
La pasión por estos perros se reflejaba incluso en la vida pública. En 1957, el fotógrafo Richard Avedon, buscando capturar la humanidad de la pareja en la Suite 28A del Waldorf Astoria de Nueva York, relató una historia trágica de un cachorro atropellado. La emoción que despertó en sus rostros dio lugar a un retrato icónico, hoy en la National Gallery de Londres.
Cuando Eduardo falleció en 1972, su carlino James murió poco después «de pena», confirmando que estos animales no eran solo mascotas, sino verdaderos miembros de la familia.
Además de su cuidado, los carlinos inspiraban objetos decorativos y de lujo por toda la residencia de los Windsor. Fotografías de su dormitorio muestran once cojines con forma de carlino alineados en el sofá, algunos de algodón, otros de terciopelo, algunos pintados a mano. ¿Uno para cada perro? Probablemente. Cada rincón del hogar reflejaba el amor y la devoción por estos pequeños reyes.
Entre lujo, colecciones y retratos, los carlinos no solo acompañaban a Eduardo y Wallis, sino que eran un reflejo de la vida fastuosa y caprichosa de la pareja, tan intensa y extravagante como su historia de amor.
Por otro lado, las memorias inéditas de su mayordomo Alan Fisher, ahora subastadas, retratan la vida de lujo y ostentación de los duques de Windsor en plena posguerra. Entre fiestas, alta costura y extravagancias, los carlinos reinaban en cada rincón de su hogar. Como resumía Fisher: «La duquesa me enseñó todo lo que sé… y vivían a una escala que superaba de lejos a la Familia Real».
Entre la leyenda de un amor que derribó un trono y la realidad de personalidades intensas y dominantes, los carlinos se llevaron sin duda el título de auténticos protagonistas en la casa de los Windsor.
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