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«En la Red de redes, educación versus prohibición»

Por Idoia Salazar, profesora de Ética y Deontología de la Universidad CEU San Pablo.

S. F.

«No entres en Internet, sin supervisión. ¡Es peligroso!» ¡Cuántas veces hemos oído o articulado esta expresión dirigiéndonos a nuestros hijos. Unos niños que han nacido con esta tecnología y que ven en ella un mundo por descubrir. Como adultos experimentados conocedores de las bondades y maldades de la Red de redes pero, sobre todo, de estas últimas, nuestra primera reacción es la protección más absoluta: levantar barreras cuanto más altas mejor. En el caso de Internet, la traducción es limitar el acceso a determinados sitios web mediante los llamados «software de control parental» . Nuestra intención es lícita y nuestro propósito inteligible. Dentro del núcleo familiar nos puede el instinto de protección .

El problema está cuando observamos que tanta barrera física no logra su propósito… al menos no durante mucho tiempo. Debemos tener en cuenta que jugamos con un elemento que suele escapar a los intentos de limitar, de una forma u otra: la curiosidad infantil. Y este término adquiere un mayor potencial cuando le añadimos la palabra «prohibido». Si levantamos barreras físicas en el ordenador de nuestra casa o en los colegios, muy posiblemente encuentren la forma de evitarlas y ponerse «a explorar» aquello que desconocen y que les resulta tremendamente atractivo... Es el poder de atracción de lo desconocido. Está en su naturaleza.

¿Cuál sería una posible solución? Sin duda una buena educación en tecnología, tanto en el núcleo familiar como en los colegios. El conocimiento, en profundidad, de las ventajas e inconvenientes de internet, de las herramientas de búsqueda disponibles, de los distintos tipos de contenido que aquí podemos encontrar –sin filtros-, daría a los niños y adolescentes una perspectiva diferente del «mundo virtual». Si toman un camino inadecuado, sería con razón de causa –y previendo las consecuencias-, y no de forma inconsciente. Dicho conocimiento les reduciría proporcionalmente su curiosidad compulsiva, y disminuiría su dependencia. Además, potenciaríamos la tan ansiada «confianza» en el seno familiar. Por no hablar de los innumerables recursos útiles que los niños/adolescentes aprenderían navegando por internet sin más límites que su propio razonamiento ético y moral forjado sobre una firme y sólida educación.

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