«Ningún niño ni adolescente debería ponerse a dieta o llevar una alimentación restrictiva»
Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea y secretaria científica de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA), explica cómo deben actuar los padres en los hábitos alimenticios de sus hijos
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Iniciar sesiónEspaña es el tercer país de Europa con mayor prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil con un 14,2% de obesidad en niños y jóvenes, tras Grecia (18%) e Italia (15,2%), según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta patología, muy preocupante a ... estas edades tempranas, tiene consecuencias nefastas para la salud, y la pandemia del Covid-19 ha provocado que las cifras de afectados aumenten. Pero, ¿a partir de qué edad se considera un problema y se debe poner a un niño a dieta?
Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea y secretaria científica de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA), considera que «no existe una edad como punto de corte a la que un niño se puede «poner a dieta». Ningún niño, y ni siquiera adolescente, debería ponerse a dieta o llevar una alimentación restrictiva o con un control las calorías que ingiere. Es una edad en la que el cuerpo está en continuo crecimiento y cambio, requiere un plus calórico y de algunos nutrientes implicados de forma directa en el desarrollo. Y, además, es una etapa en la que los hábitos alimentarios los absorben como esponjas. Si les establecemos una dieta puede ser contraproducente y aumenta el riesgo de que desarrollen obsesión con la comida, conductas alimentarias negativas o, incluso, trastornos de la conducta alimentaria en la adolescencia. Existe evidencia científica de que los niños que durante la infancia tienen más restricciones de comida o prohibiciones, generan más conductas compulsivas o de atracón, terminan consumiendo más productos procesados de baja calidad, altos en calorías, grasas y azúcares, y podrían tener más riesgo de ser comedores emocionales e, incluso, padecer obesidad a medio plazo«.
Añade que si un niño tiene obesidad «es preferible simplemente mejorar hábitos de alimentación del día a día sin dietas estrictas o planes cerrados de comida, y fomentar una mayor práctica de actividad física, de vida activa y modificar su ocio hacia actividades menos sedentarias«.
¿Qué determina que deban proceder los padres a modificar su alimentación?
Cualquier niño, sea cual sea su composición corporal, debe llevar una alimentación lo más saludable posible, lo que no significa que esté exenta de caprichos o días especiales. Los padres deben procurar modificar hábitos alimentarios de los niños siempre y cuando estos no sean saludables. Por ejemplo, cuando en la alimentación primen productos procesados de baja calidad en lugar de alimentos reales o cuando se consuman demasiados productos azucarados, refrescos, galletas y bollería, embutidos… En esos casos debe reducirse paulatinamente su consumo evitando que sea una costumbre incluirlos a diario en desayunos, postres, media mañana o merienda, o para camuflar comidas como verduras (con salsas, kétchup…), introduciendo mayor cantidad de frutos secos, frutas, legumbres, verduras… Si, además, el niño tuviera obesidad o alguna patología crónica de prevalencia creciente en la infancia, todavía con más razón debemos hacer hincapié en la mejora de estos hábitos, junto al ejercicio físico para revertirlo. Pero no debería ser el único factor determinante. Es importante destacar este aspecto, ya que es habitual escuchar en consulta frases como «mi hijo puede comer de todo porque está delgado», o «mi hijo consume galletas, bollería en el desayuno porque necesita energía, es un niño y no tiene exceso de peso».
¿Quién se encarga de ello: el pediatra, un nutricionista, endocrino...?
La mejora de hábitos alimentarios y del estilo de vida es importante que sea llevada a cabo por profesionales sanitarios de forma integrada en un equipo multidisciplinar. Los hábitos alimentarios saludables pueden y deben ser promovidos en general por los diferentes profesionales de la salud que traten con la infancia, pero es cierto, que es la figura del Dietista-Nutricionista la especialista para abordar con profundidad el cambio de hábitos para hacer recomendaciones específicas de alimentación y llevar un seguimiento. En caso de que los padres quieran asesoramiento especializado para mejorar la alimentación en casa o planificar mejor una rutina de comidas, deben acudir a un dietista-nutricionista siempre.
¿Solo conviene una dieta cuando el niño es obeso?
En absoluto. La palabra dieta es un término que se ha afeado en los últimos tiempos, pero realmente dieta significa «patrón habitual de alimentación o de comidas». Por lo tanto, una dieta saludable, equilibrada y completa la deben llevar todos los niños independientemente de su peso o condición. Un menor puede llevar una dieta malsana sin tener exceso ponderal, y tiene la misma importancia que mejore su alimentación. Si, además, tiene exceso de grasa corporal habrá que revisar aquellos hábitos que promueven la obesidad tanto alimentarios como de actividad (sus desayunos, snacks entre horas,…), para ayudarle a mejorar su composición corporal en beneficio de su salud.
Generalmente se habla de la dieta de adultos, pero ¿qué es lo que más cuesta a los menores a la hora de ponerse a dieta o cuidar su alimentación?
El niño nunca es el que decide «ponerse a dieta» porque apenas suele tener potestad sobre sus elecciones alimentarias. Partiendo de la base de que no habría que ponerle a dieta, sino hacer una planificación alimentaria saludable en la se reduzcan productos insanos, no debería suponer un esfuerzo adicional para él, ni física ni mentalmente. Lo que más les cuesta, en base a lo que veo en mi experiencia, es cuando les «ponen a dieta» erróneamente, restringiéndoles alimentos, racionándoles los platos, prohibiéndoles caprichos que su entorno sí se va a comer, o diferenciándolos de lo que comen el resto de los niños en días especiales o lo que comen los hermanos en casa. Pero es que eso no debería pasar en ningún niño, y se ha demostrado que puede causar verdaderos estragos en la salud mental tanto durante la infancia, como sobre todo en la adolescencia y edad adulta.
¿No debería ser más fácil, ya que son sus padres los que les ofrecen las opciones para comer evitando así de alguna manera posibles tentaciones?Alimentar de forma saludable a un niño debería ser fácil a base de educación alimentaria, y de ver en casa que sus padres o convivientes también lo llevan a cabo. De esta forma, los niños son como esponjas que copian el modelo de sus padres, y además ven comer saludable como «lo normal» y la comida malsana «como puntual para días puntuales o especiales». El problema radica en que normalmente esos productos malsanos están camuflados en el día a día y en muy alta cantidad: en desayunos llenos de galletas, bollería, cacao azucarado…; en meriendas altas en azúcares, harinas y grasas refinadas… El foco debe ponerse en ayudar a aprender a los padres para que así puedan transmitírselo a sus hijos. Ese sería el enfoque más adecuado y NO poner a dieta a los niños directamente.
Y los niños, ¿también comen por ansiedad? En este caso, ¿cómo debería abordarse el tema, con un psiquiatra o con un nutricionista?
Claro, todo el mundo es comedor emocional porque todos comemos por emociones muchas veces: ansiedad, tristeza, aburrimiento, alegría… Y los niños también pueden ser comedores emocionales habituales y comer por ansiedad o estrés de forma compulsiva, en forma de atracones, o a base de productos insanos que tenga a su alcance. En este caso, el abordaje debe ser siempre en equipo. El Dietista-Nutricionista dará pautas de alimentación saludable, pero necesitamos la figura del psicólogo para que le ayude con el problema real: la ansiedad que el niño vuelca o paga con la comida.
¿Cuáles son las principales razones por las que comen por ansiedad?
La ansiedad infantil existe y en mi opinión está infravalorada. Muchas veces me he encontrado en consulta que un motivo común de que el niño coma por ansiedad es que le restrinjan la comida o le hagan prohibiciones directas de alimentos, no le dejen comer más cuando tiene hambre… Entonces van generando al niño una mala relación con la comida, que a veces coman por ansiedad y compulsivamente cuando no les ven, o cuando tienen oportunidad. Y normalmente, en esos casos, es a base de productos insanos. Por esta razón, incido tanto en que ser estrictos con la alimentación en los niños no tiene beneficios, sino peligros que terminan volviéndose en contra.
¿Es una dieta la solución en estos casos concretos?
Para nada. Al contrario, la dieta suele ser el problema o puede ser la causa de base. Si realmente se promoviera una mayor educación en la salud para los padres y para la comunidad en general, sería la forma de que pudieran hacer buenas elecciones en la compra, y aprendieran a leer el etiquetado de productos infantiles tan insanos, y a distinguir entre alimentos del día a día y para caprichos. De esta forma, todo esto lo llevarían a casa en forma de una despensa más saludable, que se traduce en mejor alimentación para toda la familia. Esa es la verdadera solución en mi opinión.
¿Es más habitual en niños o en niñas?
A edades tempranas hay menos diferencias entre niños y niñas, aunque la tendencia siempre es que las niñas tienden a comer más emocional según los estudios científicos. Son ellas las que más comen llevadas por emociones, ansiedad… sobre todo en la adolescencia. Esto se debe a que la presión social va más en su dirección y los cánones de belleza ya causan estragos desde las primeras etapas de la vida, siendo ellas a las que se les controla más el peso o lo que comen, y las que también son bombardeadas con la «cultura de la dieta» mediante publicidad, el entorno… desde pequeñas.
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¿Qué consecuencias tiene a largo plazo esta forma compulsiva de comer?
A largo plazo, el problema más grave es la afectación en la salud mental. Comer de forma compulsiva habitualmente va a afectar al peso corporal o a la ganancia de grasa, pero eso es la consecuencia y no el verdadero problema. Si se come de forma compulsiva, por atracón… el problema de base es psicológico y debe abordarse como tal, desde la raíz, para que no vaya a mayores en la adolescencia. Además, si no se aborda la mala relación con la comida lleva a tener peores hábitos alimentarios y a que la persona tienda a hacer peores elecciones en su alimentación: mayor ingesta de azúcares añadido, de calorías vacías, de grasas de mala calidad… A costa de: menos verduras y hortalizas, frutas, frutos secos…
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