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Acoso escolar: ¿son los niños crueles o somos los adultos culpables?

El 97% de las víctimas de acoso escolar, lo sufre de una gravedad «media» o «alta»

S. F.

Uno de cada tres niños en el mundo, sufre acoso escolar, según la Unesco. Y, según el informe de la Fundación ANAR , en el «Estudio sobre Acoso Escolar y Ciberbullying, según los afectados» , son los menores de entre 12 y 14 años los que sufren más acoso escolar y cyberbullying, siendo el porcentaje de niños que sufren acoso escolar es levemente superior al de las niñas, pero las niñas son más objeto del cyberbulliying. Y, como una de las consecuencias del acoso, se ha determinado que entre el 89% y el 94% de las víctimas tiene problemas psicológicos concretos causados por el bullying. Entre las consecuencias destacan: ansiedad, síntomas depresivos y miedo.

Ha dejado de ser una agresividad justificada bajo el dicho popular de «los niños son crueles». Los niños no son crueles, por naturaleza, lo que sí que son, es grandes observadores, que reproducen en sus comportamientos el comportamiento de los adultos. Según la socióloga, experta en neurolingüistica, Alicia Aradilla «El acoso , en general, no solo el acoso escolar, guarda estrecha vinculación con el poder, con la concepción de poder que mostramos desde los diferentes agentes educadores, los padres, en primer lugar, los medios de comunicación, las series infantiles, las películas más populares, etc.».

En todos esos contextos citados, se expresa de manera explícita o implícita relaciones de poder. Alicia Aradilla propone que «deberíamos observarnos como sociedad para reflexionar sobre cómo creamos nuestras relaciones interpersonales y bajo qué tipo de poder se la mostramos a los niños, en vez de refugiarnos en la irresponsabilidad de resumirlo con un “ya se sabe, los niños son muy crueles ».

¿Cómo podemos actuar, como sociedad? Según la experta socióloga Alicia Aradilla, «la reflexión es amplia, tanto como lo son todas las variables con las que funciona la sociedad, pero podemos comenzar de lo nuclear, como la familia, hasta lo más periférico, a modo de ejemplo, como la industria cinematográfica o la industria de los juguetes».

Reflexiones

Para Aradilla, « los niños no son crueles por naturaleza , sin embargo, están inmersos en un proceso continuo de copiar los comportamientos de sus adultos de referencia como padres, cuidadores, vecinos… Es decir, todas aquellas personas con las que se relacionan en su vida cotidiana».

Así que ellos, prosigue, «no son más que la expresión de nosotros, como entornos reducidos (nuestro barrio, nuestro equipo de futbol, nuestro ocio) y como sociedad, eso sí, reproducen sin filtro y actúan tal cómo sienten. Esa es nuestra gran oportunidad de vernos a nosotros mismos en el espejo y reflexionar. ¿de qué manera estamos mostrando agresividad en nuestro comportamiento?»

En las escuelas de primaria, añade, «esos niños a los que clasificamos de "crueles" provienen de un entorno socioeconómico parecido al de la víctima, así ocurre en el 88,1% de los casos. Por tanto, variables como diferencias de clase social o nivel económico no son vinculantes. Además, cabe destacar que el acoso escolar se da en todas las clases sociales ».

La agresividad más difícil de identificar, pero igualmente copiada por los niños es la «agresividad sutil», es decir, aquella escondida en las conversaciones informales entre adultos. Esas conversaciones que el niño escucha en casa u otros entornos, que no están dirigidas expresamente a ellos, pero ellos están ahí, escuchando y copiando. Alicia Aradilla nos explica que «ese contenido se convertirá posteriormente en, lo que se llama en PNL (programación neurolingüística), «creencias subconscientes familiares. Creencias que serán muy poderosas en las decisiones posteriores, responsables del 96% en la toma de decisiones».

Creencias familiares

¿Qué creencias habitan en cada familia respecto a, por ejemplo, la discapacidad, la religión, la moda, la inmigración, la clase política, la economía…? Los niños están copiando ese modelo de mundo que les ofrecemos y actuaran en concordancia a él.

Algunos ejemplos concretos sobre los que reflexionar serían: al hablar de compañeros de trabajo con los que no se tiene buena relación, ¿utilizamos términos insultantes, despectivos o peyorativos?, o más importante aún ¿Qué lenguaje utilizamos al referirnos a nuestros empleados o subordinados? Ahí aparecen modelos de poder que estamos mostrando a los niños.

Discriminar al diferente, al «raro», al discapacitado, al callado, al tímido nace de la emoción de base: miedo .

¿Qué visión de las relaciones interpersonales ofrecemos a los niños cuando nos explican sus pequeños conflictos escolares?

Introducir inteligencia emocional en las escuelas, como un conocimiento transversal, nos parece una obviedad, pero ¿qué estamos haciendo los adultos para consolidar nuestra inteligencia emocional y aplicarla como personas de referencia?

¿Qué calidad de gestión de las emociones tenemos cada uno de nosotros? ¿Qué hacemos dentro de nuestro desarrollo personal para aumentarla? Porque, si no podríamos decir que estamos «pidiendo peras al Olmo», por volver a los dichos populares.

¿Qué papel juega la aparición de las redes sociales en la intensidad del acoso? ¿Somos ágiles en crear estructuras de protección policial y jurídica para estos casos?

Responder estas reflexiones, sería un gran paso para, una vez identificado el acoso escolar, saber tratar la situación y ante todo erradicarlo mediante la prevención.

En cada caso de acoso escolar que se produce, tenemos una porción de responsabilidad, por ínfima que sea, cada uno de nosotros como adultos. Pero, ¿la estamos asumiendo?

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