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Por qué habría que volver (sí o sí) a los juegos tradicionales esta Navidad

Los niños de la denominada generación Z están hiperconectados

ISABEL PERMUY
Carlota Fominaya

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A destajo. El almacén central de Imaginarium en Zaragoza es un trasiego continuo de cartas, pedidos, de palés, de cajas... Todo está perfectamente milimetrado para dar respuesta a las peticiones que hacen a Sus Majestades los Reyes Magos millones de niños de dentro y fuera del país. Unos deseos que, según explica el antiguo Defensor del Menor, Javier Urra, han cambiado mucho en los últimos años. «Antes los hijos demandábamos muy poco a los padres. Teníamos una bici, íbamos al cine en sesión continúa... y por fortuna disponíamos de primos y vecinos con quienes jugar. Hoy, lo que más desean es un móvil o cualquier dispositivo tecnológico. La tecnología es muy positiva, pero la situación es tremenda».

La sociedad actual empuja a los niños de la denominada generación Z (la de los nacidos entre 1994 y 2009), que es la primera que ha incorporado internet al aprendizaje y socialización, a pasar demasiado tiempo pegados a las pantallas. De hecho, la mitad de los niños de 11 años (50,95%) ya tiene teléfono móvil , según la encuesta «Equipamiento y uso de Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) en los Hogares» , divulgada por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Esta hiperconexión infantil, a juicio de Javier Urra, resulta fatal en la educación, y afecta también a los más pequeños, «que están también abducidos por ipads, ordenadores o móviles. ¿Que los padres quieren hablar un rato? "Enchufan" al niño. ¿Que están comiendo en un restaurante y no quieren que el niño moleste? "Enchufan" al niño... Luego nos extrañamos de que los pequeños solo quieran el móvil».

El equipo de diseñadores de Imaginarium , en pleno proceso creativo ISABEL PERMUY

En su opinión, «los padres deberían dejar un poco la tecnología de lado y acordarse más de jugar con sus hijos» . El juego, prosigue este psicólogo, es fundamental para su cerebro, «y no solo es divertido, sino que enseña a ganar y a perder, ayuda a crear relaciones sociales, incentiva el humor, la expresión verbal, enseña a enfrentarse a los dilemas... El niño que no juega sufre de privación cognitiva y emocional».

Desde su experiencia como psicólogo Javier Urra apunta que «el juego permite conocer muy bien a los niños: «se ve si muestra cólera, su capacidad de frustración, sus vivencias... Esto se multiplica si el juego es grupal. Ahí se detecta perfectamente el perfil del niño. Si es un líder, si es más tímido, más cooperativo...».

«Es muy, muy bueno jugar con ellos», insiste Urra. «Mi recomendación para estas navidades pasaría por volver al juego de mesa en familia. Parchís, Monopoly... el que permita a los nietos ver a su padre perdiendo, al abuelo riñendo al hijo, y a la madre ganando. Percibir a sus mayores en otros roles resulta súper educativo, y es una de las mejores formas que existen para aprender a vivir en sociedad».

Ese es, por ejemplo, el objetivo de Imaginarium en esta campaña de 2016: recuperar el juego tradicional . «Hace tiempo que veníamos observando esta evolución en la sociedad. La tecnología es muy buena, pero siendo genial es horrible si está demasiado presente en nuestras vidas. Parece que cuanto más conectados estamos con el mundo, más desconectados estamos entre nosotros, y esto no beneficia a nadie. De ahí nuestra que nuestra apuesta pase por reconectarnos entre todos», apunta Félix A. Tena, director de ventas y márketing de Imaginarium.

Félix Tena, fundador y presidente de Imaginarium ISABEL PERMUY

Esto se observa en muchos de los juguetes que se amontonan por los pasillos de la compañía, y encima de la mesa de los directores creativos. Juguetes que prueba el mismo Félix Tena, fundador y presidente de esta cadena. «Me sigue gustando jugar y probar los juguetes. Intento estar en las reuniones, y me gusta opinar sobre nuestros productos», reconoce. Respecto a esta campaña, de vuelta a lo tradicional, resalta la casita de muñecas que fabrican desde hace años. «Este sería un buen ejemplo. Se trata de una familia normal, con roles normales, pero que permite fantasear a través de una representación sencilla del mundo real. No hay que disfrazar las cosas ni ponerlas en otra dimensión. El mundo existente, sin máscaras y sin disfraces, es ya de por si apasionante», concluye.

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