«Los fantasma de la infancia son mucho más decisivos en la vida adulta de lo que nos pensamos, para bien y para mal»
Alain Vigneau acaba de publicar 'El camino del Clown', un «homenaje a las innumerables historias que me fueron relatadas y que, de alguna manera, tenían que llegar hasta el gran público»
Los progenitores apenas pasan 3,5 horas diarias con sus hijos

Alain Vigneau es escritor y confiesa que ha vivido marcado por una infancia trágica. Ha destacado en el mundo del teatro y trabajado con la ONG «Payasos sin fronteras» actuando en diferentes países y lleva más de 30 años ayudando las personas a liberarse de los fantasmas del pasado y a reconectar con su niño interior a través de su innovador método «Clown Esencial». Además, es profesor de Drama y Clown del máster de Arteterapia de la AEC/UVIC en Barcelona. Acaba de publicar su último libro 'El camino del Clown'
Explica que hay personas que se quedan ancladas en los fantasmas de su infancia porque es precisamente «en esta etapa cuando los fantasmas nacen, evolucionan y pueblan nuestro imaginario de sombras y susurros inquietantes. Todo en el alma infantil es desmesurado y susceptible de adquirir dimensiones grandiosas o terribles. En nuestra vital necesidad de dibujar un mapa entendible que nos explicase por qué las circunstancias que nos rodean son lo que son, los fantasmas que creamos en este peculiar tramo de nuestra existencia nos ayudan a configurar una constelación que nos guía por los meandros de la vida familiar, escolar o social».
Añade que «como guías o referencias, y mucho más allá de su aparente condición de fantasmas, adquieren así una enorme importancia en nuestro precoz y desesperado intento de entender un mundo que no nos entiende. «Somos de nuestra infancia como se es de un país», decía Antoine de Saint Exupéry. Si los fantasmas de la infancia fueron poderosos, los adultos que carezcan del consiguiente trabajo terapéutico seguirán inmersos en las quimeras del pasado. Por ello, mi trabajo está enfocado al restablecimiento de una relación sana entre el arquetipo del niño interior y la psique adulta».
- ¿Por qué resulta tan difícil desprenderse de estos fantasmas del pasado? ¿No es el cerebro lo suficientemente maduro para olvidar según la persona va creciendo y se hace adulta?
La fuerza de estos fantasmas nace de que, en su momento, fueron los guías de nuestra travesía, a menudo realizada entre aguas oscuras y amenazantes. De alguna manera, era crear fantasmas o morir de desamparo. La escritora americana Louise Glück dijo: «En la vida se ve el mundo una sola vez, y es en la infancia; el resto es memoria». Concuerdo totalmente con ella y, por eso, el olvido no es una opción: no se puede olvidar lo que está grabado tan profundamente en nuestro cuerpo, en nuestra voz, en nuestras emociones tempranas. Un proverbio sufí señala: «Por muy alto que saltes, por muy rápido que corras, nunca te podrás olvidar de tus pies».
- ¿Cuáles son los fantasmas de la infancia más dañinos?
Los del abuso (en la forma que sea), la humillación, la injusticia, el abandono, la vergüenza y la no-pertenencia.
- ¿De qué manera es posible olvidarse de ellos y agarrarse a la vida con optimismo?
No se trata de olvidarse de ellos, sino de resolverlos, de mirarlos a la cara e integrarlos a nuestra psique adulta. Para ello, el camino pasa por legitimar al niño que, en su momento, los tuvo que crear para explicar su mundo y así sobrevivir a su desamparo.
- ¿Somos conscientes de la importancia de lo que ocurre en la infancia para nuestro desarrollo personal?
Definitivamente, no. Nuestra mente racional de adultos, a pesar de nuestros conocimientos y buena voluntad, no alcanza a percibir toda la hondura del alma infantil, su delicadeza (que no debilidad), su complejidad (por tan simple que es), o su poder de tomar tempranamente ( y muchas veces en secreto) las grandes decisiones que, más adelante, regirán nuestra vida adulta. Así al menos me lo ha demostrado mi experiencia a lo largo de los últimos cuarenta años entregados a mi vida de artista profesional o de acompañante arteterapéutico.
- ¿En qué consiste el método 'Clown Esencial'?
Este método nace de los conocimientos adquiridos a lo largo de mi carrera de clown (payaso) profesional y de la integración de mi propio proceso terapéutico con mi formación y colaboración con el Dr. Claudio Naranjo, psiquiatra y referencia mundial en materia de meditación, terapia Gestalt y Eneagrama, entre otras especialidades. Con el paso del tiempo y de la experiencia, se fue dibujando un mapa preciso acerca de cómo las cualidades intrínsecas al personaje arquetípical del clown (tales como transparencia, poesía, ingenuidad, contacto directo, espontaneidad, permiso, ligereza, etc.), podían sanar las heridas de la infancia y devolver a los adultos la posesión de su cuerpo, de sus emociones, de su creatividad, de su capacidad artística o de su entrega a la vida. Así fuimos dibujando un camino que lleva finalmente a la reconquista de nuestra dignidad y de nuestra pertenencia al mundo.
- ¿Por qué decide escribir este libro? ¿Cuáles fueron sus fantasmas y cómo les ha dado esquinazo?
Este libro es un testimonio sobre la fuerza que habita la infancia y convierte a los dañados en buscadores. Esta cualidad sigue habitando nuestro interior y me parece urgente cuidarla, utilizarla, volver a beber de su fuente. Escribí este libro como un homenaje a las innumerables historias que me fueron relatadas y que, de alguna manera, tenían que llegar hasta el gran público, especialmente a las personas involucradas con la infancia, en la vertiente que sea.
Mis fantasmas personales son numerosos y aún dialogo a menudo con ellos. Nacieron bruscamente, cuando mi madre fue asesinada: yo tenía siete años, y al desamparo de perder una madre que lo era todo para mí y me tenía hipnotizado, se sumó un profundo enfado con la vida porque alguien me la había arrebatado injustamente. En aquellos tiempos –corría el año 1967- la violencia machista no entendía de estadísticas, ni de órdenes de alejamiento, y mucho menos de apoyo psicológico para los que se quedan aparentemente vivos, mirando al abismo de la muerte sin saber bien cómo bascular en él. Aquel tsunami emocional, sumado a otra tragedia que, pocos años después, volvió a impactar violentamente en lo que me quedaba de infancia, fue propicio en fantasmas y delirios, se lo aseguro. Con el tiempo y el debido recorrido terapéutico pude mirar a ambos a la cara y transformar mi dolor en arte. «Este ser extraño que se llama Arte», tal como lo definía Chavela Vargas, me salvó.
- ¿Qué supone la risa en este tipo de traumas: un parche o una solución?
Ni una cosa ni la otra: la risa, debidamente enfocada y experimentada con el encuadre correcto, y después de haber llorado lo que se tenía que llorar, es una potente y desenfadada celebración de nuestra pequeña tragicomedia particular. Desacraliza nuestro demonios y nos devuelve la dignidad. Nos trae de vuelta el dulce descanso de pertenecer al mundo sin tener que mentirle.
- ¿En qué consiste su participación en 'Payasos sin fronteras'?
Durante años, y en paralelo con mi carrera artística profesional que transcurría en festivales y teatros de medio mundo, participé de varias expediciones a zonas conflictivas o víctimas de desastres naturales: así actué en países como Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Namibia o Indonesia.
Me hice payaso porque mi madre, además de ser una paracaidista consumida -¡ en aquellos tiempos!-, era una artista que pintaba cuadros maravillosos, entre los cuales aparecía repetidamente la figura de un payaso: con su sombrero de copa, su alegre pajarita, sus aires de libertad. Este personaje me fascinaba. Al morir ella, lo encarné, haciendo sus cuadros realidad: era mi manera de devolverle la vida. Entiendo de dolores y supongo que eso es lo me permitió llevar con eficacia algo de alegría, ligereza y amorosidad a lugares tan difíciles. Fueron experiencias impactantes, que devolvían a los asuntos nucleares de la vida su verdadera dimensión y, a la vez, celebraban la capacidad del ser humano de creer en un mañana, de guardar la fe en que la vida, a pesar de los pesares, es fundamentalmente buena. La leader comunitaria que, en Banda Aceh, pidió la intervención de nuestra ONG, había perdido a sus tres hijos en el tsunami: ella, que ya no tenía los suyos, quería que otros niños volviesen a reír…¡Qué lección de humanidad!
- ¿Qué mensaje daría a los padres para que cuiden la infancia de sus hijos?
Me parece que todo lo anterior lleva ya implícito un claro mensaje de atención y cuidado a la infancia, una invitación a cuidar amorosamente de un tiempo que Nietzsche definía como «el tiempo de un SÍ sagrado».
Todos arrastramos heridas profundas de nuestra infancia y los que tenemos hijos hemos de cuidar mucho de no perpetrar los mismos crímenes que aquellos de los cuales fuimos víctimas. Si no interviene un valiente proceso terapéutico en su recorrido de vida, un hijo abusado (en la forma que sea) tendrá todas las posibilidades de convertirse en un padre abusador (en la forma que sea). La implicación del tiempo de la infancia en nuestras vidas adultas es mucho más decisiva de lo que nos pensamos habitualmente; para bien, y para mal.
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También, y ya con un toque de humor no exento de sensatez, les diría que se vayan haciendo a la idea de ahorrar un dinerito para ayudar a sus hijos a pagar sus futuras terapias, porque las necesitarán. Personalmente, ya tengo a varios de mis nietos en proceso terapéutico y, muy al revés de parecerme un drama, aquello me inspira esperanza: hoy, prestamos atención a asuntos que, hasta no hace mucho, se zanjaban con una bofetada o un castigo injusto. Lo mejor, aun siendo muy poco a poco, está por venir y, a pesar de nuestros errores y de los vaivenes de una vida sumamente tragicómica, transmitir la vida que hemos recibido, sigue siendo una de las más bellas –y arriesgadas– aventuras de la existencia humana.
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