Halloween

¿Por qué unos niños tienen miedo y otros no?

Joaquín Mateu, doctor en Psicología Clínica y de la Salud y docente de la Universidad Internacional de Valencia, asegura que el miedo es una emoción legítima, como la tristeza o la alegría, por lo que nuestro organismo está perfectamente preparado para sentirlo

Planes para pasar un Halloween de miedo con tus hijos

Según Joaquín Mateu, si un niño no quiere disfrazarse lo mejor es respetar su decisión

En estas fechas en las que las que al salir a la calle no es extraño cruzarse por la calle con vampiros, fantasmas, muertos vivientes o esqueletos dispuestos a pasarlo bien en alguna fiesta de Halloween, hay niños, sin embargo, que cierran sus ojos y ... tapan su cara porque este tipo de imágenes les produce pavor. ¿Por qué unos niños tienen miedo y otros no?

Según Joaquín Mateu, doctor en Psicología Clínica y de la Salud y docente de VIU (Universidad Internacional de Valencia), es normal que algunos niños tengan miedo a esta celebración. Explica que durante el desarrollo de los menores aparecen una serie de miedos adaptativos que tienden a resolverse con el simple paso del tiempo, pero que pueden resultar muy abrumadores mientras perduran.

«Algunos ejemplos de ello son las máscaras (pues podrían ocultar a algún desconocido) y los seres fantásticos, como monstruos, brujas y fantasmas. Las primeras concepciones sobre la muerte, que también debutan en este periodo de la vida y que distan mucho de lo que en realidad es, pueden también contribuir a que se acentúe la experiencia de miedo en festividades como Halloween. No debemos olvidar —matiza— que los niños pueden hacer uso del pensamiento mágico al interpretar la realidad, una forma de entender el mundo que no se rige por la lógica de los adultos. En este contexto las criaturas de la noche pueden ser tan reales como cualquier otra cosa, por lo que representan una amenaza mucho mayor para esta parte de la población. ¡Ser sensibles a estas cuestiones es esencial!

—¿Por qué un niño tiene miedo y otro no? ¿Le condicionará este temor en otros aspectos de su vida?

El miedo, como muchas otras cosas de la vida, depende de las experiencias personales que haya vivido el niño y de su grado de madurez. Muchos de los miedos adaptativos tienden a desvanecerse a medida que vamos desarrollándonos y adquiriendo competencias emocionales o cognitivas, aunque, en ocasiones, se mantienen mucho más tiempo del previsto y llegan a convivir con los propios de las etapas posteriores.

Por ejemplo, en la primera infancia son normales los miedos hacia los sonidos fuertes o las alturas, pero poco a poco van desplazándose hacia otros más complejos de carácter social (abandono de los padres, ruptura de la unidad familiar, fracaso académico, etc.). No debemos preocuparnos por el hecho de que nuestros hijos nos expresen estas inseguridades, por supuesto.

Solo habremos de buscar ayuda cuando percibamos que limitan su capacidad para disfrutar de la vida, realizar actividades significativas o relacionarse con los demás (especialmente de participar en el juego con los iguales); algo que afortunadamente no suele ocurrir con demasiada frecuencia.

—¿Es malo tener miedo?

En absoluto. El miedo es una emoción legítima, como la tristeza o la alegría, por lo que nuestro organismo está perfectamente preparado para sentirlo. Puede precipitarse ante aquellas situaciones que percibimos como peligrosas y detonar conductas de escape o de huida, algo que en ocasiones tiene un profundo valor para la supervivencia (de hecho, ha sido fundamental para que nuestra especie haya llegado hasta donde lo ha hecho...).

No obstante, en el momento en que el miedo inunda nuestra vida puede convertirse en un nefasto consejero, y en el peor de los casos transformarse en un trastorno de ansiedad. Al fin y al cabo, el miedo y la ansiedad son dos fenómenos muy semejantes, siendo la principal diferencia que esta última responde ante amenazas mucho más difusas y ubicadas en el futuro.

Cuando el niño tiene ansiedad puede sentirse frecuentemente preocupado por un amplio abanico de situaciones de la vida cotidiana, e incluso referir molestias físicas difusas (dolor de cabeza, malestar abdominal, etc.) o evitar la escuela u otros espacios fundamentales para su crecimiento saludable. También puede tener reacciones fisiológicas muy abruptas al exponerse a lo que teme, de manera que se dificulte el desarrollo normal de su cotidianidad. En cualquiera de estas circunstancias habremos de buscar ayuda profesional.

—¿Cómo debemos actuar como padres ante el temor de nuestros hijos ante Halloween?

Debemos actuar con normalidad, respetando la voluntad de nuestros hijos. En el momento en que nos expresen sus inseguridades habremos de escucharles con la atención que merecen, amparando su emoción como una parte respetable de todo cuanto son. Las acusaciones de «miedica», u otras similares a esta, no van a convertir a nuestro hijo en alguien más valiente... solo harán que decida mantenerse en silencio en el momento de revelar sus preocupaciones o incluso que sienta que algo dentro de él amerita que se avergüence de sí mismo.

Nuestra labor como padres, al igual que hacemos espontáneamente en el momento en que nuestro hijo sufre algún daño físico (una caída, por ejemplo), es cuidar amablemente de sus vaivenes emocionales. Haciéndolo así favoreceremos que, ya de adulto, pueda regular más apropiadamente sus estados internos (lo que le protegerá de numerosos trastornos mentales).

—No quiere disfrazarse, ¿qué hacemos? ¿Es un error obligarle para que los padres queden bien con el resto de niños y profesores en clase?

Si no quiere disfrazarse lo mejor es, por supuesto, respetar su decisión. Los disfraces deben formar parte de una celebración divertida, y nunca convertirse en una imposición que obedece más a los deseos de los padres que a los de los propios hijos.

Si lo hacemos de esta manera, quizá en algún momento del futuro pueda tomar la iniciativa de participar voluntariamente en estos festejos y exprimir de ellos todo lo positivo.

—¿Cómo calmar su temor?

Lo primero y más importante es normalizar la emoción de miedo; de manera que el niño pueda atenderla sin mayores complicaciones, diferenciarla de otros estados internos que pueda experimentar y resolverla apropiadamente. En el momento en que dramatizamos en exceso el hecho de que el niño sienta miedo estaremos creando un problema donde realmente no lo hay.

También es interesante transmitirle que le comprendemos perfectamente y que puede confiar en nosotros para contarnos todo aquello que le preocupe, sin realizar comparaciones con otros compañeros o compañeras de su misma edad que sí se disfrazan o participan en los actos de Halloween.

El uso del humor también puede ser tremendamente útil, de manera tal que (con mucha sensibilidad) podamos transformar sus expectativas ominosas sobre determinadas situaciones en escenas jocosas que despierten estados emocionales positivos que se opongan a los que estaba sintiendo hasta ese preciso momento.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios