La madre vegana, sobre el disfraz de pescadora: «Es mi hija la que ha decidido no disfrazarse ni desfilar»

Rocío, su marido y sus dos hijas son vegetarianos. Nada fuera de la normal. El centro escolar lo sabe, los vecinos del pueblo en el que viven también y nunca ha habido problema alguno. «El padre de la íntima amiga de mi hija Navia es cazador y no pasa nada. Todos convivimos en un clima de respeto. En el centro escolar no hemos tenido problemas. De hecho, cuentan con opciones vegetales, como la leche de soja. Y en cumpleaños, las familias siempre incluyen opciones veganas», subraya para que no quede duda alguna.

A pesar de ello, el colegio en el que estudia la pequeña ha decidido que la clase se disfrace de pescadores en los próximos carnavales. «Me enteré en la reunión grupal con la tutora el martes pasado», explica, aunque reconoce que ya le habían llegado comentarios al respecto.

De hecho, Navia, de 8 años, ya se lo había comentado. «Y yo, en estos días previos, antes de que la tutora nos lo confirmara, se lo había preguntado», cuenta. La respuesta de la pequeña siempre fue clara y rotunda: «Sí, mamá, el disfraz es de pescadores. Pero yo no voy a ir de eso. Yo voy a ir de Elsa (Frozen)», le contestaba.

Al finalizar la reunión, Rocío, se levantó y se dirigió a la tutora para recordarle que la pequeña es vegana y que el disfraz atentaba contra sus principios morales y éticos. «Todas los tenemos», le contestó la docente, quien le recordó a la progenitora que la decisión había sido aprobada por el claustro y que tendrán que acatar la decisión.

«Al día siguiente por la mañana, mandé al colegio un email recordándoles que la ley me ampara», explica la progenitora. Y es que el artículo 16 del Real Decreto 732/1995, de 5 de mayo, por el que se establecen los derechos y deberes de los alumnos y las normas de convivencia en los centros, dice: «Los alumnos tienen derecho a que se respete su libertad de conciencia, sus convicciones religiosas, morales o ideológicas, así como su intimidad en lo que respecta a tales creencias o convicciones».

Pero lo más importante, para Rocío, es que se está pasando por alto la opinión de su hija. «Hay un adultocentrismo imperante que a mí me deja boquiabierta», asegura, recordando que «yo no obligo a mi hija a no ir disfrazada de pescadora: es ella la que se niega. Navia no quiere ir disfrazada ni quiere desfilar de ello. Dice que no se siente cómoda», recuerda.

Sin embargo, tras la indignación de Rocío en aquel vídeo que tanto se ha viralizado se esconde, al mismo tiempo, otro asunto del que hasta ahora no ha querido hablar. «Navia tiene autismo -explica- y la profesora lleva días castigando a toda la clase sin recreo por el revuelo que causan dos o tres. Dejar a mi hija sin ese tiempo le afecta. Pero no solo eso: ¿por qué castiga a mi hija y al resto de alumnos por algo que no han hecho? Le escribí un email a la tutora preguntándoselo. Y no me ha contestado. En la tutoría dijo que ha sido algo puntual pero lo ha vuelto a hacer».

Sobre qué pasará en los próximos días, Rocío no lo sabe. Quizás el colegio rectifique y encuentre una solución óptima para todos, quizás la tutora deje de castigar y tenga en cuenta el autismo de Navia... o quizás todos los pequeños acaben disfrazándose de otra cosa. Porque, al final, tal y como recuerda la progenitora, «los disfraces tienen una carga política, cultural, social... muy fuerte. Cabe recordar todo lo que se armó cuando el Príncipe Harry se disfrazó de nazi o cuando el año pasado se puso de moda el disfraz del asesino en serie Jeffrey Dahmer a raíz de su serie: las familias de las víctimas mostraron su indignación y acabaron retirándolo», recuerda.

Al final «este tipo de conceptos van calando poco a poco en la sociedad», reconoce Rocío, que recuerda cómo la pesca «arrasa los mares y océanos cuando necesitamos los peces para sobrevivir» porque «no se trata de ir en contra de los pescadores sino contra un modelo que hace daño al medioambiente y que, por supuesto, provoca un maltrato animal intrínseco».