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Diálogos de Familia

Quinta ola: «Los contagios entre adolescentes eran una crónica anunciada»

Entrevista con el jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor (Madrid) y director de los centros PsiKids, Javier Quintero

Carlota Fominaya

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Hoy, en Diálogos de Familia , charlamos con Javier Quintero, jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor (Madrid) y director de los centros PsiKids, además de autor del libro «El cerebro adolescente, una mente en construcción». Todo ello le convierte en la persona idónea para explicar los comportamientos vistos en pandemia en esta franja de edad que muchos adultos ven ahora con preocupación.

Los contagios están aumentado, y la situación se ha denominado ya como quinta ola pero, ¿podemos culpar de ella a los adolescentes?

Creo que es una responsabilidad de todos, y lo que estamos viendo son las consecuencias de lo que veníamos contando meses atrás. Recuerdo algunos artículos que publicamos en ABC donde hablábamos de la importancia de explicar bien a los adolescentes lo que estaba pasando. Esto era una crónica anunciada . No quiere decir que lo esté justificando porque no tiene justificación ninguna, pero se puede explicar. Haber tenido a una población contenida y de repente «soltarla» como quien abre las puertas de un corral ha hecho que salgan en estampida. También es algo que debemos comprender entre comillas un poco todos, empezando por los padres, y siguiendo por las autoridades y los que tienen la responsabilidad de regular nuestro contexto.

Tuya es la frase: «Ahora no deberíamos tachar a algunos jóvenes de irresponsables sino más bien de inconscientes». ¿Por qué? ¿Cuál es el matiz, la diferencia?

Lo que realmente quiero explicar es que uno es irresponsable cuando es plenamente conocedor de las consecuencias de sus actos y aún así le da igual. Y la inconsciencia es cuando hago las cosas pero en realidad no soy capaz de visualizar la consecuencia real de mis actos. Entonces, hay que tener en cuenta que la información que hemos hecho durante la pandemia y particularmente la que le ha llegado a los más jóvenes ha sido una información un tanto suavizada donde hemos hablado de cifras y no de muertos . Hemos intentado de alguna forma edulcorar la realidad y cuando nos hemos dado cuenta de que eso no funcionaba nos hemos ido al polo opuesto. De repente hemos pasado del «no pasa nada» cuando había 200 muertos diarios y parecía que esto era una cifra normal, a que un fallecido sea una tragedia. Esto, a un adolescente con 16, 17 o 19 años en su casa, en realidad le genera más confusión que otra cosa. Y luego lo que vemos muchas veces en consulta son chicos y chicas con actitudes poco conscientes, que luego podríamos tachar también de irresponsables, cuando dicen: «total qué más da si yo no voy a enfermar si me contagio y mis abuelos están vacunados» . Al final ese mensaje de alguna forma también es el origen de estas conductas.

El papel de los padres es importante. ¿Qué podemos hacer para contener esto?

Sin duda alguna podemos hacer mucho. Qué está pasando, explicarlo, contarlo, de alguna forma trascender a la información que pueda aparecer en un momento dado en los medios de comunicación sobre lo que está ocurriendo. Creo que podemos dar un punto de equilibrio entre la noticia de Mallorca donde un montón de chavales se contagiaron y a mismo tiempo todas las dinámicas que se generan. Hay que buscar un punto de equilibrio.

Es decir que primero tenemos que informarles y que sepan realmente dónde estamos. La Comunidad de Madrid acaba de lanzar una campaña de: «Mételo en la cabeza, esto no ha terminado». Es importante, aunque no lo hayamos hecho antes, contarles ahora la importancia de que también contamos con ellos para parar esta pandemia . Esto no se para si un grupito no lo hace bien. Si no, esto va a estar generando una circulación constante del virus. Es trabajarlo, contarlo, explicarlo. De alguna forma, hay que darles esa información que quizás no se la hemos ofrecido en los momentos iniciales de la pandemia.

También saber cómo es el desarrollo del cerebro de un adolescente nos ayudaría mucho a entender parte de sus reacciones.

Claro. El libro lo titulamos «Una mente en construcción» porque, efectivamente, vemos unos tipos enormes, unas tipas grandísimas, pero con un cerebro que no está maduro todavía, está organizándose y funcionando. Nuestro cerebro tiene dos mecanismos de maduración. Primero de abajo a arriba: lo primero en madurar son las regiones más instintivas, emocionales y, por último, la parte que nos permite razonar y pensar. Es decir, la parte de la corteza prefrontal, que es la que nos hace madurar es la que nos permite procesar y analizar las cosas.

En la adolescencia se produce un desequilibrio, donde hay unas partes del cerebro muy maduras, y otras menos. La parte emocional está ya muy madura y muy potente, mientras que la parte que tiene que regular esa parte emocional, que es la prefrontal, todavía no está lo suficientemente madura. Con lo cual, juntamos el hambre con las ganas de comer. Mucha fuerza en la parte emocional pesa mucho en mi toma de decisiones y si soy adolescente y mi parte prefrontal, mi parte racional, ni está ni se la espera. Con lo cual tenemos ahí un cóctel maravilloso para tomar decisiones absurdas.

En cualquier caso, ¿cuándo empieza y cuándo termina esta tortura de la adolescencia?

Es cierto que estamos ensanchándola. Esto de hablar de los 13 a los 18 años ya no funciona. En el caso de la mujer podemos marcarla al inicio de la primera regla, como el inicio pero en realidad, vamos a encontrar comportamientos o conductas adolescentes en niñas que todavía no han tenido su primera menstruación. Por otro lado en niños ese inicio está mucho más desdibujado, pero es cierto que cada vez vemos más cuadros y clínica digamos adolescente en edades más tempranas, pero eso me preocupa relativamente menos. Me preocupa más el otro lado. Cuándo finaliza o cuándo termina la adolescencia.

Desde el punto de vista formal, si nos vamos al mismo concepto de la maduración del cerebro, hablamos de un momento entre los 21 y los 25 años, que es cuando todos los estudios de neuroimagen nos permiten visualizar esa parte prefrontal del cerebro,esa región que nos permite analizar y ser más conscientes, y de alguna forma más adultos, por decirlo de una forma más coloquial, está en ese punto de los veintitantos años.

Pero sí, es cierto que uno alcanza la madurez cuando empieza a comportarse como un adulto, y no solamente porque físicamente sea una persona totalmente desarrollada o tenga capacidad de conducir o votar.

Saberlo de antemano, leer libros como el tuyo, ayudaría mucho a los padres a comprender también otros comportamientos típicos, como el rechazo al progenitor, el por qué duermen más, o menos, o quieren estar más con los de su generación, con sus iguales... o tener ciertas conductas irresponsables, digamos.

Es cierto que muchos padres nos ponemos nerviosos con conductas puramente irresponsables y nos ponemos a su nivel. Pero si nos ponemos a su nivel, vamos a perder. Ahí juegan mucho mejor ellos que nosotros. En ese punto de la discusión, donde nuestros cerebros más emocionales se ponen a confrontarse, tenemos todas las de perder.

Creo que la vía más interesante es la de la comunicación . Y una comunicación tiene que ser algo bien pensado y bien organizado. La comunicación se basa en la escucha, no en darles grandes sermones. A veces los padres piensan: el otro día le conté a mi hijo una historia maravillosa de 25 minutos… Fenomenal, pero es la generación de Twitter: 250 caracteres. Todo lo demás, si es importante, es irrelevante. Al final en esas conversaciones largas, en esos sermones de la montaña, no siempre son eficaces ni efectivos. Con lo cual la comunicación tienen que ser mensajes directos y plantear lo que queremos y cómo queremos que ocurra. En realidad esto el adolescente lo va a entender mucho mejor, nos vamos a comunicar mucho mejor con ellos.

Otras veces necesitan discutir, y no sabemos por qué. Necesitan esa parte más emocional, necesitan confrontarse con la referencia. Tienen, de alguna forma, que chocar contra esos límites y la labor de los padres está en ser un baluarte, es decir, ser algo estable en sus vidas. Ellos, en un punto donde todo está cambiando, necesitan referencias y las referencias somos los padres. Y esas referencias tenemos que estar ahí, aunque sea para decirles que “no” y a ese “no” respondan de manera enfadada, porque “esto es un desastre, sois los únicos que no me dejáis… etc.” Esa frase es muy típica de los adolescentes pero es algo que necesitan oir. Necesitan saber que hay límites, que hay algo estable en su vida, porque todo lo demás como digo está cambiando.

Su autoconcepto lo van a generar de la imagen que reciben del entorno. Si yo hago las cosas y mis amigos me dicen que soy un tipo estupendo, soy un tipo estupendo. Si mi entorno me dice que no lo soy, voy a poner en crisis mi autoestima. Ahí tenemos que estar de nuevo los padres para ser capaces de ayudarles y poner en contexto la información que reciben del entorno, porque claro ahí abrimos la puerta a las redes sociales y ese es un mundo muy complicado también.

De hecho, hay muchos padres preocupados por esta adicción que presentan muchos jóvenes a las redes sociales. Si bien es vedad que durante la pandemia les hemos dejado en una habitación con un móvil o un ordenador como único medio para relacionase con sus iguales y ahora les decimos que reduzcan su consumo.

A nosotros nos preocupaba ya antes de la pandemia el uso poco controlado o poco organizado que había de las nuevas tecnologías. Que el regalo de las Primeras Comuniones más frecuente sea un teléfono inteligente a mi me parece que es algo que como sociedad nos tendríamos que hacer mirar.

Creo que es muy importante que los jóvenes hagan una incorporación progresiva a las nuevas tecnologías. Un teléfono inteligente en el bolsillo de un niño es una ventana al mundo, entonces nosotros podemos intentar pensar que lo va a hacer bien pero es mucho mejor si les enseñamos a que lo gestionen de manera correcta y ordenada. ¿Qué pasaba antes de la pandemia? Pues ya veíamos un abuso y un descontrol en esas situaciones, y efectivamente como bien dices durante la pandemia les dejamos durante los 100 días del confinamiento en sus cuartos con una pantalla que era con lo que se conectaban con los abuelos, con sus amigos, con el cole… todo pasaba por una pantalla. Claro, ahora siguen con esa pantalla. Por eso ahora mismo buscar patrones de socialización y de ocio distintos que impliquen levantar la cabeza y que estén en lugar de todo el día con la pantalla, las redes sociales, el WhatsApp, estén simplemente mirando a la cara a otras personas, es evidentemente importante. El concepto sería incorporar las nuevas tecnologías de manera progresiva, en la vida de los más jóvenes. No se trata de hacerlo de cero a cien, ya tengo tecnología, la tengo toda.

Y acompañado, supervisado.

Exacto. En un estudio que hicimos hace muchos años, casi va a hacer diez, cuando empezaba el fervor de las TICs, hicimos un estudio muy amplio, transversal, donde evaluamos muchos factores que tenían que ver con los factores que hacen mejor uso o buen uso de las pantallas (horas de uso, supervisión...). La variable más potente, con diferencia de las demás, era la sensación de que «mis padres saben lo que hago en las redes» . La mera sensación de que «mis padres saben lo que hago» ya les autorregulada en el uso. Eso hace que la supervisión sea importante en ese sentido. Los padres deben saber qué hace su hijo dentro y fuera de casa, y eso implica la supervisión del teléfono móvil.

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