CEREBRO INFANTIL
El neuropsicólogo Álvaro Bilbao revela el secreto para que los niños desarrollen su memoria
Estas son las estrategias cotidianas que impulsan el desarrollo cognitivo y emocional de tus hijos, según este experto
Hacerse la cama a diario y otras formas de que tu adolescente fortalezca la voluntad, según Álvaro Bilbao
Madrid
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Iniciar sesiónSi hay un libro que supuso un antes y después en la crianza de los niños en España es 'El cerebro de los niños explicado a los padres' (Plataforma Editorial), del neuropsicólogo Álvaro Bilbao. Ahora, justamente diez años que este profesional publicase la ... obra que puso en el centro de la educación de las familias un cambio de mirada hacia los niños, su mundo, y la mejor manera de acompañarlos, vuelve a reeditarse.
En el ínterin, Bilbao se ha convertido, también, en uno de los divulgadores más conocidos por su habilidad para transmitir sus conocimientos de forma cercana y comprensible. Algunos de sus post y reels en instagram, de hecho, dan la vuelta la mundo.
De carácter contenido, este profesional maneja esta atención y popularidad «lo mejor que puedo», confiesa mientras posa para ABC. «Solo hago una conferencia al año y guardo con mucho celo el tiempo que paso con mis hijos». Esta es, de hecho, una de las claves de su discurso: «Lo que de verdad ayuda al desarrollo cerebral de un niño es lo cotidiano: descansar, aburrirse, tener tiempo libre y estar con sus padres».
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Adrián Velázquez de Castro Polo
Como experto en neurodesarrollo infantil... ¿Cuáles son, desde la neurociencia, las cosas que pueden poner en práctica los padres para potenciar el desarrollo cerebral de un hijo?
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que no todos los niños pueden ser genios, ni debería ser ese el objetivo de los padres. Pero sí hay estrategias que sabemos que potencian la inteligencia y el desarrollo emocional. Posiblemente la más importante, si hablamos de niños pequeños, sea ayudarles a desarrollar su lenguaje. Todo el tiempo que dediquemos a conversar con nuestros hijos no solo amplía su vocabulario y mejora su comprensión, sino que también estructura su razonamiento, su atención y su memoria.
Educar con neurociencia
En el libro dices que es más fácil llegar al cerebro de tu hijo de lo que parece cuando nos comunicamos. ¿Puedes darnos alguna herramienta concreta para mejorar esa comunicación?
Hay muchas estrategias. Para mí, lo más importante es el juego. Que los padres se sienten en la alfombra a jugar con sus hijos, que conversen con ellos, que les pregunten qué están haciendo con sus muñecos, que jueguen a lo bruto, algo que muchas veces hacemos después de cenar y que ayuda a los niños a desarrollar autocontrol, medir sus fuerzas y entender sus límites. El juego es la manera natural de aprender. También es importante poner palabras a sus emociones. Cuando un niño está angustiado o enfadado y el adulto es capaz de poner nombre a esa emoción, se activa el hemisferio izquierdo del cerebro, repartiendo el peso emocional del derecho. Esto les ayuda a calmarse y a comprender lo que sienten.
También hablas de la comunicación colaborativa. ¿En qué consiste exactamente?
Es un estilo de comunicación descubierto a finales de los años 80. Se vio que los padres que hablaban con sus hijos de una forma colaborativa ayudaban más a desarrollar sus habilidades cognitivas. Consiste en implicar al niño en nuestro curso de pensamiento, por ejemplo diciendo «vamos a poner este juguete aquí»; o preguntando: «¿qué te parece si ordenamos esto de esta forma?». Darle la oportunidad de opinar, de reflexionar, de anticipar consecuencias: «¿qué crees que pasará si le pegas a tu hermano?». Esto ayuda a desarrollar reflexión, planificación, resolución de problemas y atención.
En el libro también hablas de la importancia de desarrollar la memoria visual. ¿Por qué?
Sí. Todos los padres quieren que sus hijos sean buenos en matemáticas, y las matemáticas se basan en conceptos como tamaño, volumen o comparación de cantidades. Eso se puede empezar a trabajar desde los dos o tres años, hablando con los niños sobre qué es grande o pequeño, qué cabe dentro de qué, o si necesitamos una caja de un tamaño menor o superior. Al usar estos conceptos, abrimos nuevas áreas del cerebro y preparamos las bases del razonamiento lógico.
También recalca en esta obra la importancia de ayudarles a colocar los sucesos en el tiempo.
Exacto. Soy especialista en memoria y me interesa mucho ayudar a los niños a que sus recuerdos tengan más definición. No se trata solo de recordar la idea general, sino los detalles. Podemos conseguirlo haciendo preguntas sobre lo ocurrido: «¿con quién estuviste ayer en el parque?», «¿qué ropa llevaba tu amigo?». También podemos ejercitar la memoria a largo plazo recordando cosas de hace varios días o ayudándoles a ordenar los recuerdos de forma secuencial: qué hicimos primero, qué después. Todo esto se puede hacer de forma natural, conversando en la cena o en el coche. Las estrategias de memoria y atención son uno de los tesoros del libro. Esta capacidad sigue siendo fundamental: las personas con buena memoria encuentran soluciones más rápido, aprenden idiomas con más facilidad y se adaptan mejor a los cambios, incluso a la inteligencia artificial.
Y no hace falta hacer cosas complicadas.
Exacto. No se trata de comprar aplicaciones o seguir métodos raros. Las cosas más importantes suceden en los primeros seis años, cuando se sientan las bases cerebrales del lenguaje, la paciencia y el autocontrol. Cosas tan simples como enseñar a un niño a limpiar la mesa con orden —primero quitar las migas, luego pasar la bayeta— son ejercicios de estructura mental.
Hoy en día parece que lo hacemos todo al revés, con horarios llenos y muchas extraescolares.
Vivimos en una sociedad muy exigente y competitiva. A veces los padres sentimos que si no apuntamos al niño a inglés con dos años, le estamos perjudicando. Pero lo que de verdad ayuda es lo cotidiano: descansar, aburrirse, tener tiempo libre. Esa es la base de la creatividad y la resolución de problemas. Cada familia debe encontrar su equilibrio, pero yo valoro mucho que mis hijos vivan las emociones con calma.
El entorno, sin embargo, no ayuda.
No, el entorno exige mucho a padres y niños, como si todo fuera una competición. Pero en el desarrollo cerebral se cumple una ley sencilla: dar tiempo. Involucrar a los niños en la vida familiar es mucho más enriquecedor que llenar su agenda. Preparar la cena con papá o mamá es una lección de secuenciación, conversación y vínculo emocional mucho más potente que una clase extraescolar.
Ese vínculo es fundamental.
Sí, se construye sobre todo con tiempo y atención de calidad. Cuando tu hijo te habla y dejas el móvil para mirarle y escucharle, cuando paras lo que haces para jugar con él, estás construyendo apego. Y también cuando le llevas al colegio, al pediatra o le haces la cena: son gestos cotidianos que el niño interpreta como cuidado y protección. No hay que hacer cosas extravagantes; estar presentes es suficiente.
También habla de nutrir su confianza.
La confianza no se construye diciéndoles que todo lo hacen bien, sino dándoles oportunidades de demostrar que pueden. En el libro propongo una fórmula: la confianza del niño es igual a la confianza que los padres tienen en él, elevada al cuadrado. Cuando confías en que tu hijo puede abrir un bote de mermelada o resolver un conflicto, y le das espacio para hacerlo, crece su seguridad y su autoestima.
Tienes un millón de seguidores en Instagram. ¿Qué te enseñan esas interacciones?
Veo dos grandes preocupaciones. La primera, padres con hijos inseguros o con ansiedad, muchas veces por sobreprotección. Les enseñamos a confiar más en sus hijos, a no resolverles todo. La segunda, padres con niños con problemas de comportamiento por falta o mal manejo de los límites. Poner límites es esencial: me refiero a desarrollar el autocontrol y las funciones del lóbulo frontal, que son las más modernas evolutivamente y las que más tardan en madurar.
Y eso se debe empezar a trabajar muy pronto, ¿no?
Sí, desde el primer año y medio. No hay que esperar a la adolescencia para enseñar límites o tolerancia a la frustración. En nuestra cultura, por ejemplo, comer sentado en la mesa es algo que hay que aprender desde pequeños. Si los padres persiguen a su hijo con el plato por toda la casa, el niño no desarrolla esa función de autocontrol.
Pero también a veces esperamos de ellos comportamientos de adultos.
Exacto. Educar es encontrar el equilibrio: entender que son niños, que se frustran, pero también enseñarles poco a poco a manejar esas emociones. En mi caso, incluso sabiendo todo lo que sé, a veces pierdo la perspectiva, y mi mujer me recuerda que quizá el niño está cansado o tiene un mal día. A todos nos pasa.
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Educar es difícil, pero también hay que disfrutarlo.
Sin duda. Creo que nuestros padres no disfrutaron tanto de la crianza como se hace ahora. Muchos abuelos me dicen: «ojalá hubiera tenido este libro». Hoy los padres saben manejar mejor muchas situaciones, pero también se angustian por hacerlo todo perfecto. A veces hay que dejar de aplicar fórmulas y simplemente jugar, hacer el tonto, disfrutar. Los niños aprenden más cuando nos ven disfrutar con ellos y sienten que son valiosos para nosotros.
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