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Coronavirus

Capítulo 4 del ingreso de Ramón: «Tiene que llegar el combate por respirar todo lo posible sin ayudas... y eso va a ser mañana»

Pinna, ingresado por coronavirus, relata sus experiencias durante su estancia en el Hospital General de Villalba

Ramón Pinna

Reflexiones de Ramón Pinna , ingresado por coronavirus desde el pasado viernes día 27 en el Hospital General de Villalba , en Madrid. Capitulo 4. «La paciente de la habitación de al lado» .

Hay una canción que para mi es La Navidad. La de Perales, la del marinero, aquella de nuestra infancia y juventud... en una de sus estrofas una petición a lo más alto... «Noches Blancas de Hospital, dejad el llanto esta noche que el Niño está por llegar...».

Anoche lo pasé mal de dolor y de noche. Creo que llegué a ser mal paciente sin intención alguna de serlo o al menos. Algo pesado con los calmantes. Bendita paciencia la de la enfermera. Dormí como pude el tiempo que pude... y los ratos que no, los acordes de Perales... «Noches blancas de hospital, dejad el llanto esta noche...».

En la noche del hospital, se apagan las luces y en ese momento ya eres solo tú contigo. Se te plantea un diálogo interior en el que si te dejas ir solo hablan el dolor y el miedo. Y es muy fácil dejarse ir porque a ti te falta mucho para ser ese tú en el que te reconoces, al que comprendes y al que veces no quieres tanto como debieras.

Por la mañana, la doctora me animó a seguir, me pautó calmantes más fuertes para pasar bien el día, pero también me hizo saber que tiene que llegar el cara a cara con el dolor sin anestesia de alto voltaje, el combate por respirar todo lo posible sin ayudas ... y eso va a ser mañana.

Y me reconozco y no. Se que ha ser y que solo hay un camino, y al tiempo tengo angustia por algo tan poco elevado, ni meritorio como el puro dolor físico.

Ya es por la tarde. Se abre la puerta y entra una bata verde que abraza un ángel de los cotidianos para mi ya por su voz... que diría que recuerda a las «hablas» de Castilla... Me muestra un papelito. Pequeño, recortadito con las manos y en parte coloreado de azul. «Es para ti». Me dice.

Bueno, lo ha hecho la paciente de la habitación de al lado y me ha pedido que se lo dé a quien lo necesite. Ella sentía que tenía que hacer algo por el dolor del mas cercano.

Tomé aquel papelín, escrito seguro que sin comodidad alguna, pero rebosante de ternura y confianza. Y leí.

Leí lo que ella sintió que alguien necesitaba de ella. A su modo, como ella lo aprendió o lo vivió. Universal, absolutamente ecuménico y humano.

«Jehova es mi Pastor, nada me faltará» . Dice.

Marcharé sin conocerla, o lo hará ella antes sin conocerme a mi. No lo sé. Tampoco sé su nombre, pero sí que es una chica como de mediana edad y de origen sur o centro americano.

Sé seguro que ella seguirá su camino de vida compartiendo lo mejor de su alma con quien lo necesite en cada momento.

Y lo hará a su manera, cogiendo la mano al que sufre o desde la distancia de un trocito de papel al que mirar mañana cuando me duela, y esta noche cuando me quieran quitar la palabra el miedo y el dolor.

Gracias por tu mensaje, amiga de la habitación de al lado. Gracias por pensar también, o quizás antes, en alguien a quien ni conoces, ni conocerás... tan vulnerable como yo, como todos los que sufren en este momento más allá de nuestro origen y condición.

Amiga, yo no tengo un trocito de papel ni un lápiz con el que escribirte, pero sí los últimos versos de un poema maravilloso de Benedetti que me mandó mi tía esta mañana y que ojalá llegues a leer si lees estas líneas.

«Cuando la tormenta pase

Te pido Dios, apenado,

Que nos devuelvas mejores,

Como nos habías soñado» .

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