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«La escuela mata la genialidad del alumno y del profesor»

Según este experto los niños a los 11 años dejan de ser ingeniosos porque los adultos se ríen de sus ocurrencias, las ridiculizan en público y ellos se dan cuenta y dejan de expresarlas

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Laura Peraita

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Fernando Alberca es doctor Pedagogía, doctor en Ciencias Sociales y Jurídicas, director del Máster de Dirección de Centros Educativos en la Universidad de Villanueva, profesor de Secundaria, orientador, escritor... Pero ante todo, un maestro vocacional. Acaba de publicar su último libro 'Geniales. La genialidad incomprendida de los niños'.

-¿Por qué es incomprendida la genialidad de los niños?

Porque tenemos una escuela y una cultura, también familiar, en la que esa chispa de genialidad que tienen los niños, que consiste en hacer una cosa mejor, distinta porque aún no tiene prejuicios, es considera que es una idiotez, una ingenuidad, una falta de experiencia, cuando en realidad su punto de vista resolvería muchos problemas. Y, además, si esa misma respuesta la da un adulto nos parece filosófica, genial, artística.

-¿Se nace genial o se hace?

Todo ser humano es genial por sí y sensible, muy sensible, más sensible ahora que antes y más genial ahora que antes. O sea, todo ser humano tiene esa chispa tal y como hemos sido diseñados, creados. El problema es que con las convenciones sociales se va apagando. Es lo que decía Picasso cuando aseguraba 'todos somos artistas, lo difícil es seguir creciendo, seguir siéndolo'.

-Nombras a Pablo Picasso, pero también Walt Disney, Steven Spielberg, Isaac Newton, Einstein... Todos tuvieron problemas en sus estudios durante su infancia pero de adultos son admirados por su genialidad. ¿Es un factor común?

Sí. La escuela mata la genialidad del alumnado y del profesorado. El docente, aunque sea genial, es muy incomprendido porque trata de poner en marcha iniciativas para favorecer el aprendizaje, pero se le obliga a hacer exámenes porque si no hace exámenes es muy difícil tener una calificación. Y la ley educativa así lo explica. El profesor no tiene flexibilidad, se muere en burocracia, por lo que se acaba angustiando, haciendo lo que se le pide y haciendo lo más cómodo.

-Es decir, ¿que el profesorado está más pendiente de toda la normativa, de todos y cada uno de los requisitos que le exige la ley, y se centra menos en el alumno?

Sí, sí. Es muy poca la flexibilidad que tiene el profesorado, aunque realmente un profesor mágico hace magia con un alumnado mágico. Todos los días ocurren milagros en el aula.

-¿Por qué a los 11 años comienza a disminuir la genialidad?

La adolescencia empieza en tercero de Primaria. Es una cuestión afectiva y social, ya no tanto biológica. En ese momento empieza a comprobar cómo son recibidas sus ocurrencias por el adulto en casa, en la familia y también en el colegio. A partir de los 11 años es más consciente de que gustar a los demás y pertenecer a un grupo es más importante que ser él mismo, por ello se inhibe mucho más, interviene mucho menos y el profesor o el padre debe estar ahí astuto, para ayudarle, motivarle y ser su gasolina en ese empuje para resolver problemas.

-¿Qué herramientas son útiles en este caso para que los adultos puedan motivarle?

El profesorado, por ejemplo, lo que tendría que hacer es preguntar constantemente los porqués de cada una de las respuestas que dan, evaluar mucho su razonamiento. Cuando un alumno haga algo que al profesor le parece raro o equivocado, tendrá que cuestionarle por qué lo ha hecho así porque muchas veces lo que ha realizado el estudiante es muy acertado y, sin embargo, se le califica como erróneo. Por ejemplo, cuando les preguntan cuánto es 5 y 7, muchos contestan 57 y el profesor le dice no, es 12, y les pone un cero. Esto que parece una broma, es un caso real, como muchos otros casos reales que aparecen en mi libro de alumnos que deberían haber recibido un diez por su respuesta, pero reciben un cero porque se malinterpreta la respuesta y no se les pregunta porqué respondieron así. Deberíamos puntuar mucho más la ocurrencia.

-En ese caso, ¿qué tiene que hacer el profesor? ¿Cómo puede recuperar la genialidad?

Debe darse cuenta de que el alumno es un ser completo, una persona. Es como una naranja, con gajos muy diferentes, pero es una sola naranja. Tenemos que superar el siglo XX, el de la clasificación y de análisis de etiquetaje... El siglo XXI es el de la naranja, el de unir todo, el de la síntesis. El niño que se levanta cada mañana quiere ser reconocido, querido y aprender muchísimo y esto es mucho más inteligente de lo que las autoridades a veces parece que tratan en las leyes educativas. El docente sabe que si la relación del alumnado con el profesorado es muy buena, afectiva y de liderazgo, el alumno estudia mucho mejor, mucho más. Esto tiene también mucho que ver con la comunicación no verbal.

-¿Le falta formación al profesorado en este sentido?

Sí, al profesorado le falta, por ejemplo, mucha comunicación no verbal. Mi tesis doctoral fue sobre eso y se demostró que el 100% confundía un gesto de un alumno, un gesto de atención con el de desatención. No sabemos entender muy bien la cara de los alumnos. No sabemos muy bien qué está pasando. Los tenemos clasificados todavía por mesas, filas, columnas... Es un asunto complicado, hoy en día se nos escape más del 70% de una clase.

-En alguna ocasión has mencionado tu desacuerdo con las inteligencias múltiples. ¿Por qué si los profesores las pusieron muy de moda?

En 2013 escribí un libro en el que contaba que las inteligencias múltiples son un error que tenemos que superar, porque nos ata a otra vez al siglo XX en el análisis, cuando realmente tenemos que ir a la síntesis. No se ha podido demostrar ninguno de los puntos que apuntaba Howard Gardner, el autor de esta teoría. Y, además, él la lanzó para psiquiatras y psicólogos y se dio cuenta que no era aceptada por estos profesionales. En definitiva, lo que tiene el alumno son habilidades, no inteligencias. Tiene que haber una inteligencia rectora. Necesitamos realmente volver a reconducir todo hacia la unidad. Donde esté la unidad realmente está el acierto.

-Vayamos ahora dentro de los hogares. ¿Los padres también son capaces de detectar esa genialidad en sus hijos o no están preparados ni formados para ello?

-Sí, los padres y madres son los más formados; casi diría que especialmente las madres. Pero ambos tienen la experiencia de asegurar que sus hijos son geniales hasta los cinco o seis años porque hasta ese momento consideran que hacen razonamientos que les sorprendían en un niño de tan poca edad, con frases que podían ser perfectamente filosóficas. En el libro recojo casos como el de un niño de cinco años al que su padre le dice «estoy harto de que no me obedezcas. Lo que te digo te entra por un oído y sale por otro». El pequeño para arreglarlo, le dice «papá, espera, vuelve a decírmelo, que me tapo este oído y así se me queda dentro de la cabeza lo que me dices y te obedezco». Y lo hizo. Decir eso es una genialidad. Son genialidades a las que todos los padres estamos muy acostumbrados. Podríamos hacer un diario de esos golpes de genio de cualquier niño, da igual que luego tenga más capacidad intelectual o menos. Lo que ocurre es que cuando cumplen los 6-7 años empezamos a reírnos de esas ocurrencias, a ridiculizar en público o en privado, a no darle importancia que tiene. Eso el niño lo ve, lo detecta y empieza a portarse mal y dejar de decir sus ocurrencias. Justo a una edad en la que necesita más confianza.

-¿Qué pueden hacer los padres para recuperar esa genialidad?

Hay que pedirle opinión, preguntarle por todo aunque sean temas complejos, como puede ser la muerte de un familiar. Aunque no tenga conocimiento, sí tiene opinión. Si el niño percibe que con 7 u 8 años, o con 11 años o 15, a su padre le importa la opinión que tenga sobre cosas muy complicadas de política, de actualidad o del tipo que sea, empezará cada vez más a sacar esa chispa de genialidad para resolver problemas que son muy difíciles de resolver. También hay que fomentar el diálogo, preguntarle mucho sus porqués, acompañarles en la búsqueda de soluciones...

-Además, se sentirán más queridos y con mayor autoestima, ¿no?

-Sí, la autoestima tiene que ver con la realidad. Cuando los padres dicen te quiero mucho tenemos que saber que eso no sube la autoestima, eso sube el cariño. O cuando decimos él es muy bueno, tampoco sube la autoestima, puede incluso bajarla. Sin embargo, si le decimos que es muy bueno porque he visto este gesto y también me ha sorprendido y esto y esto, el niño siente que es válido. Otra circunstancia que no puede ocurrir es que por las notas se valore más y se premie más a alguien que saca buenas notas que a alguien que es generoso. Cuando alguien saca suspensos encuentra muchos profesores que le recriminan, pero si saca sobresalientes se encuentran muchos profesores y padres que le dicen 'oye muy bien, eres es trabajador, eres noble', pero al que ha suspendido no le dicen nada a pesar de que también es noble y muy generosos. En ese momento basta con que el profesor le diga 'mira, eres muy inteligente, eres muy bueno, eres trabajador aunque no lo hayas trabajado, eres muy generoso. Y no te preocupes que esto lo vas a sacar fácilmente'.

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