Anorexia y verano: signos de alarma ante un trastorno de alimentación muy evidentes en esta época del año
Entrevista con la doctora Montserrat Graell Bernal, jefe de Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús (Madrid)
Durante el 2020, el Hospital Infantil Universitario Niño Jesús registró un 20 por ciento más de ingresos por trastornos de la conducta alimentaria (TCA) , principalmente por anorexia nerviosa. Ahora el verano ha venido a poner de relieve este triste porcentaje, tal y como explica ... en esta entrevista la doctora Montserrat Graell Berna, jefe de Servicio de Psiquiatría y Psicología de este centro hospitalario.
¿Está de acuerdo en que el verano es un momento clave para el inicio de los Trastornos de Conducta Alimentaria o TCA?
Cuando comienza el buen tiempo (primavera) y se vislumbra la época vacacional se incrementan aún más las exigencias respecto a la imagen corporal, me refiero a una mayor exposición pública del cuerpo, a multitud de mensajes en los medios de comunicación, publicidad y redes sociales respecto al cuidado de la alimentación y el cuerpo para conseguir el ideal corporal delgado (muy delgado) o tonificado o con formas casi imposibles de conseguir (delgadez con gran volumen en nalgas y pecho).
Las dietas sin control médico, que son el factor de riesgo principal parael desarrollo de los trastornos de alimentación, se inician unos meses o semanas antes del verano como un intento de llegar a esa época con un cuerpo distinto y cercano al ideal de la persona que inicia la dieta.
Las personas vulnerables por riesgo genético, riesgo temperamental (perfeccionismo, insatisfacción, dependencia, necesidad intensa de control, impulsividad), experiencias estresantes personales o por factores familiares o sociales que inician una dieta en primavera pueden desarrollar un trastorno de alimentación en verano y que probablemente no será diagnosticado hasta el otoño.
¿Ustedes detectan este aumento en un incremento de consultas o ingresos de pacientes en el hospital?
En el hospital hemos visto siempre un incremento de las consultas de casos nuevos en otoño, sin embargo, en los últimos años (y teniendo en cuenta la pandemia como factor modulador) se han incrementado las consultas de casos nuevos durante el verano, probablemente porque algunos casos en la adolescencia que comienzan en primavera tienen un curso clínico muy rápido- de pocas semanas- y con una importante gravedad clínica que llevan a consultas especializadas mucho antes que si el curso clínico fuera más insidioso.
También es cierto que las familias en verano tienden a cambiar sus rutinas y convivir más estrechamente entre sus miembros lo que conduce a poder detectar más fácilmente: conductas alimentarias anómalas (al compartir comidas juntos), cambios en el carácter (más irritabilidad o tristeza por parte de la adolescente), cambios en el peso o mucho interés por las comidas y su contenido calórico. La familia puede plantearse la consulta médica ante un cuadro que ya está en evolución y que no puede controlar.
¿Cuáles serían las señales de alarma para los padres en esta época en particular?
Hay signos de alarma de que se está iniciando o ya está establecido un trastorno de alimentación y que son muy evidentes en esta época del año cuando las familias compartimos mucho más: gran interés por parte de la adolescente en la preparación de las comidas queriendo imponer formas de cocinar o tipos de alimentos, intentar saltarse comidas/cenas, dificultad para comer fuera de casa en restaurantes u hoteles porque “no le gusta” esa comida, negativa/evitación a ir a la playa o piscina y/o evitar vestir el traje de baño (se quedan con camiseta o vestido) con gran preocupación por su imagen corporal, tendencia al aislamiento evitando compartir su tiempo libre con amigos, aumento de ejercicio físico, caminatas en solitario y al sol, y muy destacable aumento del tiempo dedicado a redes sociales e internet con contenidos relacionados con imagen corporal (cuerpos perfectos “retocados”), alimentación y rutinas de ejercicio físico.
¿Qué puede hacer una familia que se encuentre ante esta tesitura?
Es importante que la familia se muestre empática con estas dificultades que denotan un elevado sufrimiento por parte de su hija/o, abiertos a escuchar que le pasa a su hija/o. La familia puede intentar revertir esas conductas organizando unos horarios de comidas normales y planificando actividades no relacionadas con la comida como alternativa a estas conductas, pensamientos y ansiedad en relación a comida y cuerpo que se está instaurando en su hija/o. La imposición con discusiones y peleas solo llevará a más aislamiento y sensación de soledad y ansiedad al adolescente. Debe valorarse muy firmemente la posibilidad de consultar al pediatra que considerara derivar al especialista.
En líneas generales, ¿la pandemia ha provocado el aumento de este tipo de diagnósticos?
Durante la pandemia, especialmente tras el confinamiento estricto, hemos observado un importante incremento de casos nuevos y más graves de trastornos de alimentación. Observamos un nuevo tipo de casos de adolescentes que cursan con una evolución muy rápida y grave, llegando al hospital con pérdidas de 10-15 Kg en pocas semanas y con consecuencias físicas graves (ej. hipoglucemia) que requieren ingreso hospitalario urgente, la evolución tiende a ser buena, al menos en los primeros meses de tratamiento; consideramos que tienen relación con la situación de pandemia como potente factor estresante en personas vulnerables a los TCA .
Y por otro lado, observamos casos más similares a los de antes de la pandemia con cursos clínicos más insidiosos pero que han tenido más dificultades para acceder a tratamiento y se presentan con más gravedad clínica que antes. La pandemia ha funcionado como un factor estresante para toda la población y en las personas vulnerables a sufrir trastorno de alimentación ha podido producir o acelerar la aparición de éstos. Han aumentado los factores de riesgo para sufrir TCA: cambio/pérdida de rutinas que son buenos reguladores emocionales, aislamiento social, efectos emocionales negativos como la ansiedad, duelos e incertidumbre, mal uso de redes sociales con exceso de tiempo y de contenidos en alimentación y ejercicio físico, entre los principales factores de riesgo; y han disminuido los factores de protección: menor apoyo social, menor accesibilidad a tratamientos por servicios colapsados o por miedo a acudir, familias muy sobre-exigidas que han podido disminuir o retrasar su habilidad para detectar signos de alarma de la misma forma que se venía haciendo antes de la pandemia.
La pandemia continúa y nos encontramos por tanto en este escenario que deberemos aprender a manejar tanto desde las familias como desde los recursos sanitarios.