Adiós a Manolo Santana: un galán dentro y fuera de la cancha

Los últimos años entre Mila y Manolo fueron muy complicados. Desde su atalaya televisiva, la colaboradora denunció, vehemente y reiteradamente, que el deportista había descuidado sus funciones como padre, que se encontraba aislado, casi secuestrado, por Claudia, su última mujer, a la que señaló como responsable e instigadora de la crisis familiar. A pesar de los furibundos ataques, Manolo intentó no participar en esa lucha mediática y sólo acudió a los tribunales cuando la situación era del todo insostenible. El destino ha hecho que, en poco más de cinco meses, la muerte les haya vuelto a unir. Aunque él no se despidió públicamente de Mila, lo cierto es que recibió y leyó mensajes de la prensa que le pedía un último recuerdo para ella.

El tenista cerró filas en torno a su esposa y, en pequeños corrillos, mostraba su total disconformidad con la innegable campaña de desprestigio contra Claudia. Por aquellos entonces, Manolo también se lamentaba de la inacción de su hija, por quien se desvivió durante la infancia y adolescencia cuando Mila cayó en las redes de la mala vida y exigió soledad y tiempo para reconstruirse. Manolo ejerció de padre y madre con la ayuda de Otti Glanzelius de la que se separó en 2008.

Tras su divorcio, Manolo formalizó su noviazgo con la colombiana Claudia Rodríguez . A la empresaria, que actualmente administra todas las propiedades y sociedades del ex deportista, le persiguió la alargada sombra del interés. Harta de que se cuestionase su papel como esposa abnegada, quiso aclarar en ABC que el perfil que sobre ella se ha trazado a lo largo de estos años no se corresponde con el real. Sobre todo con el manejo de la fortuna: «Yo hago mucho por la empresa, pero él está aquí, y sabe perfectamente todo lo que se hace o se deja de hacer, por favor».

Durante los últimos tiempos, Manolo estaba bien cuidado. Se levantaba a media mañana y solía pedir que le trasladaran hasta la escuela de tenis que lleva su nombre. Allí, mientras Claudia hacía gestiones, resolvía papeleo y organizaba agendas, él se distraía leyendo la prensa, tomándose un refrigerio y observando el milagro de la vida. Se quedaba obnubilado viendo el horizonte y pensando en todo aquello que le quedaba por hacer: «Es un hombre feliz», me repetía su mujer mientras se dirigía a él en tono cariñoso: «¿Quieres que te traigan algo de beber? Mirale, que guapo que está». «No, no, estoy bien así», contestaba él, devolviéndole el mismo amor.

Es cierto que Claudia ejercía de filtro, que en los últimos tiempos evitaba que se pudiera tener acceso directo a él, esquivando mensajes y llamadas telefónicas en busca de un morbo quizás innecesario: «Todas las peticiones que llegan, se las consulto y él decide». Estaba harto de que a su mujer se le señalara con el dedo acusador: «Es una mujer maravillosa, que me cuida y me quiere» dijo la última vez que ABC pudo hablar con él. En ese sentido, fue él quien le aconsejó que se dejara de aclarar ante ciertos medios las falacias que sobre ella se contaban: «Él me dice siempre, en todo momento, que es mejor callar. Lo que pasa es que alguna vez, evidentemente, me pongo nerviosa».