Ana, la futura marquesa de Torroja que nunca quiso ser aristócrata
Tras el fallecimiento de su padre José Antonio, se abrirán los trámites para la sucesión del título franquista
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Iniciar sesiónA José Antonio Torroja siempre le gustó ironizar con la notoriedad que adquirió su familia. En realidad, solo era puro orgullo. Recordaba ese momento en el que pasó de ser hijo de a padre de. Su progenitor, el arquitecto e ingeniero Eduardo Torroja Miret, ... proyectó las famosas cubiertas del Hipódromo de la Zarzuela o el Frontón Recoletos. Considerado un mago del hormigón armado, en 1961 Francisco Franco le otorgó, a título póstumo, el marquesado de Torroja, por «la realización de importantísimas obras públicas en nuestra Patria». Con la llegada de los 80, a José Antonio, un prestigioso ingeniero de caminos, canales y puertos, empezarían a señalarle en la escena social como el padre de la voz de seda de España, una cantante llamada Ana Torroja que conquistaba los escenarios de la mano de Mecano. La artista es la mayor de los seis hijos que tuvo con su esposa María del Carmen Fungairiño , hermana del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño.
La relación padre hija siempre fue muy estrecha. Ana se crió en la colonia de El Viso, estudió en un liceo bilingüe y perdió a su madre con solo 25 años, intensificando los lazos con su progenitor. José Antonio se emocionaba al escuchar ‘Eungenio Salvador Dalí’, una de sus canciones favoritas de las publicadas por la banda.
«Era una familia superunida y él siempre se mostró muy orgullosa de su hija. Lo que he aprendido de los Torroja es una unidad tremenda, a pesar de la fama. A Ana su familia le ha venido muy bien, yo recuerdo a José Antonio en los conciertos de Mecano y luego de Ana en solitario, pero buscaba el segundo plano», asegura a ABC una persona de su entorno.
El pasado miércoles, José Antonio Torroja Cavanillas fallecía en Madrid a los 88 años de edad. Desde el Consejo de Administración y los empleados de Torroja Ingeniería mostraban su pesar con una esquela publicada ayer en este periódico.
Polémica ley
El padre de Ana ostentó desde 1966 el título de segundo marqués de Torroja, uno de los cinco que se salvó de la quema del anteproyecto de Ley de Memoria Democrática de Pedro Sánchez. Aunque fue entregado durante la dictadura, «nada tiene que ver con la llegada de ella», en palabras de Carmen Calvo, quien había impulsado esta iniciativa y cuya salida del Gobierno ha obligado a aplazar la aprobación de la Ley prevista para el pasado martes. Ana Torroja, siendo la primogénita, sería la heredera natural del título. No obstante, siempre ha defendido que los títulos hay que ganarlos a pulso, sin mostrar demasiado interés en él. En más de una ocasión declaró que no pretendía ser aristócrata y que ni ella ni sus hermanos lo reclamarían.
Según fuentes consultadas por ABC, la muerte de su padre podría haberle hecho cambiar de opinión, por el valor sentimental del título y el significado familiar que representa. Además, en una entrevista con ‘S Moda’ declaraba: «A mí me daba un poquito igual pero a mi padre le hace ilusión que siga, así que seguramente hagamos los trámites».
Ana siempre ha sido consciente de la gran dimensión que alcanzó la obra de su abuelo y en las entrevistas suele rememorar una anécdota durante la etapa que vivió en Nueva York. Al entrar en un centro de masajes y dar su nombre, un chico norteamericano sentado tras la recepción le preguntó; «¿Torroja, hija de Eduardo Torroja?». Enloqueció al saber que ella era su nieta y le pidió una foto y un autógrafo. Su padre José Antonio continuó el legado. Presidente de Torroja Ingeniería, en los 80 se hizo cargo de la dirección de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid y el último de los muchos reconocimientos que recibió fue el Premio Nacional de Ingeniería Civil en 2007.
Ana lleva una apacible vida en México, con su marido, el ingeniero de sonido cordobés Rafa Duque , con quien se casó en 2003 y con el que ha tenido a su única hija, Jara, de 16 años. Su mudanza coincidió con el fraude a Hacienda por el que fue condenada en 2014 a pagar alrededor de 1,5 millones de euros tras pactar para no ir a prisión. Las malas lenguas lo interpretaron como una huida. Ella es feliz lejos de los focos.
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